Rebecca Lenkiewicz debuta en la dirección con un drama sobre la codependencia entre madre e hija, interpretadas por Emma Mackey y Fiona Shaw. Aunque el filme posee atmósfera y potencia visual, el guion fragmentado diluye la fuerza del relato.
Hot Milk (2025)
Puntuación:★★½
Dirección: Rebecca Lenkiewicz
Reparto: Emma Mackey, Fiona Shaw, Vicky Krieps y Vincent Perez
Disponible en MUBI y en cines selectos
El debut como directora de Rebecca Lenkiewicz con Hot Milk, adaptación de la novela de Deborah Levy, se convierte en un ejercicio ambivalente: una película atrapada entre la potencia de su elenco y las debilidades de un guion que no logra darle coherencia a su compleja propuesta. La historia de Sofía (Emma Mackey) y su madre Rose (Fiona Shaw), marcada por una relación de dependencia y desgaste emocional, encuentra en la pantalla un terreno de tensiones simbólicas y psicológicas, pero nunca termina de liberarse de una narración que insiste en la fragmentación antes que en la profundidad.
La fuerza del filme reside en sus intérpretes. Emma Mackey entrega un trabajo progresivamente metamórfico: su Sofía evoluciona de la docilidad y la parálisis emocional hacia una furia emancipada, una transición encarnada con sutileza física y gestual. Fiona Shaw, con su habitual intensidad, imprime al personaje de Rose un dolor crónico que no solo inmoviliza el cuerpo, sino que actúa como metáfora del poder manipulador y asfixiante de la maternidad tóxica. Vicky Krieps, por su parte, ofrece un carisma enigmático, aunque su personaje Ingrid queda atrapado en un guion que la dibuja de manera superficial, incapaz de sostener el magnetismo que la narrativa pretende asignarle. La paradoja central de Hot Milk es que sus actrices parecen estar en películas distintas, interpretando variaciones de un mismo drama que nunca termina de confluir.
En términos visuales, Lenkiewicz demuestra un instinto sugerente. El paisaje costero español, con su mezcla de decadencia y aridez, funciona como metáfora del desgaste emocional y del encierro interior de sus personajes. La clínica, fría e impersonal, se erige como un símbolo de espejismos —una promesa de cura que es también un reflejo distorsionado de deseos reprimidos. Este espacio cinematográfico se refuerza con la sonoridad perturbadora: el ladrido insistente de un perro encadenado y la banda sonora experimental de Matthew Herbert intensifican la sensación de amenaza latente, de un drama que se cocina bajo la superficie.
El problema, sin embargo, radica en el guion. Lenkiewicz, guionista experimentada de filmes como Ida o Desobediencia, parece perderse en su propio material. La adaptación sacrifica el simbolismo exuberante y polisémico de la novela de Levy a favor de un relato más explícito pero menos sugerente. Lo que en el libro se experimenta como flujo poético de imágenes y obsesiones, en la película se vuelve mecánico o directamente torpe, cargando a los diálogos de una rigidez que ni las interpretaciones logran disimular. La fragmentación narrativa, en lugar de evocar ambigüedad productiva, genera desconexión y un ritmo irregular.
El vínculo con La hija perdida de Maggie Gyllenhaal no es casual. Ambas películas, basadas en novelas, indagan en las tensiones entre madres e hijas en escenarios veraniegos que funcionan como espejos deformantes de lo íntimo. Pero mientras el filme de Gyllenhaal consigue articular lo psicológico con lo atmosférico en una trama de densidad emocional, Hot Milk se queda a medio camino, atrapada entre su ambición simbólica y la falta de cohesión dramática.
Aun con estas irregularidades, Hot Milk ofrece momentos de verdadero impacto. La secuencia final, de resonancia visceral y rupturista, logra un poder dramático que trasciende. Es allí donde Lenkiewicz demuestra el potencial de su mirada como cineasta: un instinto para lo visual y lo atmosférico que, si encuentra mayor disciplina narrativa en futuros proyectos, podría traducirse en obras de mayor contundencia.
En suma, Hot Milk es una película de tensiones irresueltas: entre la potencia de su reparto y la debilidad de su guion, entre lo atmosférico y lo narrativo, entre la ambición de adaptar un universo literario y la dificultad de traducirlo al cine. Si bien queda lejos de ser una película redonda, el filme ofrece destellos de una directora que, en medio de la irregularidad, comienza a esculpir un lenguaje propio.