Profanación (The Shrouds) | Review

Lo nuevo de David Cronenberg, es una exploración fúnebre y tecnológica del duelo, donde un empresario crea un sudario digital para observar la descomposición de su esposa fallecida.
Profanación (The Shrouds) | Review(2024)
Puntuación:★★½
Dirección: David Cronenberg
Reparto: Vincent Cassel, Diane Kruger, Guy Pearce y Sandrine Holt
Disponible: VOD Google Play

La nueva obra de David Cronenberg, Profanación, se adentra en un territorio inquietantemente personal. No sólo porque evoca con claridad el duelo real del director tras la pérdida de su esposa en 2017, sino porque en ella cristaliza, con más claridad que nunca, la vocación de Cronenberg por explorar los límites del cuerpo, del alma y de la tecnología como extensiones emocionales y políticas del trauma. Lo que resulta paradójico, y quizá trágico, es que en su película más íntima, más explícitamente autobiográfica, el autor canadiense se enreda en un dispositivo narrativo que, en su afán por decirlo todo, termina por disipar la potencia emocional de su premisa.

La historia gira en torno a Karsh (Vincent Cassel), un empresario tecnológico canadiense que ha canalizado su devastación emocional en la creación de un invento tan perverso como conceptual: un sudario digital que permite a los dolientes observar en tiempo real, a través de una app, la descomposición de los cadáveres de sus seres queridos. Esta tecnología, desarrollada por su empresa Gravetech, no sólo reconfigura la relación entre vida y muerte, sino que introduce una dimensión performativa a la experiencia del luto: ver morir es, ahora, un acto cotidiano, comercializado, casi ritualizado, donde, Profanación plantea un universo en el que el dolor no busca ser sanado, sino sostenido, estetizado, observado con fascinación.

En manos de otro director, esta premisa habría derivado en una fábula distópica o un thriller tecnológico. Pero Cronenberg, fiel a su imaginario, inserta el relato dentro de una matriz mucho más ambigua: la del cuerpo como campo de batalla simbólica. El cáncer de Becca (Diane Kruger), esposa fallecida de Karsh, se convierte en un mapa de mutilaciones, donde la enfermedad y la cirugía son formas complementarias de violencia. La obsesión del protagonista con los restos de su esposa —el “control” sobre su cadáver, la vigilancia como prueba de amor— expone una lógica necropolítica: poseer el cuerpo incluso después de la muerte, reclamarlo como objeto de memoria y deseo.

Sin embargo, y a pesar de los ecos a Crash o Dead Ringers, el film nunca alcanza la intensidad visceral de aquellas obras. Profanación está impregnada de una contención emocional que raya en lo apático, como si la introspección del director lo hubiera llevado a un terreno más cerebral que sensorial. El horror corporal, sello distintivo de su filmografía, aparece apenas como guiño: evocaciones quirúrgicas, tumores óseos, implantes, prótesis digitales. Cronenberg observa, pero ya no sacude; reflexiona, pero no transgrede.

Estéticamente, la película luce impecable. Douglas Koch firma una fotografía sobria y elegante, mientras que el diseño de producción —coproducido por Saint Laurent, con Anthony Vaccarello como productor— añade una capa de estilización que a veces roza lo publicitario. El maquillaje de Cassel, calcado del propio Cronenberg, no es solo un gesto autorreferencial sino una declaración de principios: esta es una película-espejo, un exorcismo privado. Cassel compone a un Karsh contenido, afligido, obsesivo, que se sostiene a pesar de diálogos excesivamente explicativos.

Narrativamente, el film pierde el rumbo. La trama se enreda en conspiraciones geopolíticas, entidades chinas y rusas, un excuñado informático interpretado por Guy Pearce que bordea la caricatura, y la aparición de una Becca multiplicada en avatares digitales y gemelas misteriosas. Kruger, en un ejercicio de desdoblamiento actoral, interpreta tres versiones de sí misma, lo que sugiere la multiplicidad de la memoria y la desintegración de la identidad en la era posthumana. Pero estas ideas, lejos de consolidarse, se dispersan entre líneas de diálogo densas y giros narrativos que no conducen a resoluciones claras.

El gran mérito —y quizá el gran problema— de Profanación es su ambición conceptual. Cronenberg quiere decir mucho: sobre la muerte, el amor, la vigilancia, el deseo, el cuerpo, el capitalismo tecnológico y el dolor. Pero al condensarlo todo en una sola película, diluye el impacto de cada uno de estos elementos. El guion, originalmente concebido como parte de una serie de Netflix, parece no haber sobrevivido del todo bien a su adaptación al formato largo. Abundan los cabos sueltos, las tramas paralelas sin desarrollo, y decisiones estilísticas que desconciertan sin estimular.

A pesar de ello, hay algo profundamente honesto en Profanación. Cronenberg ha envejecido, y con la vejez ha llegado una sensibilidad más melancólica, menos provocadora, pero no menos reflexiva. El duelo, como se sugiere en la cinta, es una forma de locura suave, una paranoia silenciosa que deforma nuestra percepción de la realidad. En este sentido,Profanación no es tanto una película de horror como un ensayo visual sobre el dolor persistente. Una comedia negra que apenas hace reír, un drama íntimo que evita la catarsis.

No es la mejor obra del maestro Cronenberg, ni la más radical, pero sí una de las más personales. Y aunque a ratos resulte dispersa, su huella emocional perdura, especialmente para quienes entienden que hay lutos que nunca se resuelven, sólo se reinventan. 

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