Con Enzo, Robin Campillo ofrece un retrato íntimo y generacional sobre la búsqueda de identidad en tiempos de exceso y desconexión, a través de la historia de un joven que descubre su deseo y su lugar en el mundo.
FICM 2025 | Enzo (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Robin Campillo
Reparto: Eloy Pohu, Élodie Bouchez, Maksym Slivinskyi y Pierfrancesco Favino
Robin Campillo vuelve a demostrar que su cine respira en los márgenes de lo visible, en esos espacios donde las emociones apenas se pronuncian. Lo que en apariencia es un drama de iniciación —un joven burgués que decide trabajar como albañil para escapar del confort familiar— se convierte en un retrato profundamente contemporáneo de la Generación Z, marcada por la apatía, la confusión y un anhelo silencioso de conexión.
La cámara de Campillo observa a Enzo, interpretado con notable vulnerabilidad por el debutante Eloy Pohu, con la distancia de quien no juzga ni explica. Cada gesto, cada silencio, revela la tensión entre el cuerpo y la identidad, entre el privilegio y el vacío. Enzo se siente fuera de lugar tanto en la comodidad de su hogar como en el rigor físico de la obra. Pero es allí, entre el sudor, el polvo y las miradas hacia Vlad —el obrero ucraniano que encarna la rudeza y el deseo reprimido— donde comienza a intuir su propio despertar.
Campillo filma el homoerotismo con una honestidad que evita el cliché del descubrimiento adolescente. Su mirada es ética, contenida, consciente del peso simbólico de representar el deseo en un cuerpo joven. En lugar de ofrecer respuestas, plantea preguntas: ¿cómo se define uno mismo cuando todo —la clase, la familia, la historia— parece ya decidido? La película sugiere que el autodescubrimiento no es una revelación, sino una experiencia incierta, una respiración entre el miedo y la curiosidad.

Visualmente, Enzo es una obra de economía y precisión. La luz del sur francés, dura y mineral, acentúa la textura del mundo físico: el cemento, la piel, el calor. La ausencia de música y la sobriedad del montaje potencian una sensación de extrañamiento que recuerda al existencialismo de Antonioni o a la observación social de Laurent Cantet, a quien la película rinde homenaje de forma discreta y conmovedora.
En su aparente quietud, Enzo condensa las contradicciones de una generación que crece entre el privilegio y la falta de propósito. Campillo no busca provocar, sino escuchar. Escuchar a los jóvenes que no gritan, sino que observan. Escuchar al deseo cuando todavía no sabe cómo nombrarse. En ese gesto, su cine reafirma su potencia política y emocional: la de encontrar humanidad en el silencio.
Más que un relato de autodescubrimiento, Enzo es un espejo que refleja la fragilidad contemporánea, una meditación sobre la identidad y la soledad en tiempos de abundancia. Campillo entrega un filme austero pero lleno de alma, una pieza que confirma que las historias más potentes no siempre gritan: a veces, apenas susurran.