M3GAN 2.0 | Review

“M3GAN 2.0” abandona el terror juguetón de la primera película para convertirse en un espectáculo de acción con tintes de espionaje. Su sátira sobre la IA pierde fuerza entre giros absurdos y personajes desaprovechados.
M3GAN 2.0 (2025)
Puntuación:★★½
Dirección: Gerard Johnstone
Reparto: Allison Williams, Violet McGraw, Amie Donald, Ivanna Sakhno y Brian Jordan Alvarez 
Estreno en cines

El cine de terror y ciencia ficción siempre ha sabido reflejar los miedos colectivos de cada época. Desde Metropolis (1927) hasta Ex Machina (2014), las historias de máquinas que imitan o superan al ser humano se han convertido en espejos oscuros de nuestras propias ambiciones y límites. M3GAN, la primera entrega, llegó en 2023 como una muñeca asesina de mirada dulce y sonrisa escalofriante, un relevo posmoderno de Chucky o Annabelle, pero con el filo extra de la inteligencia artificial contemporánea. Sin embargo, M3GAN 2.0 se presenta como una secuela que, siguiendo la tradición de tantas franquicias de horror, parece debatirse entre expandir su universo y traicionar su esencia.

Lo más curioso de esta continuación es que su protagonista, M3GAN, ahora no encarna sólo la amenaza; se convierte también en la improbable salvadora. Este giro de guion podría leerse como una metáfora de nuestra relación con la tecnología: tememos a la IA, pero la necesitamos para resolver los problemas que ella misma genera. Gerard Johnstone, el director que imprimió a la original un tono irónico y juguetón, parece perder el pulso que equilibraba el terror con la sátira. Aquí, la atmósfera se diluye en una narrativa casi de espionaje, más cercana a Misión Imposible que a una película de horror claustrofóbico.

La primera M3GAN tenía una virtud fundamental: era consciente de su propia ridiculez. Sabía que su muñeca homicida funcionaba porque contrastaba la ternura robótica con la violencia descarnada, como si mezclara una coreografía de TikTok con una escena gore de Dead of Night. La secuela, en cambio, se enreda en una ambición casi apocalíptica. Al introducir a AMELIA, un androide militar de infiltración y combate, la película abandona su intimidad inicial: aquella que exploraba el dolor de una niña huérfana y la irresponsabilidad de los adultos que delegan la crianza en una máquina.

El problema de M3GAN 2.0 no es su absurdo —que podría ser un rasgo distintivo bien jugado— sino su falta de coherencia tonal. El espectador pasa de las secuencias de acción estilo blockbuster a comentarios sobre la regulación ética de la IA, salpicados por frases ingeniosas y guiños virales que parecen pensados para circular como memes más que para sostener la historia. En el fondo, hay una pregunta potente: ¿puede una IA trascender su programación y ejercer la moralidad? Lamentablemente, la película apenas la rasguña, distraída en su propia pirotecnia.

Algo similar sucede con Gemma y Cady, madre e hija forjadas en la primera cinta como motor emocional de la trama. En esta secuela su vínculo apenas se asoma, sustituido por laboratorios secretos, conspiraciones corporativas y robots que se enfrentan como si el guion hubiera querido ser Terminator 2 sin entender su propio mito. Es paradójico: M3GAN nació para recordarnos el peligro de entregar a la tecnología lo que antes era un lazo humano, pero ahora termina reconociendo que quizás sólo otra máquina puede redimirnos de nuestros excesos.

Hay destellos de genialidad, claro. El humor negro sigue vivo en los diálogos de M3GAN, cuyo carisma digital se roba cada plano que ocupa. La secuencia que cita a Kate Bush, por ejemplo, es un guiño delicioso, aunque se pierda en medio del caos narrativo. Uno imagina a Johnstone peleando por mantener vivo el espíritu de muñeca perversa, ahogado por un libreto que se toma demasiado en serio como comentario social.

A fin de cuentas, M3GAN 2.0 nos muestra lo que ocurre cuando una idea fresca se estira más allá de su forma natural. Como tantas secuelas de culto —Alien: Resurrection, The Matrix Reloaded o Halloween Ends— se convierte en un ejercicio de reciclaje de conceptos, consciente de que su existencia misma es un negocio antes que una exploración genuina del miedo. Y, sin embargo, hay algo profundamente revelador en su conclusión: la única esperanza para frenar una IA desbocada es otra IA, una que tal vez haya aprendido de nosotros a ser más humana que la propia humanidad.

Así, entre coreografías absurdas, villanos de segunda y discursos reciclados, M3GAN 2.0 termina por recordarnos que el horror real no está en la máquina, sino en quienes la alimentamos. Quizás no sea la secuela brillante que merecíamos, pero sí es la advertencia confusa que nos toca asumir: a veces el monstruo que tememos es también nuestra única tabla de salvación. Como diría la propia M3GAN, con esa sonrisa perturbadora: «¿Quién necesita humanidad cuando puedes reprogramar el miedo?».

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