DJ Ahmet | Review

DJ Ahmet, ópera prima de Georgi M. Unkovski, es un coming-of-age ambientado en una comunidad rural de Macedonia del Norte, donde un adolescente encuentra en la música electrónica un refugio frente al duelo y las imposiciones tradicionales.
CRFIC 2025 | DJ Ahmet (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Georgi M. Unkovski
Reparto: Arif Jakup, Agush Agushev, Dora Akan Zlatanova y Aksel Mehmet

Hay películas que no necesitan alzar la voz para hacerse escuchar, y DJ Ahmet es una de ellas. Le basta con un ritmo, un gesto íntimo, una canción que suena en medio de un campo remoto para hablarnos del deseo de libertad, del dolor mudo de una pérdida y de la obstinada alegría que a veces sobrevive en los márgenes. Con su primer largometraje, Georgi M. Unkovski construye una historia de iniciación que no rehúye los lugares comunes del coming-of-age, pero los habita con frescura y honestidad. Lejos de imponer una mirada foránea o condescendiente sobre la vida rural en Macedonia del Norte, el director se sumerge con sensibilidad en la cotidianidad de un joven que encuentra en la música electrónica una forma de resistencia silenciosa frente a un mundo que parece tener ya su destino escrito. En lugar de ofrecer una narrativa grandilocuente, DJ Ahmet apuesta por lo íntimo, lo sensorial, lo atmosférico. Y es en esa vibración baja, casi como un bajo continuo, donde la película encuentra su fuerza.

La historia se despliega alrededor de Ahmet, un adolescente de quince años perteneciente a la minoría yuruk, cuyas pasiones musicales chocan frontalmente con las rutinas pastorales que lo rodean. Su mundo está definido por la pérdida reciente de su madre, el mutismo de su hermano menor, y la severidad de un padre tradicional. En ese contexto de dolor y represión emocional, Ahmet encuentra en los beats electrónicos no solo un escape, sino una posibilidad de afirmación personal. Unkovski, consciente de que la música puede ser tanto un refugio como una declaración política, convierte los altavoces del joven protagonista en instrumentos de resistencia cultural.

Desde las primeras escenas, DJ Ahmet articula con claridad su lenguaje emocional. La cámara capta los momentos de intimidad con ternura y compasión, sin caer en la sentimentalidad. La expresividad de Arif Jakup, en el rol principal, contrasta con la estoicidad de su entorno, construyendo una figura cuya lucha no es escandalosa, sino persistente: una rebelión sin gritos, hecha de miradas, canciones y actos pequeños pero significativos.

Uno de los momentos más notables del filme llega con la aparición de una rave improvisada en el bosque, una secuencia que roza el realismo mágico y que marca una inflexión narrativa. El trance colectivo de la música electrónica, con sus luces estroboscópicas y atmósfera onírica, irrumpe en el mundo pastoral con una fuerza disruptiva, llevándose consigo, literalmente, parte del rebaño. Esta escena resume el tono híbrido de la película, en el que lo absurdo y lo simbólico coexisten sin fricción. Unkovski, lejos de buscar una lógica férrea, permite que lo extraordinario penetre lo cotidiano, reflejando cómo Ahmet experimenta su realidad: atravesada por la pérdida, la frustración, y el deseo de algo más.

El personaje de Aya, interpretado por Dora Akan Zlatanova, introduce una segunda línea de fuga: la del deseo femenino de autonomía en una sociedad patriarcal. Obligada a regresar de Alemania para casarse con un hombre mayor, Aya comparte con Ahmet la necesidad de escapar, y lo hace también a través de la música y el baile. Sus ensayos secretos para una coreografía de TikTok, aparentemente triviales, se revelan como actos de afirmación personal frente a un destino impuesto. Unkovski no necesita elaborar una crítica explícita a las tradiciones que atan a sus personajes; basta con mostrar sus efectos y los esfuerzos de los jóvenes por romper esos lazos con creatividad y ternura.

A nivel visual, DJ Ahmet se enriquece con el trabajo del director de fotografía Naum Doksevski, cuya cámara captura tanto la aspereza del paisaje como la calidez humana que lo habita. Los colores vibrantes de los trajes tradicionales, la aparición de una oveja rosa o la luz crepuscular filtrada por las colinas no solo embellecen, sino que construyen una atmósfera donde lo real y lo imaginado se entrelazan. Esta estética deliberadamente ambigua refuerza la subjetividad del relato, que se desplaza entre la experiencia concreta de un adolescente rural y su anhelo por una vida más amplia, más libre.

Aunque el montaje peca por momentos de apresurado, y algunas subtramas quedan apenas delineadas —como la del mutismo del hermano menor o la historia del curandero—, la película logra sostenerse gracias a su coherencia tonal y a las interpretaciones de su joven elenco. El vínculo fraternal entre Ahmet y Naim, casi sin diálogos, se impone como una de las relaciones más conmovedoras del filme, anclando emocionalmente la historia en el terreno del duelo y la resiliencia.

Por otro lado, está el elemento de la música que dialoga con esta dualidad temática: mezcla lo ancestral con lo contemporáneo, lo local con lo global, lo orgánico con lo digital. De este modo, la banda sonora no solo subraya el conflicto entre tradición y modernidad, sino que lo convierte en una sinfonía íntima de transformación. La música no es solo una herramienta narrativa: es el eje gravitacional que organiza los deseos, los temores y las decisiones de los personajes.

DJ Ahmet no pretende ser una denuncia política ni un manifiesto cultural. Su fuerza reside en lo sutil, en la acumulación de pequeños gestos que configuran un retrato honesto de lo que significa crecer en los márgenes, enfrentarse a la pérdida y buscar sentido en medio del desconcierto. Si bien recurre a estructuras conocidas del coming-of-age, lo hace con una mirada renovada y una autenticidad palpable, que convierte cada desvío y cada nota musical en una forma de resistencia.

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