Cuando cae el otoño | Review

François Ozon  explora la culpa, la soledad y los secretos familiares a través del complejo retrato de una mujer mayor interpretada por la gran Hélène Vincent, quien ofrece una interpretación magnífica, encarnando a una protagonista ambigua y emocionalmente densa.
Cuando cae el otoño (2024)
Puntuación: ★★★½
Dirección: François Ozon
Reparto: Hélène Vincent, Josiane Balasko, Ludivine Sagnier y Pierre Lottin
Disponible en Filmin

François Ozon regresa con una obra que, aunque aparentemente contenida y discreta, se despliega como una sinfonía emocional sutil y turbadora. El título, tan evocador como engañosamente simple, sugiere una contemplación del ocaso vital, pero bajo esa superficie serena se esconde una corriente más turbulenta: una exploración sigilosa de la culpa, el recuerdo y los secretos familiares que se arrastran como hojas muertas empujadas por el viento.

Lejos del artificio barroco de The Crime Is Mine, Ozon cambia aquí de registro y abraza una tonalidad baja, casi murmurada. Sin embargo, no por ello menos afilada. En este thriller íntimo y otoñal, el director francés demuestra su maestría para camuflar el veneno bajo una estética apacible. El resultado es un relato tan contenido como inquietante, donde lo doméstico se funde con lo siniestro, y donde lo que no se dice —lo que se oculta tras los silencios, las miradas y los gestos pausados— pesa más que cualquier confesión.

La protagonista absoluta del film es Michelle, interpretada con una mezcla de fragilidad y firmeza por Hélène Vincent. Su trabajo es simplemente magistral: su rostro, a veces dulce, otras hermético, es un campo minado de contradicciones. En su interpretación, la ancianidad no es un estado pasivo ni decorativo, sino una etapa cargada de potencia narrativa, donde se acumulan los fantasmas del pasado y la posibilidad de redención. Vincent no actúa para la cámara: la habita. Con ella, Ozon construye no solo un personaje, sino una atmósfera.

En la Borgoña otoñal, capturada con lirismo sobrio por Jérôme Alméras, Michelle vive sola en una casa que parece tan acogedora como potencialmente amenazante. Esta ambivalencia permea toda la película: nada es del todo lo que parece. Ni el idilio bucólico es inocente, ni los afectos familiares son seguros. La tensión se cuece lentamente, alimentada por gestos contenidos, palabras mordidas, y un drama que crece sin levantar la voz.

A través del vínculo quebrado entre Michelle y su hija Valérie —una Ludivine Sagnier acertadamente antipática, casi caricaturesca en su egoísmo— Ozon construye una dinámica madre-hija corrosiva, tan dañina como reconocible. Entre ambas flota Lucas, el nieto, promesa de una reconciliación imposible, y testigo involuntario del deterioro emocional de su abuela. La familia, en este filme, no es refugio sino laberinto.

La aparición de Vincent (Pierre Lottin), exconvicto taciturno y leal, añade otra capa al misterio. Su relación con Michelle está atravesada por una complicidad que nunca se explica del todo, lo que refuerza la sensación de que estamos ante una historia donde el espectador debe completar los huecos. En un giro que recuerda a Chabrol, un suceso clave es ocultado deliberadamente, creando un vacío narrativo que, lejos de frustrar, activa una sospecha constante. Ozon juega con esa laguna como un director de orquesta juega con el silencio: no se trata de lo que se muestra, sino de lo que se sugiere.

Hay elementos del thriller clásico —el envenenamiento, la caída desde un balcón, los remordimientos—, pero Ozon los integra en un dispositivo más psicológico que detectivesco. No hay tensión de resolución, sino una inquietud difusa, casi existencial. El posible crimen no se presenta como hecho central sino como extensión natural del deterioro emocional. Lo criminal se vuelve íntimo, afectivo, y por eso más perturbador.

Con Cuando cae el otoño, Ozon ofrece una película que, a pesar de su aparente modestia, contiene una enorme densidad emocional. No necesita grandes despliegues para perturbar: basta con una conversación amarga, una receta maldita, un rostro que se endurece. Su tono contenido es precisamente lo que la hace más subversiva. Aquí la vejez no es un territorio de sabiduría serena, sino un campo minado de resentimientos y errores no expiados.

La película propone una reflexión incisiva sobre la vejez femenina, rara vez representada con esta complejidad y oscuridad. Michelle no es una víctima ni un ícono: es un personaje ambivalente, capaz de ternura y de manipulación, de afecto y de crueldad. Al final, no sabemos si perdonarla, condenarla o simplemente entenderla. Pero Ozon no nos obliga a decidir: prefiere dejarnos suspendidos en el mismo estado de ambigüedad en el que flota su protagonista.

Así, Cuando cae el otoño se alza como una de las obras más elegantes y amargas del cine reciente de Ozon. Una meditación disfrazada de intriga, una tragedia envuelta en rutina, y un retrato lúcido y desmitificador de una mujer en el otoño de su vida, donde cada hoja que cae parece llevarse consigo un secreto.

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