El Conjuro 4: Últimos Ritos intenta cerrar la saga con un nuevo caso en 1986, donde los Warren enfrentan un espejo maldito que actúa como portal al infierno y amenaza la boda de su hija. Lo que podría ser una historia de terror gótico termina convertido en un melodrama familiar desabrido.
El Conjuro 4: Últimos Ritos (2025)
Puntuación:★★
Dirección: Michael Chaves
Reparto: Patrick Wilson, Vera Farmiga, Mia Tomlinson, Ben Hardy y Steve Coulter
Disponible en cines
Con El Conjuro 4: Últimos Ritos, Michael Chaves confirma lo que ya había insinuado en sus intentos anteriores dentro de la franquicia: es un director sin pulso para el terror. No sabe administrar el silencio ni la tensión, confunde atmósfera con oscuridad mal iluminada, y sus “sustos” parecen diseñados para un espectador adormecido que ni siquiera pestañea. Lo que debía ser el cierre de la saga que en 2013 revitalizó momentáneamente el género se convierte, paradójicamente, en su hundimiento más doloroso: una película sin nervio, sin imaginación y sin necesidad de existir.
La trama sitúa a Ed y Lorraine Warren en 1986, enfrentándose a un nuevo caso en Pensilvania, donde un antiguo espejo funciona como portal al infierno y amenaza con desencadenar el Armagedón en plena preparación de la boda de su hija Judy. Lo que podría sonar como un escenario propicio para el terror gótico se transforma, bajo la dirección de Chaves, en un drama familiar insípido: interminables conversaciones sobre fe, matrimonio y legado que sofocan cualquier atisbo de tensión. El conflicto sobrenatural —que debería sostener la película— queda relegado a un segundo plano, mientras la narrativa se distrae en subtramas banales y estira hasta lo insoportable una historia que nunca despega.
La dupla de Vera Farmiga y Patrick Wilson sigue siendo lo único rescatable. Su química es la tabla de salvación de una embarcación que hace agua por todos lados. Wilson y Farmiga logran insuflar algo de humanidad a personajes atrapados en un guion que los convierte en caricaturas de sí mismos: exorcistas veteranos que ya no asustan ni convencen. El problema es que el talento actoral no puede compensar la anemia visual ni el estatismo narrativo de Chaves.

Comparado con la energía del primer Conjuring de James Wan, Últimos Ritos es la prueba fehaciente de cómo una franquicia se desgasta hasta convertirse en un eco hueco de lo que alguna vez fue. Wan —con todos sus excesos y trucos reciclados del terror de los setenta— al menos sabía construir atmósfera. Chaves, en cambio, reduce todo a sustos de parque temático mal programado, donde los mecanismos se ven antes de activarse.
La película llega en un momento donde el terror contemporáneo atraviesa un renacimiento vibrante y plural: desde las reinvenciones folclóricas de Robert Eggers hasta el realismo sucio de películas como Hereditary o Saint Maud. Frente a ese panorama, Últimos Ritos se siente como el “dad-rock” del horror, una repetición perezosa de riffs gastados que ya no conmueven a nadie, salvo a quienes prefieren el confort de lo previsible.
Ni la dirección de arte ni la fotografía ofrecen algo memorable: muñecas espeluznantes de catálogo, maquillaje demoníaco sacado de un Halloween de segunda mano, y ascensos por escaleras oscuras que podrían insertarse en cualquier película del género sin que nadie notara la diferencia. La banda sonora, con Howard Jones incluido, subraya un anacronismo que confunde nostalgia con pereza creativa.
Al final, El Conjuro 4: Últimos Ritos no es solo el final de una saga: es el símbolo de cómo una franquicia, incapaz de reinventarse, termina autoaniquilándose. El terror necesita riesgo, caos, incomodidad; Chaves entrega todo lo contrario: un producto dócil, pulido hasta la insipidez, pensado para espectadores que buscan un ritual rutinario más que una experiencia cinematográfica. Es, en esencia, un epitafio mal escrito para una serie que alguna vez hizo creer que el horror podía volver a asustar.