Francis Lawrence adapta la novela de Stephen King en clave minimalista y sombría. Aunque el trasfondo político queda apenas esbozado, la película encuentra fuerza en la relación entre Cooper Hoffman y David Jonsson, quienes aportan humanidad al relato.
Camina o muere (2025)
Puntuación:★★★½
Dirección: Francis Lawrence
Reparto: Cooper Hoffman, David Jonsson, Charlie Plummer, Ben Wang, Roman Griffin Davis, Garrett Wareing, Judy Greer y Mark Hamill
Disponible en cines
La adaptación de La larga marcha, novela temprana de Stephen King publicada bajo el seudónimo de Richard Bachman, llega al cine de la mano de Francis Lawrence, un director familiarizado con las distopías juveniles tras su paso por Los juegos del hambre. Con un reparto encabezado por Cooper Hoffman, David Jonsson, Judy Greer, Mark Hamill y Charlie Plummer, la película se enfrenta a un reto monumental: trasladar a la pantalla una historia claustrofóbica y repetitiva por naturaleza, donde la acción consiste en caminar hasta morir.
La premisa es tan sencilla como brutal: cincuenta adolescentes son seleccionados para participar en una caminata sin fin. Si alguno reduce la velocidad a menos de cinco kilómetros por hora, recibe hasta tres advertencias antes de ser ejecutado con un disparo en la cabeza. El último superviviente obtiene como recompensa cualquier deseo que el gobierno decida concederle. La historia no explica demasiado por qué los jóvenes aceptan semejante destino, ni desarrolla con claridad la sociedad autoritaria en la que se inscribe la competencia; en ese vacío, la película se concentra en los vínculos humanos que nacen en medio de la marcha.
Ray Garraty (Hoffman) es el corazón de la película: un chico sensible y decente que se convierte en líder moral para sus compañeros, pese a cargar con una melancolía que lo vuelve más complejo de lo que parece. Su amistad con Pete (David Jonsson) sostiene gran parte de la narrativa, recordando a Cuenta conmigo, otra historia de King sobre jóvenes que se descubren en el camino. Las interacciones entre ambos actores —tiernas, irónicas, dolorosas— dotan a la película de humanidad y contrapesan la monotonía de la marcha. De hecho, Jonsson se reafirma como la gran revelación de los últimos dos años luego de su paso por la serie Industry y su protagónico en Alien: Romulus, mientras que Charlie Plummer, otro de los jovenes talentos prometedores de los últimos año, en el papel del agresivo Barkovitch, queda menos aprovechado de lo esperado.

Francis Lawrence opta por un tono visual sobrio y realista. A diferencia del espectáculo colorido y político de Los juegos del hambre, aquí la distopía apenas se percibe: salvo algunos flashbacks y el convoy militar encabezado por un comandante caricaturesco (Mark Hamill), el foco está en los cuerpos exhaustos avanzando por una América rural vacía. La fotografía remite al trabajo de William Eggleston: paisajes pintorescos que contrastan con la violencia explícita de los disparos en la cabeza, mostrados con todo lujo de detalle. Este contraste potencia el horror, pero también subraya la desconexión entre el trasfondo político y la acción inmediata.
El guion de JT Mollner peca de reiterativo y deja cabos sueltos. Se mencionan transmisiones televisadas de la marcha, pero el tema nunca se retoma; un problema con los zapatos de un participante, que podría ser decisivo, se abandona sin consecuencias. Estos descuidos minan la consistencia del relato, que a veces parece probar la paciencia del espectador tanto como la resistencia de los caminantes. Además, el desenlace es demasiado predecible, restando impacto a un viaje que pedía una conclusión más perturbadora o ambigua.
Aun con sus debilidades, Camina o Muere logra transmitir la esencia cruel y nihilista de King: la idea de una juventud sacrificada en nombre de un espectáculo absurdo, donde la camaradería se construye y destruye en cuestión de pasos. La película funciona como un híbrido entre un relato bélico sin guerra y una “road movie” sin destino, en la que la violencia es inevitable y la ternura apenas un respiro fugaz antes del disparo. Lawrence apuesta por el minimalismo y confía en las actuaciones para sostener la tensión, lo cual en parte funciona gracias al carisma natural de Hoffman y Jonsson.
En conclusión, Camina o Muere no es la obra maestra que algunos esperaban, pero tampoco decepciona. Es una adaptación sobria, sombría y cruel, que ofrece momentos de intimidad memorables y un retrato despiadado de la competencia como metáfora de la vida y la muerte. Sin embargo, su trasfondo político diluido, la falta de desarrollo en ciertos personajes y un final previsible limitan su alcance. Lo que queda es una película dura y lúgubre, sostenida por sus intérpretes, que recuerda que en las distopías de Stephen King el horror no está en los monstruos, sino en la crueldad institucional y en la fragilidad de la condición humana.