Un afamado cineasta regresa a México para enfrentarse a sus recuerdos en una epopeya surrealista, espectacular y asombrosamente autoindulgente que nace de las memorias de su director: Alejandro González Iñárritu.
FICM 2022 | Bardo (2022)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Alejandro González Iñárritu
Reparto: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Íker Sánchez Solano, Leonardo Alonso, Andrés Almeida, Ximena Lamadrid y Ruben Zamora
La nueva obra del gran cineasta Alejandro González Iñárritu es sin dudas la película más divisoria del año. suya es una obra que para muchos es una obra pretenciosa como para otros todo un especulo de ver en la mejor pantalla. Bardo es un filme que se mueve en los terrenos de obras como 8 ½ de Fellini, Dolor y gloria de Pedro Almodóvar, o incluso se puede decir más cercano que también tiene algo de la adaptación musical de Hellspawn conocido como Nine.
Es que de entrada la propuesta de Iñarritu es un juego que desde el título nos queda claro que lo que veremos es toda una experiencia. La palabra “Bardo” por un lado, era una persona que se dedicaba a la poesía, una que recitaba o narraba, lo cual tiene mucho sentido cuando ves la propuesta del director. En Argentina, el término “Bardo” es un sinónimo de lío, descontrol o despelote, el cual también conecta con las ideas del filme y por último en el budismo la misma palabra significa el estado de transición o el intermedio entre la vida y la reencarnación, lo cual dicho significado aplica en la cinta.
La cinta juega en dos modos, una que en ocasiones es un poco indulgente visualmente, pero a veces es cautivadoramente curiosa, ya que no paras de ver grandes metáforas que se van conectando con las ideas planteadas por su director, principalmente a la hora de explorar la historia de su natal México o la culpa de ser un expatriado famoso, que no logra encontrar su identidad.
El afamado cineasta regresa al cine luego de ganar dos veces el Oscar, cuya propuesta es un viaje de ensueño pilotado por un avatar que tiene un estilo Fellini, por los trajes y anteojos, y en algún punto intermedio algo de Malick. Aquí nos narra sobre un periodista y documentalista mexicano que ha sido generosamente recompensado en los Estados Unidos, que está a punto de recibir un gran premio, generalmente otorgado solo a los americanos. Iñárritu tiene, sospecho, una idea un poco vaga sobre la vida laboral de los verdaderos cineastas de documentales y periodistas, a diferencia de los directores de largometrajes colosalmente importantes ganadores del Oscar. Pero ahora, en este momento de triunfo, nuestro dicho héroe se encuentra en una crisis de identidad, sumergido en una madriguera de recuerdos y ansiedades sobre su familia, su carrera y el propio México, ya que los Estados Unidos es muy mexicano, pero para la sociedad de su país es extranjero.
El veterano actor Daniel Giménez Cacho interpreta a Silverio, un premiado cineasta a quien vemos primero en Los Ángeles (un escenario surrealista y conmovedor al que finalmente regresaremos) y luego en su ciudad natal mexicana donde intenta conseguir una entrevista con el presidente de los EE. UU. – una entrevista que el embajador de EE. UU. se ofrece a organizar con la condición de que Silverio abandone su crítica al racismo antimexicano de la Casa Blanca. De hecho, escuchamos una extraña noticia sobre un intento de Amazon de comprar directamente el estado mexicano de Baja California como un gran centro de distribución.
Silverio es amado y admirado por amigos cercanos y familiares, pero sus contemporáneos periodistas tienen algo más en sus corazones, revelado en la gigantesca fiesta organizada por sus camaradas de los medios de México: una especie de envidia asombrada combinada con resentimiento en la forma en que los dejó atrás, mercantilizando la pobreza y la miseria mexicana para los gringos en sus películas sobre las experiencias de los inmigrantes y el negocio de las drogas.
Cierto excolega rencoroso, que ahora presenta un programa de televisión de gran audiencia pero, intenta conseguirlo para una entrevista, pero Silverio teme que lo embosquen con preguntas sobre su infancia vulnerable o reciba comentarios racistas sobre su origen indígena. Dicho colega esta particularmente resentido por la epopeya documental sobre México, de enorme éxito, titulada Una falsa crónica de un puñado de verdades, que imagina en broma lo que el conquistador Hernán Cortés estaba pensando y sintiendo en un escenario de conquista brutal, pero imaginado de manera caprichosa, una que Iñárritu más tarde reinserta en la historia de Silverio.
La película está construida por varios momentos brillantes donde el director tira todo lo que piensa sobre su vida o su país, hay una secuencia deslumbrante en la que las calles se llenan de los cuerpos inertes de los “desaparecidos” de México: los desaparecidos reclamados por la pobreza y el crimen, ignorados despiadadamente por el Estado como hemos visto en muchas películas mexicanas últimamente; o hay una escena en la que Silverio se encuentra cara a cara con el fantasma de su pobre padre y trata de decirle todas las cosas que debería haberle dicho en vida.
Hay una escena astutamente representada en la que Silverio, a pesar de todo su activismo, lleva a su familia a un centro vacacional súper rico donde los sirvientes no pueden estar en la playa, y otra cuando Silverio exige que el oficial de inmigración de EE. UU. en LAX se disculpe por decir que como es un ciudadano mexicano, no tiene derecho a llamar a Estados Unidos “hogar”. Ese último es donde la película parece más intensamente autobiográfica.
Visualmente, el paisaje (el estado de ensueño dominante de la película que deforma la naturaleza y fusiona los biomas) le da a la imagen una cualidad de espectáculo donde la metáfora puede quedarse corta, y es lo que visual destaca por sobre todo momento, incluso sobre su guión o las actuaciones y es ahí donde está la cosa: a pesar de todas las delicias visuales que se exhiben y de los momentos conmovedores que es mejor dejar intactos, la historia en ocasiones pierde fuerza y todo se vuelve algo simplemente para contemplar.
Bardo es, para bien o para mal, es el proyecto más salvaje de Iñarritu, es un mosaico que mezcla recuerdos, pesadillas, sueños y realidades vagamente relacionados, algunos de ellos profundamente sentidas que brotan de las memorias del director.