Honey Don’t! | Review

Honey Don’t! de Ethan Coen confirma las dudas sobre su etapa en solitario: un cine más preocupado por el guiño estilístico que por la solidez narrativa. Aunque cuenta con interpretaciones atractivas y destellos de ingenio, la película se diluye en exceso de excentricidad y en un comentario social superficial.
Honey Don’t! (2025)
Puntuación:★★
Dirección: Ethan Coen
Reparto: Margaret Qualley, Aubrey Plaza, Chris Evans, Talia Ryder y Charlie Day 
Disponible: VOD Google Play

La segunda incursión en solitario de Ethan Coen, Honey Don’t! (2025), confirma tanto sus inquietudes autorales como sus limitaciones al alejarse del universo compartido con su hermano Joel. Escrita junto con su esposa Tricia Cooke, la película intenta construir una parodia noir a través de la figura de Honey O’Donahue (Margaret Qualley), una investigadora privada de aire retro atrapada en una conspiración absurda en Bakersfield, California. Sin embargo, lo que en el papel prometía una exploración satírica del género y una continuación del tono juguetón de Drive-Away Dolls (2024), termina por convertirse en una obra dispersa, enamorada de su propia extravagancia y con poco interés en dotar de solidez a su narrativa.

La trama, que involucra un reverendo corrupto (Chris Evans), una investigación truncada, familiares problemáticos y una romance lésbico con MG (Aubrey Plaza), acumula elementos más que los desarrolla. Los hilos narrativos rara vez convergen, y cuando lo hacen, no producen más que la sensación de un collage mal ensamblado. Coen y Cooke parecen más interesados en los adornos estéticos —el vestuario llamativo, los diálogos mordaces, las estampas retro de un mundo anacrónico— que en la construcción de un misterio coherente. El resultado es una cinta que confunde densidad con ruido, y frescura con artificio.

Lo más frustrante de Honey Don’t! es su incapacidad para sostener el comentario social que intenta esbozar. El retrato de la corrupción religiosa, la misoginia o la política de derecha estadounidense queda en meros guiños superficiales, como la pegatina feminista que Honey utiliza para tapar un símbolo MAGA. A diferencia de Fargo (1996), donde el paisaje helado era parte intrínseca de la condición humana de sus personajes, aquí Bakersfield es un escenario vacío, un decorado que nunca llega a respirar ni a influir en las acciones. Incluso el trabajo visual de Ari Wegner, que capta con solvencia la aridez del entorno, queda desaprovechado frente a la falta de un anclaje temático.

El filme encuentra un respiro en las interpretaciones de Margaret Qualley y Aubrey Plaza. La primera encarna a una detective arrogante y cansada que, pese a lo caricaturesco del guion, logra transmitir cierto encanto. La segunda, en cambio, reconfigura la figura de la femme fatale en clave queer, seduciendo a Honey con gestos masculinizados y un aura de peligro que aporta a la cinta su único destello de ingenio. Pero incluso esa chispa se diluye en medio de un guion que se complace más en acumular personajes excéntricos que en explorar relaciones significativas.

Ethan Coen parece obsesionado con replicar, en solitario, la marca estilística que junto a Joel definió décadas de cine estadounidense. Sin embargo, Honey Don’t! evidencia que la fórmula no se sostiene cuando el artificio sustituye a la sustancia. Si Drive-Away Dolls se salvaba en parte por su absurdo psicodélico, aquí la apuesta por el noir desnuda las carencias de una narración sin brújula, incapaz de dar peso a su sátira. La película no solo confirma el desencanto de quienes esperaban una reinvención del género, sino que pone en entredicho la relevancia de Ethan Coen fuera de la hermandad que lo hizo célebre.

En definitiva, Honey Don’t! es un cine que se ríe de sí mismo, pero olvida invitar a su público a la broma. Un trabajo que, paradójicamente, revela con claridad lo único consistente en la etapa reciente de Coen: la falta de sustancia tras el ruido.

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