Lilies Not for Me | Review

Protagonizada por Fionn O’Shea y Louis Hoffman, ‘Lilies Not For Me’ es una inquietante película que explora la patologización médica de la homosexualidad en la Europa de entreguerras, a través de un relato íntimo de deseo, represión y trauma. 
Lilies Not for Me (2024)
Puntuación:★★★½
Dirección: Will Seefried
Reparto: Fionn O’Shea, Robert Aramayo, Erin Kellyman y Louis Hoffman
Disponible: VOD Google play / Apple TV

En un momento en que el cine queer ha comenzado, afortunadamente, a ocupar un espacio más visible dentro de la industria, con historias que celebran el amor, la pérdida y la resistencia de identidades largamente marginadas, aún persisten zonas oscuras del pasado que rara vez se abordan en pantalla. Estas narrativas, profundamente vergonzosas para las sociedades que las permitieron —y para quienes aún no han hecho las paces con su herencia cultural—, siguen siendo evitadas, quizás por el dolor que implican o por el riesgo de su representación. Lilies Not For Me, ópera prima de Will Seefried, se atreve a mirar de frente uno de esos episodios silenciados: la patologización médica de la homosexualidad en la Europa de entreguerras. Lejos de idealizar el pasado o romantizar el sufrimiento, la película traza un retrato íntimo y desgarrador de tres jóvenes cuyas vidas entrelazadas son marcadas por el deseo, la represión y el autoengaño.

Ambientada en la Inglaterra de los años 20, la película sigue a Owen (Fionn O’Shea), un joven escritor recluido en una institución médica para ser “curado” de su homosexualidad. Allí, entre inyecciones que le provocan violentas náuseas, se ve obligado a participar en simulacros de citas con una joven enfermera llamada Dorothy (Erin Kellyman), en un intento paternalista y profundamente inquietante de reencauzar su deseo. Esta parte del relato adquiere el tono sombrío y casi carcelario de un encierro físico y simbólico, retratando el aparato médico como un instrumento de opresión más que de cuidado.

La historia se fragmenta a través de una serie de flashbacks que trasladan al espectador a una etapa anterior en la vida de Owen, cuando vivía en una aislada cabaña campestre. Su vida cambia con la llega de Philip (Robert Aramayo), un médico marcado por los horrores de la Primera Guerra Mundial. En este entorno bucólico, aparentemente libre de juicio, surge entre ambos una conexión íntima que pronto se transforma en un idilio erótico. La cámara de Seefried se detiene en primeros planos sensuales, construyendo imágenes poéticas de piel y deseo que contrastan fuertemente con el clima opresivo del presente institucionalizado de Owen.

Pero esta libertad resulta efímera. Philip, dividido entre el deseo y la culpa, opta por reprimir sus sentimientos mediante un “tratamiento” radical que, pese a estar basado en hechos históricos, se presenta con una estilización tal que la verosimilitud se resiente. La operación, practicada con una frialdad casi clínica y una ausencia de consecuencias físicas o emocionales visibles, no solo cuestiona el realismo del film, sino que trivializa el horror de esas prácticas. A ello se suma la incorporación de un personaje externo, Charles (Louis Hoffman), que aporta un aire de ligereza necesaria al conflicto principal. Su llegada, su desnudo en medio del campo y el baile performativo que enseña a Owen aportan un aire lírico al tono narrativo.

Las escenas en el campo evocan el romanticismo visual de producciones como Maurice de James Ivory, con una melancolía estetizada que contrasta radicalmente con la crudeza clínica del hospital. Este quiebre no parece responder a una intención formal clara —como pudiera ser la yuxtaposición deliberada entre el ideal romántico y la represión institucional— sino a una falta de cohesión que pone en entredicho la construcción narrativa.

En su desenlace, Lilies Not For Me abandona definitivamente el realismo para abrazar una imaginería casi simbólica —el mártir San Sebastián como ícono gay, por ejemplo—, lo que sugiere un viraje hacia el homenaje queer clásico más que una reconstrucción histórica crítica. Este enfoque es, quizás, su mayor virtud así como su mayor debilidad: Seefried parece debatirse entre la denuncia sobria y el tributo estético a una tradición cinematográfica gay marcada por la represión, el dolor y el deseo imposible.

Las actuaciones de sus tres protagonistas, son el pilar del filme. Los tres chicos ofrecen un ancla emocional que compensa las inconsistencias del guion. Aramayo dota a Philip de una intensidad contradictoria que oscila entre la ternura y la amenaza, mientras que Hoffman logra dotar de una profundidad a un personaje potencialmente unidimensional. O’Shea, por su parte, es el corazón de la película, este lidia con un rol peligroso en su fragilidad: su Owen, a veces es demasiado etéreo, pero el actor logra darle un aire de rebeldía sutil, especialmente en las escenas del hospital.

Visualmente, el film apuesta por una estética contenida, con una paleta dominada por los tonos más naturales, evocando un pasado detenido en el tiempo. Curiosamente, esta representación de los años 20 se siente más eduardiana que moderna, reforzando la sensación de estar asistiendo a una relectura nostálgica de un cine de antaño, más anclado al cine de tacitas de té. 

Aunque algunos momentos de Lilies Not For Me resultan dispersos y su narrativa carece por momentos de una estructura un tanto perdida, el horror latente que permea la historia compensa con creces dichas irregularidades. No se trata de un filme perturbador por el mero impacto visual o temático, sino por la profundidad con la que sugiere —más que mostrar— la brutalidad de un sistema que patologizó el deseo y destruyó subjetividades en nombre de la moral y la ciencia. El guion, lejos de limitarse a una evocación histórica, se convierte en una herramienta crítica para confrontar los valores de nuestra sociedad contemporánea, obligando al espectador a reconsiderar qué significa realmente la normalidad, el cuerpo y la libertad en contextos normativos.

Es precisamente esta dimensión introspectiva y emocional lo que convierte a Lilies Not For Me en una de las propuestas más necesarias del cine actual. Su fuerza no radica solo en la denuncia, sino en la capacidad de hacer sentir ese dolor, ese anhelo y esa belleza imposible a través de una dirección delicada, una mirada compasiva y unas actuaciones tan contenidas como devastadoras. Tanto Fionn O’Shea como Robert Aramayo aportan capas de complejidad a sus personajes, permitiendo que el relato trascienda la historia individual para resonar como una elegía queer universal. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *