Isabel Coixet regresa al cine con la adaptación del best-seller de Sara Mesa protagonizada por Laia Costa y Hugo Silva, un drama que explorará los diferentes tipos de masculinidad tóxica.
Un Amor (2023)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Isabel Coixet
Reparto: Laia Costa, Hovik Keuchkerian, Luis Bermejo, Hugo Silva, Ingrid García Jonsson y Francisco Carril
Disponible: Google VOD
Isabel Coixet sigue explorando el concepto de las relaciones inusuales, y el como surgen sin que sus personajes caigan en cuenta que están atrapados en un círculo donde puede ser romántico o tóxico, por eso no es raro que el nuevo trabajo de la directora sea la adaptación de la novela Un Amor de la escritora Sara Mesa de 2020, un éxito de ventas. La historia sigue a una frágil joven traductora (Laia Costa) que trabaja con refugiados, pero el agobio y la depresión la llevan a trasladarse a una pequeña aldea rural, donde su vida tocará un fondo que ni ella misma sabía que podía ocurrir.
Coixet crea una película penetrante e inquietante, donde la crudeza y el aire sencillo llevan a la cineasta a construir una obra muy emocional, como eran los primeros trabajos de la directora, cosa lo que hace muy bien, ya que sabe como trabajar una estructura emocional sólida como una roca. El traslado de Nat al pueblo (por razones que temporalmente no se explican y que no son del todo convincentes cuando las conocemos) la ve llegar a un pueblo rural nada paradisíaco a la sombra de una enorme punta de roca y permanentemente bajo una nube. Ya frágil, lo que encuentra al llegar allí no ayuda: la casa que ha alquilado es prácticamente inhabitable y el propietario (Luis Bermejo) es un machista malhumorado especializado en microagresiones: a algunos espectadores les puede resultar tan difícil como a Nat, creer que esas personas todavía existen, pero en algunos lugares existen. Sus intercambios con Nat son aterradores de contemplar, estableciendo el aura generalmente amenazante que impregna el resto de la película.
Supuestamente para ayudar a protegerla, el propietario le regala a Nat un perro callejero al que ella intenta entrenar en vano, pero la chica se llega a encariñar con el perrito. En el trayecto de su nueva residencia, Nat tiene un vecino llamado Piter (Hugo Silva), un aspirante a artista sospechosamente servicial que se refiere a sí mismo como un “artesano del vidrio y la luz”, pero que realmente también se cree superior a la chica, y sabe como hacer comentarios sutiles sobre su hombría. También Nat, tiene de vecinos a un brillante y feliz matrimonio joven, Lara (Ingrid García-Jonsson) y Carlos (Francesco) que, como tantos españoles, viajan desde la ciudad los fines de semana para hacer barbacoas y presumir de sus hijos, o incluso hay una pareja de acianos a los que Nat les agarra cariño y les ayuda a cuidarlos, especialmente a la señora que ya está entrando a una primera etapa de demencia senil.
Luego esta Andreas (Hovik Keuchkerian), conocido entre los lugareños como “El Alemán”, y por lo tanto un outsider como Nat, este aparece en la puerta de la chica con una propuesta indecente: en una escena impecablemente interpretada y dirigida que bien podría haber sido ridícula, pero que en realidad resulta tan conmovedora y tierno, pero al mismo tiempo incómoda; Andreas declara cortésmente, como un colegial nervioso y demasiado grande, que le “gustaría mucho entrar” en ella a cambio de realizar reparaciones en su casa. Sorprendida, ella se niega y Andreas inclina la frente y sigue su camino. Pero de repente, probablemente impulsada por pura soledad, ella aparece en la puerta de la casa del hombre y acepta la propuesta.
La trama avanza de una manera intrigante e incómoda, donde vemos a Nat deambular y sobre pensar las cosas, incluso llegando a ser algo que realmente no es ella, lo que la lleva a repensar sobre sus decisiones, pero al mismo tiempo soportando las habladurías de la gente del pueblo sobre la relación que entabla con el Alemán, lo que la lleva a alejarse cada vez más de ellos.
Para construir todo ese ambiente pesado en lugar tan bello, Coixet sabe muy bien como ir explorando esa atmósfera pesada, donde las relaciones extremas e inusuales van dando pie a descubrir verdades ocultas. Nat, sin darse cuenta, se ha metido en una situación en la que queda claro que nuestros valores supuestamente civilizados pueden ser un mero barniz para algunas verdades básicas sobre las relaciones entre hombres y mujeres, una verdad a la que Nat se ve obligada a afrontar por primera vez.
Por otro lado, los dos personajes se complementan de una u otra forma, ambos son forasteros, pero al mismo tiempo son seres opuestos: ella es físicamente delgada, urbana, nerviosa y dislocada; él es pragmático y parecido a un oso, con un pasado trágico e inminente que parece regir cada una de sus acciones. Su relación es de pocas palabras y de silencios elocuentes, y lleva a Nat a un territorio emocional muy oscuro.
Keuchkerian logra crear una presencia en la pantalla penetrante, incómoda e incluso logras sentir el sudor que transpira, mientras que Costa refleja la vulnerabilidad que carga Nat, realmente es el mejor trabajo de la actriz de su carrera. Ambos actores logran una química brillante que es lo que sostiene la película incluso en sus bajones de ritmo.
Lo más destacado de Un Amor es que se aleja de la típica película que gira en torno a los pobres marginados urbanos que están atrapados por la crueldad del campo; aquí eso va más allá, ya que toma eso y lo lleva a la opresión que siente Nat, una que está cargada por una depresión que no la deja liberarse, ya que para amar a alguien primero debes amarte a ti mismo, y es lo que le pasa a Nat, que cree que se enamora de Andreas, pero ni él, ni ella saben lo que es el amor.