Michael B Jordan logra un knockout en su debut como director en la nueva entrega de la franquicia Creed, la cual sigue la fórmula del éxito marcando un emocionante camino propio.
Creed III (2023)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Michael B. Jordan
Reparto: Michael B. Jordan; Tessa Thompson; Jonathan Majors; Wood Harris,
Disponible: estreno en cines
Las películas deportivas tienen una estructura probada, la cual, si es desarrollada bajo ciertos parámetros, garantiza el éxito de su producción al ser una fórmula utilizada por los estudios a lo largo de los años. Ejemplos sobran innovar dentro de este subgénero no es sencillo, al ser un territorio con la que un porcentaje importante de la audiencia se siente familiarizado, por lo que, la nueva entrega dentro de la franquicia de Creed merece un reconocimiento al expandir su universo y dar pasos en la dirección correcta.
Situada unos años después de la segunda película, Adonis Creed saborea el éxito de su fructífera carrera, disfrutando del retiro acompañado de su hija y su esposa, mientras se dedica a promocionar eventos y nuevas peleas, sin embargo, todo cambia con la llegada de Dame (Jonathan Majors), amigo de la infancia de Adonis y antiguo prodigio del boxeo quien, tras cumplir una extensa condena en la cárcel, está ansioso por demostrar que merece su oportunidad en el ring. Leyendo de manera superficial, es una premisa sencilla, la cual funciona gracias al tratamiento que recibe, asestando los golpes necesarios como para entretener sin olvidarse de los códigos de la saga Rocky, la cual, pese a la ausencia del icónico personaje, sigue siendo un claro referente en el trámite del filme.
Como es de esperar, gran parte del atractivo de este tipo de cine se encuentra enfocado en la espectacularidad de los combates, algo que Creed III entiende a la perfección y es sobresaliente en el planteamiento y ejecución de las peleas. Jordan se compromete a ofrecer un verdadero show, colocando gran variedad de cámaras las cuales siguen cada movimiento de los boxeadores, muchas veces sin cortes y con gran destreza técnica; el filme es capaz de plasmar la violencia y la brutalidad de cada golpe gracias a una excelente edición y unas coreografías ensayadas hasta el cansancio, lo que posibilita que sus dos personajes centrales brillen en sus respectivos roles.
A diferencia de Creed II, el centro emocional de la película es ejecutado con mayor acierto, no solo gracias a las ya mencionadas interpretaciones comprometidas o el claro amor dedicado a las secuencias de acción, sino gracias a la generación de espacios oportunos para que los personajes interactúen lejos del ring, en donde cada uno es vulnerable ante la vida misma, un tópico explorado a través del personaje de Tessa Thompson como Bianca, la esposa de Adonis, quien más que servir como un soporte afectivo, deriva en una actuación sutil pero efectiva pese al poco tiempo de exposición que recibe.
Apartado especial merece Jonathan Majors como el villano de la cinta, al personificar quizás al mejor contrincante al que Adonis o el mismo Rocky se hayan enfrentado. Su presencia física, motivaciones y capacidad histriónica (desde la proyección de la voz hasta los pequeños gestos al momento de articular) ofrecen una energía amenazante que eleva el nivel, representando ese factor X tan necesario que genera caos en distintos frentes y es capaz de impactar al protagonista debido a su historia compartida, la cual al ser explorada a través y algunos movimientos de cámara prescindibles, toma forma como un relato acerca del resentimiento y el alcance que las emociones negativas pueden tener en un ser humano. Además, el estilo de pelea que Majors retrata es fascinante al ser poco ortodoxo, inspirado por luchas callejeras más que de otras artes marciales, lo cual funciona como gancho, tanto para el público como para los mismos intérpretes.
En distintas entrevistas Jordan se ha declarado abiertamente como un fan del anime y la cultura que rodea esta industria, lo que se ve reflejado en varios momentos a lo largo del filme que no deben ser pasados por alto, desde posters retro de Naruto, Lupin the Third o Neon Genesis Evangelion decorando habitaciones hasta homenajes claros en el andamiaje cinematográfico que reflejan la influencia y el amor por dicho medio, como close ups a los ojos de los boxeadores previo a un pelea (recordando series icónicas como Hajime no Ippo o Yū Yū Hakusho), momentos en slow motion durante las peleas (recurso muy utilizado en series de animación japonesa) e inclusive una referencia clara a Dragon Ball Z en el enfrentamiento final en el que ambos cruzan puños y se golpean de manera simultanea en el rostro, resistiendo el golpe.
Existen razones para sentirse emocionados por el futuro de Jordan como director, inclusive lejos de la franquicia explotando otros géneros; su confianza creativa es plasmada en escenas concretas y su destreza detrás de la cámara es de admirar. Si bien existen disrritmias en el tono sumado a recursos utilizados con exceso que derivan en clichés predecibles, la película como un todo es una carta de presentación sólida de un realizador talentoso, con ganas de contar historias y que debuta con firmeza en una película que supone un desafío para cualquiera.
Es una pena que en el guion (donde participa el propio Ryan Coogler) exista una evidente falta de originalidad, quedándose corto hacia el tercer acto al recurrir a pobres elementos narrativos los cuales aparecen con el único propósito de mover la trama para derivar en el esperado combate final el cual, si bien consigue captar la atención gracias a decisiones inteligentes de Jordan detrás de la cámara, deriva en un final predecible, algo decepcionante al tener en consideración el resto de valores positivos de un filme que cumple, se destaca en aspectos concretos y pese a su fórmula ya conocida, representa un acierto al marcar el rumbo que el personaje de Creed debe seguir, alejado de la sombra de Rocky.