Top de las mejores actuaciones en cine del 2025

Seguimos repasando lo mejor del año, ahora nos toca hablar de las actuaciones que nos hicieron vibrar, gritar incluso llorar. Este año celebraremos todas nuestras actuaciones cinematográficas favoritas, hasta cameos incluidos. 

Sin casi darnos cuenta, nos encontramos nuevamente en esa época del año donde debemos hacer un recuento de lo mejor que nos deja el cine. En este caso, sobre las actuaciones. A continuación, una lista del top 15 de los mejores trabajos que actores y actrices nos dieron en la pantalla grande. ¡Comenzamos!

Primeramente, debemos hacer algunas menciones honoríficas, ya que se trata de actuaciones que nos encantaron, pero que no lograron entrar en nuestro top principal. Por un lado, destacamos la magnética interpretación de Rose Byrne en If I Had Legs I’d Kick You, donde encarna a una madre que entra en crisis al intentar lidiar con la misteriosa enfermedad de su hija, un marido ausente y la desaparición de una paciente del trabajo.

En la línea de los robaescenas, sobresale Paul Kircher en La Venue de l’Avenir, quien interpreta el interés romántico del personaje de Suzanne Lindon. Kircher da vida a un joven pintor de una naturalidad desarmante, convirtiéndose en el rostro más humano de la película.

Otras menciones especiales van para Marianne Jean-Baptiste en Hard Truths, de Mike Leigh, donde interpreta a la incómoda Pansy Deacon, una mujer atormentada por la ira, la depresión y una hipersensibilidad que la lleva a enfrentarse con todos a su alrededor —desde su familia hasta completos extraños— mientras intenta comprender y afrontar sus propias verdades difíciles.

La última mención es para el reparto completo de Las Locuras, de Rodrigo García: Cassandra Ciangherotti, Natalia Solián, Ángeles Cruz, Naian González Norvind e Ilse Salas. Cinco mujeres cuyas historias interconectadas exploran estallidos emocionales y crisis de la vida moderna. La película cuenta, además, con sólidas actuaciones de apoyo a cargo de figuras como Alfredo Castro y Adriana Barraza.

15. Caleb Landry Jones en ‘La cosecha’ (Harvest)

En La cosecha, Athina Rachel Tsangari transforma la adaptación de la novela de Jim Crace en una experiencia cinematográfica áspera y elegíaca, y es Caleb Landry Jones quien ancla emocionalmente ese mundo condenado a desaparecer. Su Walter Thirsk observa el derrumbe de la comunidad rural desde un lugar incómodo, siempre a medio camino entre la pertenencia y el extrañamiento. Jones compone una actuación profundamente física y contenida: su cuerpo encorvado, el rostro exhausto y una voz casi susurrada transmiten la angustia silenciosa de quien entiende que está presenciando el fin de una forma de vida. Sin recurrir al dramatismo evidente, construye al personaje desde los silencios, las miradas esquivas y una fragilidad persistente que impregna toda la película. Esta capacidad para encarnar almas rotas también se manifiesta en su reciente aproximación a Drácula bajo la dirección de Luc Besson, donde abandona el mito grandilocuente para dar vida a una figura trágica, definida por la pérdida y el duelo amoroso. Dos interpretaciones que confirman a Jones como uno de los actores más singulares e intensos del cine contemporáneo.

14. Lee Byung-hun en ‘No other Choice’

En No Other Choice, Park Chan-wook firma no solo una de las películas más incisivas del año, sino también el escenario perfecto para una de las interpretaciones más complejas de su filmografía reciente. Lee Byung-hun encarna a You Man-su como un hombre despojado de identidad por el capitalismo contemporáneo, atrapado en la ilusión de que la productividad aún define su valor como sujeto. Su actuación transita con precisión quirúrgica entre la sátira y la tragedia: es patético sin ser caricaturesco, violento sin heroísmo, profundamente humano incluso en su deriva moral. Lee convierte cada gesto —la sonrisa forzada, el cuerpo rígido, la mirada vacía— en un síntoma de la masculinidad herida y del autoengaño moderno. Park lo filma como un personaje de Jacques Tati arrojado al universo ético de Oldboy: un bufón trágico cuya torpeza física y emocional revela la brutalidad de un sistema que ya no necesita a los hombres, solo su obediencia. Es una actuación que incomoda porque expone, sin redención ni glamour, la lenta erosión del yo bajo la lógica del mérito y la competencia.

13. Jessica Chastain en ‘Dreams

En Dreams, Michel Franco construye un dispositivo narrativo frío y asfixiante que encuentra en Jessica Chastain su eje más perturbador. Como Jennifer McCarthy, una mujer de la alta sociedad cuya relación con un joven bailarín mexicano revela una dinámica de poder profundamente desigual, Chastain domina el relato desde una interpretación tan magnética como inquietante. Su actuación está cargada de una sexualidad opaca y de una ambigüedad moral que nunca busca redención: cada gesto, cada pausa y cada mirada funcionan como herramientas de control, deseo y negación. Lejos de cualquier romanticismo, Chastain encarna el privilegio como una forma de violencia silenciosa, convirtiendo el cuerpo y la intimidad en territorios de posesión. Es un papel arriesgado, incómodo y deliberadamente provocador, que confirma su disposición a habitar zonas éticas turbias que pocas estrellas de su calibre se atreverían a explorar. Más que sostener la película, Chastain la tensiona hasta el límite, ofreciendo una de las interpretaciones más escalofriantes y poderosas de su carrera reciente.

Dreams: Sueños

12. Miriam Garlo en ‘Sorda’

En Sorda, el debut en solitario de Eva Libertad, Miriam Garlo ofrece una de las interpretaciones más delicadas y honestas del año. Como Ángela, una mujer sorda que espera a su primer hijo en la España rural junto a su pareja oyente, Garlo no “interpreta” la sordera: la habita como una condición sensorial que estructura la experiencia, el afecto y el conflicto. Su actuación se construye desde una economía extrema de gestos, miradas y silencios cargados de sentido, evitando cualquier tentación didáctica o melodramática. Garlo compone un personaje profundamente humano, atravesado por el amor, el miedo y la incertidumbre, cuya vulnerabilidad alcanza su punto más desgarrador en la secuencia del parto, filmada con una cercanía casi física. Allí, su cuerpo expresa la incomunicación absoluta dentro de un espacio saturado de voces ajenas, convirtiendo la intimidad en un territorio de aislamiento radical. Es una interpretación que no busca traducirse al espectador, sino invitarlo a experimentar otra forma de habitar el mundo, confirmando a Garlo como una presencia actoral imprescindible y a Sorda como una obra de una sensibilidad poco común.

11. Jai Courtney en ‘Animales peligrosos’ (Dangerous Animals)

En Animales peligrosos, Sean Byrne encuentra en Jai Courtney el motor más inquietante de una de las propuestas de terror más feroces del año. Como Tucker, un asesino en serie obsesionado con los tiburones que convierte el turismo extremo en un ritual de caza, Courtney ofrece la mejor interpretación de su carrera, construyendo un villano tan carismático como profundamente perturbador. Su actuación se mueve con soltura entre el grotesco y el sadismo: puede bailar en kimono con una copa de vino y, segundos después, observar con frialdad absoluta la muerte de sus víctimas. Ese contraste —entre humor torcido y violencia desnuda— le otorga al personaje una presencia hipnótica que eleva la película más allá del simple exploitation. Courtney entiende a Tucker como un depredador consciente de su teatralidad, y desde ahí compone una figura inolvidable, una subversión feroz del mito del tiburón como amenaza principal. Es una interpretación desbordante, precisa y brutal.

10. Luisa Huertas en ‘No nos Moverán’

En No nos moverán, ópera prima de Pierre Saint-Martin, Luisa Huertas entrega una interpretación de una potencia poco habitual en el cine contemporáneo. Como Socorro Castellanos, una abogada marcada por el asesinato de su hermano durante la masacre de Tlatelolco de 1968, Huertas encarna la memoria histórica no como consigna, sino como herida abierta. Su actuación es áspera, ferozmente lúcida y profundamente física: cada gesto, cada silencio y cada estallido verbal revelan a una mujer atrapada en un tiempo suspendido, incapaz de soltar la culpa ni de confiar en una justicia que ha demostrado ser estructuralmente corrupta. Lejos de cualquier idealización, Huertas construye un personaje abrasivo y hipnótico, donde la obstinación funciona tanto como motor político como condena íntima. Es una interpretación que convierte el cuerpo en archivo y la rabia en una forma de resistencia, consolidando a Huertas como una de las grandes presencias actorales del año.

09. Jessie Buckley en ‘Hamnet’

En Hamnet, Jessie Buckley ofrece una de las interpretaciones más hondas y espirituales de su carrera. Como Agnes, la esposa de Shakespeare, Buckley encarna el duelo no como explosión emocional, sino como una presencia constante que se filtra en el cuerpo, la mirada y el vínculo con la naturaleza. Su actuación es de una intensidad controlada y primitiva: transita del gozo vital al agotamiento materno con una naturalidad que desarma, sosteniendo la película desde una expresividad que nunca cae en el exceso. Cada gesto suyo —caminar entre los bosques, detenerse ante el viento, observar en silencio— se convierte en una extensión del dolor y del amor que la atraviesan. Buckley entiende a Agnes como una figura en comunión con el mundo, capaz de transformar la pérdida en una forma de resistencia íntima. En sus ojos conviven furia, ternura y aceptación, y es ahí donde Hamnet encuentra su verdadero centro emocional: una mujer que, incluso frente a la muerte, elige seguir mirando.

08. Robert Pattinson en ‘Mickey 17’

Bong Joon-ho encuentra en Robert Pattinson al intérprete ideal para articular su sátira más amarga sobre la explotación laboral y la crisis de identidad en el capitalismo tardío. Como Mickey Barnes, un trabajador clonable condenado a morir una y otra vez en una colonia espacial, Pattinson construye una actuación camaleónica y profundamente humana. Su Mickey no es un héroe, sino un engranaje desechable, un hombre común atrapado en un ciclo de muerte y reemplazo que erosiona cualquier noción de singularidad. Pattinson dota al personaje de una vulnerabilidad constante y de una angustia existencial que se acumula con cada iteración, haciendo perceptible el peso psicológico de vivir sabiendo que se es reemplazable. A través de variaciones sutiles en el cuerpo, la voz y la mirada —especialmente en el contraste entre Mickey 17 y Mickey 18—, el actor transforma un alto concepto de ciencia ficción en un estudio inquietante sobre la identidad, la obediencia y la deshumanización. Es una interpretación incontestable, que confirma a Pattinson como uno de los actores más arriesgados y estimulantes de su generación.

Mickey 17

07. Rodrigo Santoro en ‘O último azul’

En O Último Azul, Gabriel Mascaro ofrece a Rodrigo Santoro uno de los roles más sensibles y reveladores de su carrera. Como Cadu, un hombre atravesado por una pérdida amorosa que acompaña a Teresa en su travesía por el Amazonas, Santoro encarna una masculinidad frágil, herida y profundamente humana, alejada de cualquier gesto de grandilocuencia. Su interpretación se construye desde la contención: silencios prolongados, miradas que cargan duelo y una presencia física que parece siempre a punto de desvanecerse en el paisaje. Cadu no lidera el viaje, lo acompaña, y en ese gesto de entrega el actor encuentra una potencia emocional poco habitual en la pantalla. Este ha sido un año clave para Santoro, quien también destacó en O Filho de Mil Homens de Daniel Rezende, donde vuelve a explorar la vulnerabilidad masculina y los afectos no normativos con una ternura desarmante. Dos interpretaciones que dialogan entre sí y confirman a Santoro como un intérprete capaz de repensar, con honestidad y sutileza, los límites del duelo, el cuidado y la identidad masculina.

06. Lea Myren en ‘La hermanastra fea’ (The Ugly Stepsister ) 

Emilie Blichfeldt convierte el cuento de hadas en una pesadilla corporal ferozmente feminista, y es Lea Myren quien sostiene esa violencia con una entrega física y emocional demoledora. Como Elvira, una joven empujada a deformarse para encajar en un ideal de belleza patriarcal, Myren construye una interpretación que se inscribe directamente en el cuerpo: cada gesto, cada contracción, cada mirada expone la humillación interiorizada y el deseo desesperado de pertenecer. La célebre secuencia de la rinoplastia sin anestesia —filmada con una crudeza casi insoportable— no funciona solo como shock visual, sino como el punto de quiebre de un personaje cuya identidad es literalmente esculpida a golpes. Myren encarna la docilidad aprendida, la furia reprimida y la euforia tóxica del reconocimiento tardío con una precisión devastadora, despojando al arquetipo de la “hermanastra fea” de toda caricatura para revelarla como víctima de un sistema que convierte a las mujeres en superficies corregibles. Es una actuación radical, incómoda y profundamente política, una de las más valientes y perturbadoras del año.

05. Toni Servillo en ‘La Grazia’ 

Paolo Sorrentino vuelve a la zona más sobria y metafísica de su cine, y lo hace apoyándose una vez más en el rostro fatigado y el silencio elocuente de Toni Servillo. Como Mariano De Santis, presidente ficticio de la República italiana enfrentado al dilema moral de aprobar una ley de eutanasia, Servillo ofrece una de sus interpretaciones más contenidas y dolientes: un estudio preciso sobre la erosión del alma en la vejez y el peso asfixiante de la responsabilidad política. Lejos del exceso caricaturesco de Il Divo o del hedonismo de La gran belleza, su personaje aparece petrificado por la duda, atrapado entre la fe, la culpa y una maquinaria institucional que ya no admite fisuras humanas. Servillo actúa desde la quietud, desde la respiración contenida y la mirada perdida, convirtiendo el cuerpo en un espacio donde colisionan la moral privada y el deber público. Es una actuación austera y profundamente melancólica, en la que Sorrentino parece reconocer no solo a su actor fetiche, sino al depositario de la memoria ética y emocional de todo su cine.

La Grazia

04. Sally Hawkins en ‘Bring Her Back’

En Bring Her Back, Sally Hawkins ofrece una de las interpretaciones más perturbadoras y emocionalmente complejas de su carrera. Como Laura, una madre adoptiva que intenta resucitar a su hija fallecida mediante rituales ocultos, Hawkins convierte el duelo en una fuerza corrosiva que contamina cada gesto de cuidado. Su actuación se mueve en una zona de ambivalencia constante: es tierna y amenazante, frágil y violenta, profundamente humana incluso cuando cruza el umbral de lo monstruoso. Lejos de cualquier exceso histriónico, Hawkins construye el horror desde lo íntimo, dejando que la locura emerja como una prolongación natural de la tristeza. Su Laura nunca es solo victimaria ni solo víctima; es el retrato devastador de una maternidad deformada por la pérdida, donde el amor se vuelve posesión y el cuidado, destrucción. Es una actuación inquietante y dolorosa, que eleva la película más allá del género y confirma a Hawkins como una de las grandes intérpretes de su generación.

03. Théodore Pellerin en ‘Nino’ y ‘Lurker’

Sobra decirlo: Théodore Pellerin es la gran revelación del año. En dos películas radicalmente distintas —Nino, de Pauline Loquès, y Lurker, de Alex Russell— el actor canadiense demuestra una versatilidad y una madurez interpretativa poco comunes. En Nino, ópera prima de Loquès, Pellerin ofrece una actuación de una delicadeza extrema. Su personaje no dramatiza la cercanía de la muerte, la acepta en silencio. A través de respiraciones contenidas, pausas mínimas y una mirada siempre en estado de escucha, Pellerin encarna a un joven que aprende a habitar el tiempo con una lucidez dolorosa. No hay heroísmo ni victimismo: solo la fragilidad de alguien que descubre que vivir no es resistir la muerte, sino integrarla. En Lurker, en cambio, Pellerin se desplaza hacia un territorio mucho más oscuro. Como Matthew, un hombre cuya fascinación se transforma en absorción emocional, construye un personaje inquietante sin recurrir al exceso. Su mirada, suspendida entre la adoración y el cálculo, es el verdadero motor del film. Hay ecos de Ripley y de Norman Bates en su composición: timidez, inteligencia y una amenaza latente que nunca termina de explicitarse. Pellerin logra generar empatía y repulsión al mismo tiempo. Dos interpretaciones opuestas, igualmente precisas, que confirman no solo una revelación, sino el nacimiento de un actor imprescindible.

02. Guillaume Marbeck en ‘Nouvelle Vague’

En Nouvelle Vague, Richard Linklater se aproxima al nacimiento de la modernidad cinematográfica no desde la reverencia académica, sino desde el juego, la curiosidad y la libertad creativa. En el centro de ese gesto está Guillaume Marbeck, cuya interpretación de Jean-Luc Godard es uno de los grandes placeres del año. Lejos de la imitación rígida, Marbeck construye una auténtica encarnación: captura la voz, los gestos y, sobre todo, la contradicción esencial del cineasta —genial y exasperante, brillante y profundamente inseguro. Su Godard es consciente de estar cambiando la historia del cine, pero también un joven que duda, que improvisa, que se afirma a través de frases lapidarias y silencios incómodos. Marbeck entiende que la Nouvelle Vague no fue solo un estilo, sino un estado mental, y desde ahí compone un personaje lúdico, nervioso y magnético, capaz de sostener la película como homenaje vivo al espíritu de À bout de souffle. Es una actuación divertida, inteligente y sorprendentemente precisa, que convierte la mitología del cine en una experiencia presente y vibrante.

01. Amy Madigan en ‘Weapons’

En Weapons, Amy Madigan entrega una de esas interpretaciones que no solo definen una película, sino que atraviesan el año cinematográfico para instalarse directamente en la cultura pop. Como la inquietante tía Gladys, Madigan compone un personaje inmediatamente reconocible e imposible de olvidar: grotesco, carismático y profundamente perturbador. Su actuación es física, excesiva y calculadamente ambigua, oscilando entre lo maternal y lo monstruoso, entre la figura doméstica y la encarnación del terror absoluto. Gladys no necesita explicaciones ni mitologías cerradas; Madigan la construye desde el gesto, la voz y una presencia que invade el espacio como una amenaza constante. Bajo el artificio —la peluca roja, el maquillaje exagerado, el vestuario rosa— late una tristeza corrosiva, una violencia íntima que Zach Cregger concibe como metáfora del alcoholismo infantil y del hogar como espacio de horror. Madigan no interpreta a un villano tradicional, sino a una figura traumática, casi arquetípica, capaz de manipular, seducir y destruir sin perder nunca su magnetismo. Es una actuación feroz, emocionalmente devastadora y absolutamente icónica, destinada a marcar el imaginario del terror contemporáneo y a convertirse en uno de los roles más memorables de 2025.

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