El segundo largometraje de Signe Baumane es una divertida propuesta que fusiona la música, la ciencia, la animación y la rebelión femenina, aunque termina careciendo de chispa.
FCE2023 | Mis problemas con el matrimonio (2022)
Puntuación: ★★★
Dirección: Signe Baumane
Voces: Dagmara Dominczyk, Michele Pawk, Trio Limonāde, Cameron Monaghan, Matthew Modine y Stephen Lang
La cineasta Signe Baumane recrea una historia de relaciones fallidas de una mujer, con la ayuda de un coro griego de campesinos y una neurona que nos explica a través de unas imágenes peculiaridades como funciona el sistema endocrino y la fisiología cerebral, en las relaciones personales de nuestra protagonista.
El alter ego de Baumane en esta historia vagamente autobiográfica se llama Zelma, a quien seguimos desde su infancia en la Letonia soviética hasta la edad adulta, donde va presenciando una serie de encuentros con el sexo opuesto para los que su adoctrinamiento temprano no la preparó. “El matrimonio es tu destino, debes esperar pacientemente”, canta el coro de mujeres del pueblo o luego las escuchamos decir “No eres una persona completa sin tu alma gemela” y así diferentes frases que resuenan en nuestras cabezas, pero que sabemos que esos dichos ya son parte del pasado y que la mujer no es simplemente una ama de casa que espera a su hombre, como refleja el filme.
Narrada por una célula cerebral (con la voz de Michele Pawk), la historia de Zelma trata sobre las presiones ambientales y la adaptación para encajar en cada nueva situación. Comenzando en 1970, en la isla Sakhalin, en el extremo oriental de lo que entonces era la Unión Soviética. Los primeros siete años de Zelma transcurren en un pueblo donde los niños y los cerdos juegan juntos en el barro; sus amigos más cercanos son los gatos a los que alimenta. Una breve ventana a la ciencia reproductiva detalla el proceso de selección mediante el cual surgió la estructura genética de Zelma, así como las fuerzas que la moldearon, en el útero de su madre.
Pero la influencia pasa pronto y luego ya estamos en la crianza, con un riguroso programa de expectativas de género inculcado en Zelma, primero desde su familia y luego, habiéndose mudado a Riga en Letonia, de sus despreciativos compañeros de escuela. Ella no es una niña, le informan los otros niños, porque las niñas no pelean. En lo que se convertirá en un patrón en la vida de Zelma, ella se ve motivada a cambiarse a sí misma para obtener la aprobación de sus compañeros, especialmente la de un niño que Zelma se enamora al ver sus brillantes ojos verdes.
Luego seguimos el crecimiento de Zelma como mujer, y como va conociendo a los diferentes chicos con los que termina casándose, incluso llega a vivir en Canadá, pero su forma de ser y crianza no le ayudan adaptarse a la forma de vida en el occidente por lo que termina regresando a su ciudad de crianza.
El guion tiene algunos momentos inteligentes y genuinamente informativos cuando se trata de establecer el marco psicológico y biológico del razonamiento de una mujer como Zelma, o en la forma que enfrenta diferentes momentos como su relación abusiva con su primer marido, Sergei (Cameron Monaghan), que es un manipulador cuya violencia emocional inevitablemente se convierte en abuso físico. Su segundo matrimonio, es con sueco sensible llamado Bo (Matthew Modine), que termina siendo otro fracaso que, a su manera, está tan arraigado en cuestiones relacionadas con los roles de género performativos como el primero, pero más allá de estos detalles, el guion carece de chispa y encanto, incluso llega ser tedioso, ya que no profundiza más allá desde la mirada torpe de su protagonista y nunca lo lleva al terreno moderno, haciendo que el discurso que quiere explorar terminé siendo un poco banal o pasado, más cuando hemos tenido otros filmes recientes como Barbie o Promising Young Woman.