El hombre de abajo | Review

Nadia Latif crea un thriller que promete ser inquietante sobre deudas, herencia cultural y tensiones raciales, pero se desborda en ambiciones y se queda atrapada en la indefinición, lo mejor es un Willem Dafoe que aporta los momentos más perturbadores.
El hombre de abajo (2025)
Puntuación: ★
Dirección: Nadia Latif
Reparto: Corey Hawkins, Willem Dafoe y Anna Diop
Disponible en Disney Plus

Hay películas que desde el primer instante revelan su origen literario. El hombre de abajo (The Man in My Basement, 2025), adaptación de la novela homónima de Walter Mosley dirigida por Nadia Latif, es uno de esos casos. Lo que en la página podía sostenerse como un ejercicio denso de atmósfera, misterio y reflexión sobre la memoria racial, en la pantalla se convierte en una propuesta errática, incapaz de definirse entre el thriller psicológico, el relato de terror clásico o el drama filosófico. La transposición cinematográfica se queda a medio camino: reconoce la riqueza de los temas, pero fracasa en darles un cauce narrativo claro.

La premisa inicial es potente: Charles Blakey (Corey Hawkins), un hombre negro endeudado que está a punto de perder su casa, encuentra en el sótano unas máscaras ancestrales que evocan la historia cultural de su comunidad. La irrupción de Anniston Bennet (Willem Dafoe), un extraño que ofrece pagar generosamente por alquilar ese mismo sótano, promete el inicio de una inquietante parábola. Y, en efecto, el arranque de la película sugiere una atmósfera de fantasmas y tensiones latentes que remite tanto al Polanski de El inquilino (1976) como a la paranoia de Pacific Heights (1990). Sin embargo, pronto esa atmósfera se diluye en un mar de ambiciones desmedidas.

Latif busca insertar, además de la historia de suspenso, una meditación sobre la desigualdad racial, el peso de la historia esclavista y la tensión entre privilegio blanco y resistencia afroamericana. Se añaden reflexiones filosóficas sobre la existencia, la herencia cultural y la lucha por la identidad. El resultado, sin embargo, es un híbrido confuso: demasiado difuso para ser un thriller, demasiado desarticulado para ser un ensayo político, y demasiado superficial para ser un ejercicio metafísico. En su afán de abarcarlo todo, la película termina sin lograr equilibrio ni unidad.

La falta de definición es su mayor problema. La narrativa se dispersa en tramas y tonos que se interrumpen entre sí. Los símbolos (las máscaras, el sótano como espacio de encierro e historia enterrada) no terminan de cuajar en una metáfora sólida, sino que quedan como apuntes inconclusos. La historia de Blakey oscila entre lo íntimo y lo social sin profundizar en ninguno de los dos terrenos, dejando al espectador con la sensación de que hay algo importante en juego, pero nunca del todo articulado.

Y, sin embargo, no todo está perdido en este sótano narrativo. Willem Dafoe, con su habitual magnetismo perturbador, consigue que Anniston Bennet se convierta en el eje más inquietante del film. Su sola presencia eleva la tensión y dota al relato de un filo extraño, casi hipnótico. Corey Hawkins, por su parte, sostiene con convicción el papel de un hombre derrotado, atrapado entre deudas, herencia cultural y dilemas morales. Pero sus esfuerzos se ven limitados por un guion que no sabe darle un arco claro ni aprovechar la dupla actoral que podría haber sido la columna vertebral del relato.

Al final, El hombre de abajo queda como un intento fallido de trasladar al cine la complejidad literaria de Mosley. La película tiene buenas ideas, momentos atmosféricos logrados y un elenco sólido, pero su indefinición y dispersión la condenan al aburrimiento. Es un caso donde la adaptación no logra emanciparse de la novela, quedando atrapada en un espacio intermedio: pesada en atmósfera, ligera en respuestas, confusa en sus grandes preguntas. Y es precisamente allí, en ese sótano de intenciones, donde el film se queda encerrado.

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