¡Hola, Frida! reimagina la infancia de Frida Kahlo desde la animación, alejándose de la biografía trágica para explorar su universo creativo temprano. Con colores y símbolos inspirados en su obra, muestra cómo la poliomielitis y la soledad alimentaron su imaginación.
¡Hola, Frida! (2024)
Puntuación:★★★½
Dirección: Karine Vézina y André Kadi
Voces: Olivia Ruiz, Emma Rodríguez, Rebeca González y Léo Coté,
Disponible en Filmin
En un panorama audiovisual donde las biografías tienden a convertir a sus protagonistas en figuras trágicas y monumentales, Hola Frida, de Karine Vézina y André Kadi, propone un gesto de desvío: volver a Frida Kahlo a la condición de niña. No la Frida ícono del dolor y la rebeldía política, ni la mujer marcada por el accidente y el amor tormentoso que vivió con Diego Rivera, sino la pequeña de Coyoacán cuya vida, antes de la tragedia, estaba teñida por un imaginario desbordante y un entorno afectivo que alentaba su curiosidad.
La película, basada en el libro infantil Frida, c’est moi de Sophie Faucher y Cara Carmina, asume el riesgo de narrar los años menos conocidos —y menos dramatizados— de la pintora. Lo hace desde una estética que no se limita a ilustrar el mundo de Kahlo, sino que se apropia de su paleta y sus símbolos para construir un relato animado donde los elementos de su obra futura aparecen como semillas tempranas. Monos araña, xoloitzcuintles, flores, calaveras y cielos imposibles no son simples guiños visuales: son recordatorios de que el arte de Frida nació en la intersección entre la experiencia física del dolor y la libertad de la imaginación.
La narración se articula en dos tiempos: una Frida adulta, ya en silla de ruedas, recorre un cuaderno de memorias y activa el regreso al pasado; y la niña que, tras enfermar de poliomielitis, transforma el encierro y la soledad en una oportunidad para inventar mundos. En ese tránsito, Hola Frida introduce una tensión productiva: la conciencia del padecimiento físico nunca desaparece, pero se integra a un universo lúdico y poético donde la muerte misma se presenta como una compañera más, no como una amenaza. Esta elección narrativa desafía la visión edulcorada o puramente heroica de la resiliencia: la Frida de Vézina y Kadi no ignora su fragilidad, sino que la convierte en materia creativa.
Uno de los aciertos del filme es cómo integra referencias culturales y políticas sin romper su tono accesible para el público infantil. El mito de Coyoacán, el Día de Muertos, la figura pionera de Matilde Montoya Lafragua o las alusiones a la agitación política de México de la época conviven con la trama sin convertirse en un catálogo histórico. Así, Hola Frida ofrece a los niños un primer contacto con un contexto cultural complejo, pero lo hace desde la curiosidad y no desde la imposición pedagógica.
En comparación con las representaciones cinematográficas previas de Kahlo —desde Frida, naturaleza viva de Paul Leduc hasta la Frida de Julie Taymor con Salma Hayek—, esta es la primera que se atreve a pensar a la artista como un personaje animado, un gesto que libera al relato de las limitaciones de la mímesis física. Allí donde el cine en acción real se obsesiona con la semejanza actoral y la fidelidad histórica, Hola Frida se permite inventar y fabular, entendiendo que la infancia, incluso en su recuerdo adulto, es siempre una construcción imaginaria.
El resultado es una obra que, si bien a veces peca de exceso didáctico, consigue algo poco común en las biopics: transformar la vida de un ícono en un espacio para la ensoñación y el juego. No es una película sobre la artista consagrada, sino sobre la niña que todavía no sabe que lo será. Una niña que, ante la adversidad, aprendió a buscar “la belleza en todas las cosas”. Y en tiempos donde las infancias suelen quedar atrapadas entre el consumismo audiovisual y la saturación de estímulos, ofrecerles un relato así, bello y delicado, es en sí mismo un acto de resistencia cultural.