Los Roses | Review

Los Roses de Jay Roach es un remake de The War of the Roses que, aunque cuenta con el lucimiento de Olivia Colman y Benedict Cumberbatch, no logra aportar una nueva lectura a la sátira del matrimonio.
Los Roses (2025)
Puntuación:★½
Dirección: Jay Roach
Reparto: Olivia Colman, Benedict Cumberbatch, Andy Samberg, Kate McKinnon y Allison Janney,
Disponible en cines

El cine de Jay Roach siempre ha oscilado entre dos polos: la comedia ligera y accesible (Austin Powers, Meet the Parents), y un costado más político y serio (Trumbo, Bombshell). Nunca es un autor en el sentido estricto, sino un artesano versátil al servicio de proyectos que buscaban, en primer lugar, satisfacer a un público amplio y asegurar su eficacia narrativa. En ese sentido, su remake de The War of the Roses (Danny DeVito, 1989), basado en la novela de Warren Adler, parece una elección tan extraña como lógica: extraña porque se trata de una obra impregnada de un humor oscuro y cruel, casi incómodo; lógica porque Roach tiene oficio para potenciar a sus intérpretes y dar ritmo a historias cargadas de diálogos mordaces.

Los Roses (2025) actualiza, 36 años después, la despiadada sátira sobre el matrimonio que en su momento escandalizó por su violencia emocional y física. Aquí, los protagonistas son Ivy y Theo Rose, interpretados con una precisión quirúrgica por Olivia Colman y Benedict Cumberbatch, dos actores que elevan el material al dotarlo de una mezcla entre sequedad británica y magnetismo imprevisible. La premisa es conocida: una pareja que se amó profundamente comienza a desmoronarse, y ese derrumbe se convierte en un espectáculo grotesco de crueldad, resentimiento y venganza.

Lo que diferencia a esta nueva versión de la de DeVito no es tanto la trama —que sigue los mismos escalones de amor inicial, crisis, odio y destrucción—, sino el tono. Roach, junto al guion de Tony McNamara, opta por un registro farsesco y autoconsciente, donde la sátira no busca el realismo psicológico sino la exageración grotesca. Si Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019) mostraba con crudeza la fractura de una pareja en clave dramática, Los Roses la imagina con esteroides: peleas que escalan hasta el absurdo, estrategias cada vez más delirantes, afrentas que rozan lo criminal, todo envuelto en un humor negro que coquetea con lo lúdico.

El problema del filme, como ya ocurría en la versión de 1989, es el mismo: ¿dónde colocar al espectador? ¿Reírse de la crueldad? ¿Entrar en el morbo de ver cómo dos seres que alguna vez se amaron se aniquilan mutuamente? La película transita ese filo inestable, y aunque el exceso farsesco evita que caiga en un cine de la crueldad puro, tampoco logra articular un discurso sólido sobre el matrimonio. Al final, no queda claro si Roach pretende denunciar la toxicidad del amor posesivo, ironizar sobre los roles de género en crisis, o simplemente ofrecer un espectáculo de humor macabro.

Sin embargo, el filme sí acierta en la dirección de actores. Colman y Cumberbatch encuentran un equilibrio perfecto entre ternura soterrada y odio explosivo. Sus diálogos están cargados de sarcasmo y dobles sentidos, y aunque la caricatura está siempre presente, logran momentos de verdad devastadora. La frase de Ivy, “Te detuviste. No se supone que debas parar”, condensa esa paradoja: el amor como un flujo interrumpido, detenido en el tiempo hasta pudrirse.

Donde la película más falla es en su coralidad. Un reparto secundario de lujo —Kate McKinnon, Andy Samberg, Allison Janney, Ncuti Gatwa, entre otros— queda reducido a meros accesorios, orbitando alrededor de la pareja central sin espacio para desarrollarse. Sus intervenciones funcionan más como catalizadores de la relación de los protagonistas que como personajes con entidad propia. Esto genera un desequilibrio que vuelve la narrativa repetitiva: todo se reduce a un duelo de dos, sin mayores matices.

Formalmente, Roach mantiene un tono visual sobrio, sin grandes riesgos estéticos, confiando en la escritura mordaz de McNamara y en la química de los protagonistas. La ambientación en el enclave californiano de Mendocino, con su ostentación de lujo y decadencia, subraya el trasfondo de privilegio de los personajes: aquí no se trata de la lucha por sobrevivir, sino del sadismo en la abundancia, del placer de herir cuando ya no queda nada por ganar.

Quizás la gran pregunta que flota en Los Roses es la misma que nunca logró responder la versión de DeVito: ¿qué nos quiere decir sobre el matrimonio? ¿Que el amor siempre se transforma en resentimiento? ¿Que los pequeños gestos no resueltos se acumulan hasta explotar? ¿Que solo quien más nos ama puede infligirnos el dolor más cruel? El filme lanza todas estas hipótesis, pero no se decide por ninguna. Su apuesta es más por el goce del exceso que por una reflexión clara.

En última instancia, Los Roses es un espectáculo incómodo y magnético. Puede irritar a quienes busquen una reflexión seria sobre el amor o las relaciones de pareja, pero fascinará a quienes disfruten del humor negro llevado al límite. Jay Roach no logra darle un nuevo sentido a la historia, pero sí consigue ofrecer una versión contemporánea y estilizada que, gracias a Colman y Cumberbatch, encuentra un atractivo irresistible incluso en el odio más corrosivo.

Lo que nos lleva a la pregunta, por qué volver a contar esta historia. Si bien el remake actualiza escenarios, roles profesionales y dinámicas de género, lo hace sin aportar una lectura novedosa ni una verdadera relectura cultural del matrimonio en el siglo XXI. El filme se limita a pulir la maquinaria dramática y a modernizar el envoltorio, pero no a problematizar las tensiones que hoy atraviesan las relaciones de pareja: ni la precariedad emocional en la era digital, ni la presión del éxito individual, ni la fragilidad de los pactos íntimos bajo el escrutinio público. El resultado es una obra eficaz y entretenida, pero también innecesaria, que confirma más el oficio de Roach como artesano del remake que la vigencia del relato de Warren Adler.

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