Encerrado | Review

‘Encerrado’ es el remake estadounidense de 4×4 (2019) donde un ladrón, interpretado por Bill Skarsgård, queda atrapado en una camioneta de lujo controlada a distancia por su dueño que es un magnético Anthony Hopkins.
Encerrado (2025)
Puntuación: ★
Dirección: David Yarovesky
Reparto: Bill Skarsgård, Ashley Cartwright. y Anthony Hopkins
Estreno en cines

En el cine, el encierro suele funcionar como catalizador narrativo para explorar dilemas éticos, psicológicos o sociales. Encerrado (Locked), remake estadounidense del film argentino 4×4 (2019) dirigido por Mariano Cohn, parte justamente de esta premisa. Pero a diferencia del original, que manejaba con mayor ambigüedad la tensión entre víctima y victimario, esta nueva versión opta por el trazo grueso, la lección moral y el posicionamiento ideológico evidente, dejando de lado la complejidad dramática en favor de un discurso simplista.

Dirigida esta vez por un realizador estadounidense David Yarovesky, Encerrado repite la estructura de su predecesora: un ladrón entra a un vehículo de alta gama con intenciones de robo y termina atrapado por una tecnología que lo convierte en rehén. El protagonista, Eddie Barrish, interpretado con sobriedad por Bill Skarsgård, se ve inmovilizado dentro de una lujosa camioneta que se convierte en celda de castigo, orquestada a distancia por su dueño: un médico de voz grave y calmada al que presta su presencia Anthony Hopkins. William, como se hace llamar, justifica su accionar con un discurso que mezcla venganza personal, trauma y una cosmovisión conservadora que apunta directamente a la marginalidad como raíz de todos los males sociales.

La película construye una primera mitad efectiva, casi en tiempo real, donde el encierro del protagonista genera una atmósfera densa, claustrofóbica y prometedora. El espectador, como en muchos thrillers de cámara cerrada, se ve invitado a compartir la desesperación y el desconcierto del personaje. La fotografía oscura y los sonidos enmudecidos contribuyen a generar esa incomodidad sensorial. No obstante, a medida que la historia avanza, el interés se va desinflando. Esto se debe principalmente al guion, que reemplaza la tensión narrativa por una sucesión de monólogos explicativos en boca de Hopkins, cuyo personaje se erige como una figura omnipotente, casi mesiánica, sin que haya espacio real para el conflicto o la duda.

El mayor problema de Encerrado es su falta de matices. La película pretende instalar un debate ético, pero lo hace de manera binaria, sin ambigüedad ni contradicciones. Presenta a un joven delincuente como símbolo de un sistema fallido, pero no se interesa en comprender las causas sociales o estructurales detrás de su accionar. En cambio, elige caricaturizarlo: pelo teñido, ropa deportiva, lenguaje corporal codificado como marginal. El “médico justiciero”, por su parte, representa la voz del ciudadano decente, millonario, racional, herido por un crimen familiar. Es en ese binarismo donde la película revela su postura ideológica, cercana a un discurso punitivista que responsabiliza al individuo de su destino, ignorando cualquier contexto de exclusión o desigualdad.

El film original, aunque polémico, al menos dejaba margen para la ambigüedad: el encierro del ladrón podía interpretarse como una metáfora del fracaso social, una crítica a la justicia por mano propia o incluso un estudio sobre la violencia en todas sus formas. En cambio, Encerrado reduce su propuesta a una confrontación entre el bien y el mal, donde el primero está representado por una élite culta y vengadora, y el segundo por los sectores empobrecidos que son, en definitiva, deshumanizados.

Tampoco ayuda el tono sermoneador que adopta la película en su tramo final. Lejos de confiar en el poder de la imagen o en el subtexto narrativo, se recurre a una literalidad discursiva que subestima al espectador. La voz de Hopkins, aunque magnética, se convierte en vehículo de un mensaje moralizante que pretende justificar la violencia como herramienta legítima para corregir desviaciones sociales.

En resumen, Encerrado es un thriller que empieza con potencia visual y promesa de tensión, pero deriva en una fábula conservadora sin profundidad ni reflexión crítica. Lo que podría haber sido una exploración provocadora sobre justicia, venganza y desigualdad, se diluye en un discurso unidireccional que repite fórmulas de castigo más propias del panfleto que del cine.

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