Belén | Review

Dolores Fonzi reconstruye el caso real de una joven tucumana criminalizada tras sufrir un aborto espontáneo en 2014. La película combina thriller judicial, drama social y cine militante para denunciar la violencia institucional ejercida contra las mujeres.
Belén (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Dolores Fonzi
Reparto: Dolores Fonzi, Camila Plaate, Laura Paredes, Julieta Cardinali, Luis Machín y César Troncoso
Disponible en Prime Video

Belén, la segunda película dirigida e interpretada por Dolores Fonzi, llega en un momento en que Argentina atraviesa uno de los climas sociopolíticos más polarizados de su historia reciente. Allí donde Homo Argentum fue adoptada por el mileísmo como bandera cultural, Fonzi propone el contracampo: una obra que, más que un panfleto, es una reconstrucción sensible y rigurosa de un caso que desnudó la violencia estructural del Estado contra las mujeres. Esto transforma la película en un gesto que ya no es solo artístico sino profundamente político, casi contracultural dentro del viraje conservador actual.

Basada en el libro Somos Belén de Ana Correa, la película retoma un caso paradigmático: el de una joven tucumana que, en 2014, acude a un hospital con fuertes dolores abdominales sin saber que está embarazada y atravesando un aborto espontáneo. Despierta esposada, acusada de asesinato, criminalizada en un sistema judicial plagado de prejuicios, irregularidades y misoginia institucional. Fonzi decide reenfocar esa historia —dolorosa, confusa, cargada de silencios— desde su dimensión más cruda: cómo un cuerpo femenino vulnerado puede convertirse, en cuestión de horas, en terreno de disputa moral, judicial y política.

El filme encuentra su fuerza en esa tensión entre lo íntimo y lo social. El aborto espontáneo, que debería situarse en el terreno de la salud pública, emerge como una condena moralizante destinada a vigilar y castigar. Fonzi no subraya la injusticia con golpes de efecto; deja que los hechos hablen. Esa elección dota a Belén de una sobriedad que se vuelve aún más poderosa en una época donde el debate sobre el aborto y los derechos reproductivos vuelve a encenderse globalmente. Aquí, el drama legal es también un documento sobre cómo las instituciones se activan —o se ensañan— según el género y la clase de quienes caen en sus redes.

Desde lo cinematográfico, Belén combina thriller judicial, drama carcelario y cine militante, sin sacrificar su humanidad. La fotografía inicial, frenética y desorientada, acompaña la vivencia de la protagonista; luego encuentra un ritmo más clásico, como si la narrativa respirara a medida que crece la lucha por la verdad. Pero hay un elemento que sobresale: la actuación de Fonzi como la abogada Soledad Deza, una figura que encarna la persistencia y la furia ética frente a la maquinaria patriarcal del derecho. Deza se convierte en la heroína del relato, a veces en detrimento de la propia Belén, cuya caracterización —aunque interpretada con vulnerabilidad y dignidad por Camila Plaate— queda menos explorada. Esa elección narrativa, probablemente consciente, puede generar cierta distancia: la protagonista real se vuelve símbolo antes que sujeto.

Sin embargo, esta asimetría no diluye el impacto del film. Belén funciona como un recordatorio contundente de que los cuerpos gestantes han sido históricamente los más vigilados y los menos escuchados. Y también de que las criminalizaciones —juzgar a una mujer por un aborto espontáneo, por un dolor, por una emergencia obstétrica— no son anomalías sino síntomas de estructuras que siguen operando, incluso después de la legalización del aborto en 2020 en Argentina.

En última instancia, la película articula una pregunta profundamente social: ¿cuánto vale la palabra de una mujer cuando su dolor es interpretado como delito? Y más aún: ¿qué implica vivir en un país donde un accidente fisiológico puede transformarse en una condena perpetua, tanto judicial como simbólica?

Fonzi no busca cerrar la grieta, ni acercar posiciones cristalizadas. Lo que hace es algo más relevante: devuelve humanidad a un caso que la perdió en manos de discursos morales y titulares policiales. En ese gesto está su mayor mérito. Belén es una obra necesaria, que recuerda —sin dramatismos excesivos, sin golpes bajos— que la justicia no es solo un fallo judicial, sino la posibilidad de mirar a una mujer sin prejuicios, sin dogmas y sin castigos.

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