El mayor éxito comercial del maestro David Cronenberg es una bizarra obra maestra, que mezcla elementos de ciencia ficción y body-horror, con una gran actuación de Jeff Goldblum.
David Cronenberg, nacido en Canadá, es uno de los cineastas más relevantes del siglo XX, trabajando de manera activa desde la década de los 60s hasta la actualidad. Su estilo es muy identificable, caracterizado por realizar obras que se mueven dentro del plano paranormal, incorporando elementos del terror, la ciencia ficción y el drama disparatado, con una clara disposición para experimentar y expandir el alcance del género.
Junto con John Carpenter y Wes Craven, ha moldeado el concepto de horror contemporáneo, al punto de que muchos de sus trabajos son considerados películas de culto, como Shivers (1975), Scanners (1981), Videodrome (1983), A History of Violence (2005), Eastern Promises (2007) o Cosmopolis (2012).
Su más reciente producción, titulada Crimes of the Future, será estrenada en el venidero Festival de cine de Cannes, por lo que la expectativa y emoción suponen una buena oportunidad para comentar una de sus mejores películas: The Fly, de 1986.
En esta obra, Cronenberg consolidó una propuesta original, la cual se convirtió en el mayor éxito comercial de su carrera, recaudando más de 60 millones de dólares, lo que refleja la respuesta positiva del público ante las imágenes gráficas y la trágica historia de amor mostrada en pantalla.
La trama se mueve alrededor de un científico llamado Seth (interpretado de gran manera por Jeff Goldblum), quien logra crear dos “telepods”, que le permiten transportar objetos inanimados, a través del espacio-tiempo, de una cápsula a otra. En el primer acto aparece en escena Roonie (Geena Davis), una periodista que rápidamente entabla una relación amorosa con Seth.
Las cosas se complican cuando, en su afán por sobresalir y romper las barreras de la naturaleza, Seth intenta teletransportarse, siendo un experimento fallido ya que dentro de una de esas cápsulas había una mosca. Al inicio, sus capacidades físicas y mentales se optimizan, sin embargo, el filme da un giro y comienza a mostrar los terribles cambios que experimenta, a medida que poco a poco se convierte en una criatura irreconocible.
Esta premisa, junto con las decisiones narrativas que el relato adopta, poseen claros referentes del mundo de la literatura, al ser evidentes los paralelismos entre obras como La Metamorfosis de Franz Kafka o Frankenstein de Mary Shelly, donde un hombre recibe un castigo por jugar a ser Dios.
Es evidente que la mayor parte de los recursos disponibles fueron dedicados a los efectos especiales y al maquillaje, los cuales resultan efectivos e impactantes al plasmar con gore y sin tapujos la pérdida de humanidad progresiva que sufre el protagonista. Resulta comprensible que en ciertos espectadores la crudeza de algunas escenas puede generar asco o repulsión, ya que ese es el efecto buscado por Cronenberg al invertir tanto esfuerzo en crear una auténtica abominación. Estas imágenes aberrantes son icónicas al igual que el desenlace
Vale la pena mencionar que la actuación de Jeff Goldblum como Seth es excelente; dentro un mismo filme interpreta roles con personalidades y motivaciones diferentes. Para los Premios Óscar de 1987, su nombre llegó a ser considerado en la categoría de Mejor Actor, aunque no alcanzó la nominación debido a que los filmes del género de terror no eran considerados “relevantes” por críticos de la Academia.
En palabras del propio Cronenberg, la película puede ser vista como una metáfora de la enfermedad misma, retratando el miedo humano hacia el envejecimiento, la pérdida de facultades y las transformaciones físicas que suponen una degradación en nuestro estado como personas. En su momento, se realizaron comentarios acerca de la que cinta era guardaba semejanzas con el rechazo y sufrimiento que los enfermos de SIDA sufrían, por lo que existen distintas formas de interpretar el mensaje detrás del guion de esta impactante película.