David Pablos crea un intenso thriller erótico y emocional que sigue la relación entre Veneno, un joven marginado, y Muñeco, un camionero solitario, mientras recorren el norte de México, un entorno dominado por el machismo y la violencia.
FICM 2025 | En el camino (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: David Pablos
Reparto: Victor Prieto, Osvaldo Sánchez, Victor Manuel Aguirre y Mariano Lopez Sosa
El quinto largometraje de David Pablos, En el camino, emerge como una obra que condensa la aspereza del cine de carretera, el peso simbólico del deseo reprimido y el eco trágico de la masculinidad en ruinas. Pablos, quien ya en Los elegidos y La danza de los 41 había explorado la tensión entre cuerpo, poder y sociedad, construye aquí un relato que, más que transitar el norte de México, atraviesa las grietas de la identidad masculina en un entorno donde la virilidad se mide por el silencio y la violencia. Lo que en apariencia es un thriller erótico se revela como una parábola sobre el desarraigo y la necesidad de redención a través del otro.
La primera imagen —Veneno empapado en gasolina, de rodillas en el desierto— condensa el espíritu del film: un cuerpo vulnerable, dispuesto al sacrificio, que pertenece a un paisaje sin misericordia. El desierto no solo funciona como escenario físico, sino como extensión emocional de los personajes. En esa geografía abierta, donde el horizonte parece prometer una salida que nunca llega, Pablos filma la soledad como una forma de condena. Veneno (Víctor Prieto) vaga de restaurante en restaurante, buscando en la carne la posibilidad efímera de pertenecer. Pero lo que encuentra son cuerpos que lo usan y lo desechan, reflejos fugaces de un deseo que no puede nombrarse sin peligro.
El cineasta, en colaboración con la fotógrafa Ximena Amann, imprime a estas secuencias una textura nocturna que remite tanto al realismo sombrío de Paris, Texas como al surrealismo sucio de Lost Highway. Las luces de neón que parpadean en bares y gasolineras se convierten en símbolos de una humanidad intermitente, donde lo íntimo se negocia entre sombras. El desierto y la carretera son espejos de una nación fragmentada, pero también del alma de los personajes: extensiones infinitas donde toda huida parece inútil.

El encuentro entre Veneno y Muñeco (Osvaldo Sánchez) articula el núcleo emocional y político del film. Muñeco, camionero endurecido por la rutina y por una vida que le enseñó a callar, representa la figura del macho tradicional que el cine mexicano tantas veces ha glorificado y, al mismo tiempo, temido. Veneno, por su parte, irrumpe como la grieta en ese modelo: joven, sexualmente libre, pero emocionalmente herido, un sobreviviente de un sistema que castiga la diferencia.
Pablos hace de su relación una danza de poder y ternura. Las escenas de intimidad —filmadas con una crudeza que nunca se vuelve pornográfica— expresan tanto la violencia del deseo como su dimensión redentora. En ellas, el sexo no es solo placer o transacción, sino un territorio donde el alma se expone. En un entorno dominado por el machismo y la represión, los cuerpos de Veneno y Muñeco se convierten en el único lenguaje posible para articular una verdad inconfesable.
El cineasta evita el moralismo y apuesta por la ambigüedad. Muñeco se resiste a aceptar lo que siente; su deseo se filtra en gestos mínimos —una mirada sostenida, un silencio prolongado— que revelan más que cualquier diálogo. La oración del camionero (“Dame, Señor, mano firme y mirada vigilante…”) resuena como un mantra de control que ambos hombres intentan sostener, pero que el viaje mismo desmonta. A medida que avanzan, la rigidez de la fe y de la masculinidad se desmorona ante la evidencia de la necesidad afectiva.
Pablos le imprime un tono noir a su película, aspecto que no es un simple recurso visual, sino un principio estructural. El director construye su relato como una amenaza constante: la violencia es inminente, incluso cuando no ocurre. Cada parada, cada encuentro, cada conversación con desconocidos contiene la posibilidad del desastre. Esa sensación de peligro no solo mantiene la tensión narrativa, sino que subraya la precariedad de los protagonistas: hombres al borde de la aniquilación, física y emocional.

En última instancia, En el camino es una película sobre la posibilidad del amor en el lugar menos pensado. Lo que comienza como una transacción —un aventón, un cuerpo ofrecido— se transforma en una alianza improbable entre dos seres rotos. Pablos filma ese proceso sin sentimentalismo, con una honestidad brutal que evita toda idealización. El amor, aquí, no salva; apenas ofrece un respiro. Pero en ese breve respiro se concentra la humanidad entera del film.
La relación entre Veneno y Muñeco no solo desafía los códigos del género road movie, sino también los del cine queer latinoamericano, que pocas veces ha situado el deseo homosexual en territorios tan áridos y viriles. Su vínculo, forjado entre gasolina, sudor y miedo, es un gesto político: amar en un mundo que niega la posibilidad del amor es, en sí mismo, un acto de resistencia.
La figura de Veneno, marcada desde la primera imagen por el fuego, cierra el círculo simbólico del film. Su cuerpo, que podría haber sido consumido por la llama, se convierte en el vehículo de una purificación dolorosa. En el camino no ofrece redenciones fáciles, pero sí un reconocimiento profundo: en la violencia del deseo, en la soledad del viaje, hay una forma de verdad que desborda las convenciones morales y cinematográficas.