En La historia del sonido Oliver Hermanus crea una película elegante pero emocionalmente vacía. Pese a las sólidas actuaciones de Paul Mescal y Josh O’Connor, el guion carece de profundidad y deja el romance sin fuerza ni evolución.
FICM 2025 | La historia del sonido (2025)
Puntuación: ★★½
Dirección: Oliver Hermanus
Reparto: Paul Mescal, Josh O’Connor, Chris Cooper, Peter Mark Kendall y Molly Price
Oliver Hermanus adapta el cuento de Ben Shattuck con una sofisticación formal que, paradójicamente, termina por despojar al filme de vida. Ambientada entre la Primera Guerra Mundial y la década de 1920, la historia sigue a Lionel (Paul Mescal), un joven cantante rural con oído absoluto, y a David (Josh O’Connor), un compositor de clase alta, en un viaje por los bosques de Maine para registrar canciones populares. Lo que debería ser una exploración del amor y de la memoria sonora del pasado se convierte en un ejercicio de contención emocional que, pese a su belleza visual, deja al espectador a distancia.
Hermanus, reconocido por obras intensas y personales como Beauty o Living, opta aquí por un tono contenido, casi museístico. Todo en La historia del sonido parece diseñado para ser admirado: la luz suave que baña los paisajes, el vestuario impecable, los diálogos en tono de época. Pero esa perfección se vuelve un corsé. Cada gesto, cada nota, parece medido con tal delicadeza que la película pierde su pulso vital. No hay error ni espontaneidad; y sin ellos, tampoco hay verdadera emoción.
Esa rigidez afecta directamente al romance central. La relación entre Lionel y David no carece de química —Mescal y O’Connor son intérpretes de enorme talento—, pero el guion de Hermanus y Ben Shattuck reduce su historia a una sucesión de escenas líricas, sin desarrollo emocional tangible. No asistimos a la evolución de un amor, sino a su evocación distante, como si el filme se narrara desde un museo de los sentimientos. La pasión que debería incendiar el relato queda siempre sugerida, jamás vivida.

El filme parece debatirse entre dos pulsiones: la del romance queer trágico al estilo de Brokeback Mountain y la del drama histórico de contención británica, propio del universo Merchant-Ivory. Sin embargo, nunca logra fusionarlas. Hermanus apuesta por la nostalgia, pero su mirada es más reverente que íntima. Las canciones que Lionel y David recopilan, símbolo del alma popular de un país, se escuchan como piezas de archivo; la música, que debería unirlos, se convierte en mero acompañamiento estético.
Hay, no obstante, destellos de belleza: la secuencia en la que ambos graban por primera vez una canción en cilindro de cera, o el reencuentro final atravesado por la memoria del sonido, poseen una melancolía contenida que revela lo que el filme pudo ser. Pero esos momentos no bastan para rescatarlo del letargo. El guion se conforma con observar, sin arriesgar, atrapado en su propia elegancia.
A nivel temático, The History of Sound plantea preguntas sugerentes sobre la relación entre memoria, arte y tecnología: cómo el sonido preserva lo efímero, cómo las voces del pasado sobreviven a través de la grabación. Sin embargo, el guion apenas las roza. El simbolismo se enuncia, pero no se encarna. El viaje por Maine, que podría haber sido una travesía interior y sensorial, se queda en postal.

Mescal aporta ternura y vulnerabilidad, y O’Connor encarna con sutileza la represión emocional de su personaje; sin embargo, ambos parecen actuar dentro de un marco que no les permite respirar. Son figuras atrapadas en la compostura de una película que teme el desbordamiento.
La historia del sonido es, en el fondo, una película sobre cómo escuchamos el pasado. Pero su impecable pulido visual la vuelve una experiencia fría, distante. Hermanus parece fascinado por la idea de registrar la belleza del silencio, pero termina capturando solo su superficie. Falta el temblor, la imperfección, la vulnerabilidad que vuelve humanos a sus personajes.
Lo que pudo ser un retrato poético del amor y la pérdida se convierte en una elegía estática, más interesada en la forma que en el latido. Ni el romanticismo ni la música logran vibrar con autenticidad, y el resultado es un filme admirable por su factura, pero falto de alma. La historia del sonido suena hermoso, pero nunca llega a escucharse de verdad.