Kleber Mendonça Filho combina el delirio político y la sátira social para retratar un Brasil sumido en la paranoia y la represión. Wagner Moura interpreta a Marcelo, un fugitivo atrapado entre el pasado y la huida, en una Recife que parece respirar vigilancia y deseo.
FICM 2025 | El agente secreto (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Kleber Mendonça Filho
Reparto: Wagner Moura, Maria Fernanda Candido, Gabriel Leone, Carlos Francisco, Alice Carvalho, Italo Martins y Udo Kier
Kleber Mendonça Filho reconfigura el paisaje de Recife —esa ciudad que ha filmado como un cuerpo en constante mutación— para convertirlo en un territorio de vigilancia, deseo y fantasmas políticos. Ambientada en 1977, durante el ocaso de la dictadura militar brasileña, la película es menos un thriller político convencional que una arqueología de la paranoia. Mendonça Filho, que ya había explorado la violencia estructural y el imaginario de lo colectivo en Aquarius y Bacurau, ahora regresa al pasado para observar el presente: cómo el poder se infiltra en la cotidianidad, cómo la represión se camufla bajo la aparente normalidad del ruido urbano, el carnaval y la burocracia.
Marcelo, interpretado con una melancolía sobria por Wagner Moura, es el fugitivo perfecto de Mendonça Filho: un hombre suspendido entre la resistencia y el cansancio, entre el instinto de huir y el deseo de permanecer. Su huida a Recife, en un Volkswagen amarillo que parece arrancado de una postal tropical deformada, inaugura una película que se desplaza entre la crónica política y la fábula grotesca. Mendonça Filho articula el relato desde el absurdo: un país donde los tiburones se convierten en alegorías del Estado, donde una pierna humana en su estómago desata histerias mediáticas, y donde la violencia se disfraza de chisme o de superstición popular. En ese delirio carnavalesco, el director vuelve a desplegar su ironía política —el humor como resistencia, el disparate como lenguaje del trauma.
Visualmente, El agente secreto es una sinfonía de lo barroco y lo táctil. Rodada en Panavisión anamórfica, cada encuadre parece una postal enferma del Brasil de los setenta: saturación cromática, luz quemada, sudor y humedad. Mendonça Filho transforma lo histórico en un trance visual que debe tanto a Antonioni —por su ritmo denso y sus espacios cargados de vacío— como a Leone, en su manera de convertir la violencia en un ritual suspendido. Pero la referencia no es imitación: el director absorbe esas influencias para filtrarlas por su propio universo, donde la política, la arquitectura y la memoria audiovisual del país son materia viva.

El filme también funciona como un comentario sobre el cine mismo: sobre lo que permanece y lo que desaparece en los archivos. Las cintas de casete, las proyecciones de Le Magnifique, el cine del suegro de Marcelo, los fantasmas de Pictures of Ghosts… todo forma parte de una arqueología melancólica de la imagen. Mendonça Filho no solo filma la dictadura; filma la imposibilidad de conservar la historia sin que esta se descomponga. De ahí que la película oscile entre el recuerdo y la alucinación, entre el documento y la fábula. La violencia política se vuelve un mito popular, una comedia negra que la comunidad asimila a través del miedo y la fiesta.
Sin embargo, esa exuberancia visual y conceptual también tiene su precio. A ratos, la película parece complacerse en su propio exceso, rozando el shock value: escenas que se estiran más de lo necesario, personajes secundarios caricaturescos y un desenlace que se disuelve en su ambición simbólica. Ese exceso, aunque fiel al espíritu de Mendonça Filho, puede sentirse gratuito frente a la solidez de su crítica social. Pero incluso en su desmesura, El agente secreto es un testimonio apasionante del poder del cine latinoamericano para reimaginar su historia desde la desobediencia estética. Es un film que convierte la paranoia en una forma de memoria y la memoria en una resistencia contra el olvido.