Hamnet | Review

Chloé Zhao adapta con sensibilidad la novela de Maggie O’Farrell, transformando el duelo de Agnes, esposa de Shakespeare, en una meditación sobre el poder del arte para redimir el dolor. Con una puesta en escena contemplativa y actuaciones magistrales de Jessie Buckley y Paul Mescal, estamos ante una de las mejores películas del 2025. 
FICM 2025 | Hamnet (2025)
Puntuación: ★★★★½
Dirección: Chloé Zhao
Reparto: Jessie Buckley, Paul Mescal, Jacobi Jupe, Joe Alwyn, Emily Watson y Noah Jupe

En la filmografía de Chloé Zhao siempre ha existido una fascinación por los márgenes y los silencios del alma. Desde The Rider hasta Nomadland, su cámara ha perseguido a los seres que habitan el límite entre la pérdida y la supervivencia. Con Hamnet, adaptación de la aclamada novela de Maggie O’Farrell, la cineasta traslada su mirada poética a la Inglaterra isabelina, transformando una historia íntima de dolor y amor en una meditación sobre el poder creador del arte. La película, protagonizada por Jessie Buckley, Paul Mescal, Jacobi Jupe, Joe Alwyn y Emily Watson, no solo representa una de las adaptaciones literarias más logradas del año, sino también uno de los ejercicios cinematográficos más conmovedores y ambiciosos de Zhao.

La novela de O’Farrell, publicada en 2020, se consideraba prácticamente inadaptable: su fuerza residía en el lenguaje, en las sensaciones, en el lirismo íntimo con que abordaba la vida doméstica y espiritual de Agnes, la esposa de Shakespeare. Zhao, sin embargo, comprende que adaptar Hamnet no significa reproducir sus palabras, sino traducir su respiración. Su película no busca la fidelidad literal, sino la resonancia emocional. A través de un ritmo contemplativo, una fotografía bañada en luz natural y un montaje que alterna entre la temporalidad cíclica y el fragmento poético, Zhao consigue algo que pocos cineastas logran: filmar la textura de la pérdida.

El duelo en Hamnet no se representa con estridencia, sino con un murmullo constante. Cada plano de Buckley caminando por los bosques, cada ráfaga de viento sobre la hierba, se convierte en una extensión del alma doliente de Agnes. Así, Zhao reproduce cinematográficamente la prosa de O’Farrell, sustituyendo la musicalidad del lenguaje por el ritmo de la imagen. Su cámara, siempre paciente, parece acompañar el duelo sin juzgarlo, como si el cine mismo se ofreciera como una forma de consuelo.

Más allá de su dimensión íntima, Hamnet se inscribe dentro del imaginario histórico y artístico de la Inglaterra del siglo XVI. Zhao no pretende reconstruir con exactitud documental el entorno de Shakespeare, sino reinterpretarlo desde la sensibilidad contemporánea. En este sentido, el filme se convierte en una reflexión sobre el origen del arte y el modo en que la experiencia personal puede transformar la historia cultural.

El punto de partida —la muerte de Hamnet, hijo de Shakespeare, como posible inspiración para Hamlet— es un ejercicio de especulación poética. Zhao y O’Farrell lo asumen como una hipótesis emocional más que como una verdad histórica. Lo que importa no es si Shakespeare escribió Hamlet en homenaje a su hijo, sino cómo el acto de creación puede surgir del abismo del dolor. Cuando el William interpretado por Mescal se enfrenta al texto del célebre monólogo “Ser o no ser”, Zhao filma no al dramaturgo universal, sino al hombre quebrado que busca en la palabra una forma de sobrevivir a la pérdida. En esa escena, que bordea la exageración termina revelándose como profundamente sincera, la directora condensa la esencia de su propuesta: el arte no como monumento, sino como catarsis.

Ese aspecto funciona, debido a que el cine de Zhao, siempre ha oscilado entre el realismo poético y la contemplación espiritual. En Hamnet, ese tono adquiere una dimensión más clásica, incluso más calculada. A ratos, la puesta en escena parece someterse a las convenciones del “cine de prestigio”: composiciones simétricas, música envolvente (con el uso, quizá excesivo, de On the Nature of Daylight de Max Richter) y un diseño de producción impecable que podría acercarse a la recreación museística. Sin embargo, detrás de esa superficie cuidadosamente elaborada, late la misma sensibilidad que ha caracterizado a Zhao desde sus primeras obras: la búsqueda de la verdad emocional.

La secuencia de la muerte del niño —filmada con una sobriedad que evita el sentimentalismo— es un ejemplo de su maestría. Zhao no se detiene en el momento del fallecimiento, sino en el vacío que deja. Filma la casa, los objetos, el silencio. De este modo, la directora convierte la ausencia en materia visual. En los minutos finales, cuando Agnes presencia una representación de Hamlet y, al escuchar las palabras de su esposo, siente cómo su hijo se libera a través del arte, punto donde el filme alcanza una trascendencia que roza lo místico. Es el tipo de catarsis que solo el cine, en su unión de sonido, luz y tiempo, puede ofrecer.

Si la puesta en escena de Zhao es el cuerpo de Hamnet, las interpretaciones de Buckley y Mescal son su alma. Jessie Buckley ofrece una de las actuaciones más intensas y controladas de su carrera: su Agnes es una figura de fuerza primitiva, una mujer en comunión con la naturaleza que debe aprender a convivir con la pérdida. Buckley transita del éxtasis juvenil al agotamiento materno con una naturalidad que desarma. Su mirada —una mezcla de furia, resignación y ternura— sostiene toda la película. En ella, Zhao encuentra a su verdadera heroína: una mujer que, a pesar del dolor, elige seguir mirando al mundo.

Paul Mescal, por su parte, interpreta a un Shakespeare vulnerable, alejado de la imagen del genio distante. Su duelo es silencioso, introspectivo; su creación, un acto de desesperación. El monólogo “Ser o no ser” se convierte aquí en un grito de amor contenido. Jacobi Jupe, en el papel de Hamnet, aporta una inocencia serena que da sentido al desgarro posterior. Y Emily Watson, encarna el eco de una generación de mujeres acostumbradas a soportar la pérdida sin nombre ni reconocimiento.

En última instancia, Hamnet es una película sobre cómo el arte transforma el dolor en memoria compartida. Zhao filma la creación de Hamlet no como un hecho histórico, sino como un acto de comunión humana. En el plano final, cuando Agnes, en medio del teatro, lleva la mano a su pecho mientras Hamlet pronuncia “mi espíritu se libera”, la película trasciende su relato para convertirse en un ensayo visual sobre la redención. El arte no borra la muerte, pero la convierte en un puente: entre el pasado y el presente, entre el individuo y la humanidad.

Hamnet confirma que Chloé Zhao es una de las cineastas más sensibles de nuestro tiempo, capaz de integrar la épica del paisaje con la intimidad de la emoción. Su adaptación de O’Farrell demuestra que el cine aún puede dialogar con la literatura sin someterse a ella, que puede reinventar la palabra a través de la imagen. Y en una temporada dominada por el artificio y la sobreproducción, Hamnet emerge como una obra profundamente humana, silenciosa y devastadora.

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