Sofia Coppola debutó en la dirección hace 24 años con un clásico moderno que revisitamos ante el estreno de la esperada Priscilla.
Uno de los apellidos más pensados dentro de la industria cinematográfica es, sin lugar a dudas, Coppola, uno que es el significado de éxito y legado, donde es sencillo asociarle obras maestras absolutas como Apocalypse Now o la saga de Il Padrino.
Ahora bien, labrarse un nombre y ser capaz de sobresalir gracias a su propio talento, viniendo de una familia respetada y tradicional, es algo que muy pocos cineastas consiguen alcanzar, mientras que, por otro lado, Sofía Coppola, sin negar su origen, se ha dedicado por más de 20 años a crear relatos melancólicos, unos mejores que otros, donde se exploran temáticas asociadas con la juventud, la pérdida de la inocencia, las crisis que conlleva el envejecer y el alcance tan profundo que tienen las relaciones interpersonales, dejando una huella reconocible a su paso.
En 1999, con tan solo 28 años, debutó por todo lo alto con Las Vírgenes Suicidas, un clásico dentro del cine independiente, que ha recibido un merecido seguimiento de culto con el pasar del tiempo, marcando una sólida ópera prima de la talentosa directora, quien consiguió no solo sorprender a propios y extraños con la ambigüedad de su historia, sino también gracias al manejo de escenarios y el control sobre su propio trabajo.
Jugando con los convencionalismos del coming of age, Coppola ofrece una entretenida y casi poética examinación de la sociedad norteamericana de la década de los 90s, ubicando a sus personajes bajo una atmósfera bizarra, donde los tonos acres y la dirección de imágenes hacen parecer que cada acción está siendo vigilada por alguien más, lo que favorece la sensación de autoridad suprema que tienen los padres (o las figuras de poder) dentro de la cinta.
Sin perder tiempo, el filme se construye al rededor de un argumento arriesgado, donde su postura inicial puede parecer desconcertante, pero la forma en que los cabos se van uniendo hace parecer que el fondo de la obra es más un thriller romántico.
Con la destacada actuación de una joven Kirsten Dunst, quien pese a no tener extensos diálogos, su presencia y en específico su rostro son el pilar de la película, sin dejar de lado el resto de jóvenes que, de alguna u otra manera, tienen que ver con ella o alguna de sus hermanas. A lo largo del relato existen inconsistencias en relación con el ritmo y la puesta en escena, donde el guion no siempre está a la altura, pero esto queda en un segundo plano gracias a la impactante revelación final del tercer acto, que sigue generando emociones y comentarios divididos hasta la fecha.
El venidero estreno de Priscilla, luego de acumular críticas en su mayoría favorables, y lograr un meritorio triunfo en Venecia (ganó la Coppa Volpi a mejor actriz), es una excelente oportunidad para revisitar la filmografía de Coppola, empezando por su primer, y posiblemente, su mejor trabajo.