La hora de la desaparición | Review

Lo nuevo de Zach Cregger, es un thriller de terror que explora la misteriosa desaparición de 17 niños en un pueblo de Pensilvania. A través de seis capítulos, la película entrelaza perspectivas y profundiza en temas como el duelo, la culpa y la violencia, equilibrando tensión, horror y humor negro.
La hora de la desaparición (2025)
Puntuación:★★★★
Dirección: Zach Cregger
Reparto: Josh Brolin, Julia Garner, Alden Ehrenreich, Austin Abrams, Benedict Wong y Amy Madigan 
Estreno en cines

Hay películas que te atrapan desde el primer fotograma, no por un gran susto, sino por la sensación de que algo fuera de lo normal está a punto de ocurrir. La hora de la desaparición pertenece a esa categoría. Zach Cregger arranca su historia con un prólogo inquietante narrado por un niño invisible, que promete “una historia real” donde la muerte se presenta de formas tan extrañas como perturbadoras. Y cumple su palabra con una imagen que se queda grabada: a las 2:17 a. m., 17 escolares de un pequeño pueblo salen de sus casas como hipnotizados, brazos extendidos, perdiéndose en la noche bajo la delicada y siniestra “Beware Of Darkness” de George Harrison. No hay explicaciones inmediatas; Cregger prefiere que el misterio respire y crezca, desmenuzándolo en seis capítulos que funcionan como piezas de un mismo rompecabezas.

Cregger, que ya demostró en Barbarian su habilidad para manipular las expectativas del público, aquí eleva la apuesta: la trama se desplaza constantemente entre el thriller, el horror puro y momentos de humor negro que desarman por completo la tensión. Es un cambio de tono que podría ser riesgoso, pero que él maneja con precisión quirúrgica, logrando que cada transición parezca natural. Parte de este efecto se debe a la puesta en escena de Larkin Seiple, que sabe transformar el espacio cotidiano en algo extraño y amenazante. La secuencia a cámara lenta de los niños abandonando sus hogares es un ejemplo perfecto: una coreografía visual que mezcla lo bello con lo escalofriante.

La estructura episódica, lejos de ser un capricho, es la herramienta que sostiene todo el relato. Cada capítulo se centra en un personaje diferente, ofreciendo una nueva perspectiva del mismo suceso y ampliando el mapa emocional de la historia. El espectador no solo avanza en la resolución del misterio, sino que también se adentra en las complejidades personales de cada figura. Justine (Julia Garner), la maestra cuya clase entera desaparece salvo un niño, encarna el peso del señalamiento público y la desintegración emocional que sigue a una tragedia. Archer (Josh Brolin), por su parte, representa la obsesión del duelo, el padre que no puede aceptar la ausencia y está dispuesto a cruzar cualquier límite para obtener respuestas.

Uno de los aspectos más interesantes de La hora de la desaparición es su forma de abordar temas delicados como los tiroteos escolares, la brutalidad policial, la adicción o la violencia doméstica. Estos elementos no se sienten explotados para el shock value, sino integrados en un tejido narrativo que entiende que el verdadero terror muchas veces nace de realidades que el público reconoce. Esto dota a la película de una carga emocional que persiste más allá del clímax y le da un peso dramático inusual para el género.

El guion también se permite jugar con la comedia negra, rompiendo el tono en momentos estratégicos para ofrecer un respiro o, a veces, para intensificar la incomodidad. Un detalle aparentemente banal, como la aparición de una copia en DVD de Willow, puede convertirse en un recordatorio inquietante de la banalidad que convive con el horror. Este humor, lejos de suavizar la experiencia, refuerza la sensación de extrañeza y desconcierto que atraviesa toda la película.

En su tramo final, La hora de la desaparición sube la apuesta. La narrativa, hasta entonces marcada por el misterio y las piezas dispersas, se acelera hacia un clímax de 20 minutos en el que todo lo acumulado —la tensión, las pistas, los conflictos personales— se desborda en una explosión visual y emocional. Es un final que combina violencia gráfica con una revelación que resignifica los eventos previos, logrando que el espectador salga de la sala no solo satisfecho, sino también perturbado.

El mayor mérito del filme es demostrar que el cine de terror puede ser ambicioso en estructura y tono sin perder efectividad. La película es un ejercicio de equilibrio: compleja pero clara, violenta pero medida, oscura pero con destellos de humor. Cregger confirma que domina no solo la construcción de atmósferas y giros narrativos, sino también el arte de mantener al espectador atrapado incluso en sus pausas más silenciosas. Lo que podría haber sido un rompecabezas pretencioso se convierte en una experiencia cinematográfica hipnótica y absorbente, donde el miedo no reside únicamente en lo que se ve, sino en lo que se intuye.

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