Christy narra la vida de la boxeadora Christy Martin con una corrección tan rígida como olvidable. Pese a una historia potente y necesaria, la película se refugia en clichés del biopic deportivo y del drama de violencia doméstica.
Christy (2025)
Puntuación: ★★½
Dirección: David Michôd
Reparto: Sydney Sweeney, Ben Foster, Merritt Wever y Katy O’Brian
Disponible en VOD
Christy, de David Michôd, es el ejemplo más claro de cómo una vida extraordinaria puede quedar reducida a una película absolutamente ordinaria. El biopic de Christy Martin, pionera indiscutida del boxeo femenino en los años 90, se construye como si alguien hubiera abierto Wikipedia, subrayado los hitos más obvios y decidido filmarlos sin una sola idea que los articule desde el cine. El resultado es una obra agotadora, predecible y dramáticamente inerte, que desaprovecha una historia que pedía a gritos riesgo, personalidad y mirada.
Lo más desconcertante no es que Christy sea convencional —el género biográfico deportivo vive de estructuras reconocibles— sino lo poco que hace por justificar su existencia. El relato del ascenso y la caída está ahí, punto por punto, sin una sola desviación que permita entender por qué Christy Martin fue algo más que una atleta talentosa. La película insiste en que fue una figura histórica, pero nunca se molesta en demostrárnoslo. Su impacto cultural, su contradicción interna, su incomodidad dentro de un mundo masculino y su compleja relación con la feminidad apenas se rozan, como si fueran detalles secundarios y no el verdadero corazón del personaje.
David Michôd, que supo mostrar un filo incómodo y una mirada moral perturbadora en Animal Kingdom, aquí parece haber perdido toda urgencia creativa. Se limita a replicar los clichés más gastados del cine de boxeo: montajes con música estridente, entrenamientos, victorias celebradas a medias y derrotas anunciadas. A esto se suma otro molde igualmente conocido: el drama de violencia doméstica, centrado en la figura de Jim Martin, el mánager y esposo controlador interpretado por Ben Foster. El problema es que Jim termina definiendo la película mucho más que Christy, desplazando el foco hacia una brutalidad masculina ya vista mil veces.

Foster está sólido, pero peligrosamente cómodo. Su interpretación recurre a un registro odioso tan reconocible que el personaje parece venir con advertencias incluidas. La violencia es explícita, insistente, y culmina en un último acto de brutalidad que busca impacto visceral pero se siente innecesario, casi explotador. Michôd parece más interesado en mostrarnos lo peor del comportamiento humano que en explorar la subjetividad de su protagonista, y esa decisión termina empobreciendo el relato.
Merritt Wever, en un rol ingrato como madre negligente, hace más de lo que el guion merece, aportando matices donde no los hay. Pero ni siquiera su presencia logra levantar una película que avanza como una obligación, no como una necesidad expresiva. Todo se siente pesado, estirado, mecánico. Los 135 minutos se hacen eternos porque nunca hay una verdadera progresión emocional, solo acumulación de escenas que ya conocemos de memoria.
En cuanto a Sydney Sweeney, su trabajo es desigual. Dentro del ring es convincente: el entrenamiento físico rinde frutos y su corporalidad transmite esfuerzo, disciplina y desgaste. Fuera de él, en cambio, su actuación se percibe forzada, insegura, como si estuviera permanentemente consciente de estar “demostrando” algo. El problema no es solo suyo: interpretar a Christy durante dos décadas de vida sin un guion que profundice en su psicología es una tarea imposible. La película nos dice que tiene una “personalidad increíble”, pero jamás nos permite verla.
Lo más frustrante de Christy es lo que deja fuera. Los aspectos más complejos y contradictorios de Martin —su relación conflictiva con el feminismo, su lucha con la identidad sexual, la tensión entre masculinidad y feminidad, el hecho de haber sido moldeada por hombres en un sistema que nunca la pensó como sujeto autónomo— aparecen apenas insinuados y rápidamente descartados. En manos más inteligentes, ahí estaba la película. Aquí, solo quedan notas al pie.
Christy no fracasa por falta de relevancia, sino por falta de cine. Es una mirada perezosa sobre una figura fascinante, un biopic que confunde respeto con timidez y realismo con rutina. La vida de Christy Martin estuvo llena de golpes devastadores; su película, en cambio, apenas se siente como un roce. Y eso, tratándose de boxeo, es imperdonable.