La misteriosa mirada del flamenco | Review

Diego Céspedes reinventa el desierto chileno de los años ochenta como escenario de deseo y persecución a través de los ojos de una niña criada por una familia queer.
FICM 2025 | La misteriosa mirada del flamenco (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Diego Céspedes
Reparto: Tamara Cortes, Matias Catalan, Paula Dinamarca y Pedro Muñoz

En el desierto chileno de los años ochenta, donde el viento arrastra el polvo y los rumores, una niña observa cómo el amor puede ser motivo de miedo. La misteriosa mirada del flamenco, ópera prima de Diego Céspedes, emerge desde esa mirada: la de Lidia, once años, hija de una familia queer acorralada por el prejuicio. En un pueblo minero donde se dice que una enfermedad se transmite con solo cruzar los ojos entre dos hombres, Céspedes transforma la superstición en alegoría, y el mito en una poderosa reflexión sobre el deseo, la intolerancia y la memoria queer. Lo que comienza como un relato de iniciación infantil pronto se revela como una fábula luminosa y cruel sobre la forma en que una sociedad teme lo que no puede comprender.

Ambientada en una comunidad marginada a las afueras de un árido poblado minero, la historia sigue a Lidia (Tamara Cortés), una niña criada por una familia travesti liderada por Mamá Boa (Paula Dinamarca) y su figura más brillante: La Flamenco (Matías Catalán), artista de cabaret y madre sustituta. Cuando una misteriosa enfermedad empieza a propagarse —una que, según los rumores, se transmite por “la mirada entre hombres enamorados”— la comunidad queer se convierte en chivo expiatorio. A través de los ojos de Lidia, asistimos a la lenta expansión del miedo, al estallido de la violencia y al nacimiento del deseo como acto de resistencia. En su búsqueda de justicia y de amor, Lidia deberá enfrentar el mismo odio que intenta destruir a los suyos.

El director chileno, ya reconocido por sus cortometrajes El verano del león eléctrico y Las criaturas que se derriten bajo el sol, lleva aquí su estética al límite de la fantasía y el realismo. Hay en La misteriosa mirada del flamenco ecos del primer Almodóvar, de Ripstein, incluso de las telenovelas ochenteras, pero Céspedes rehace esas influencias con un pulso propio: un cine que se atreve a ser barroco y emocional sin perder su lucidez política. Su universo es de lentejuelas, luces de neón y cuerpos en resistencia; un espacio donde el artificio es verdad y el glamour se convierte en arma de supervivencia. La casa de Mamá Boa, con sus travestis cantando Rocío Jurado entre risas y lágrimas, encarna ese territorio ambiguo entre la celebración y la tragedia.

En el corazón del film brilla La Flamenco —interpretada por un magnético Matías Catalán—, figura maternal, amante perdida y símbolo de todo lo que la sociedad decide excluir. A su lado, Lidia crece entre la inocencia y la sospecha, obligada a ver cómo el amor, ese gesto tan puro, puede convertirse en sentencia de muerte. La mirada, eje del relato, es tanto condena como redención: mirar es amar, mirar es atreverse. Céspedes filma esa mirada con la intensidad de un rito —a veces solemne, a veces febril—, y aunque su puesta en escena coquetea con el exceso, cada color y cada gesto revelan una emoción contenida. Su cine no teme al melodrama; lo abraza como un lenguaje de lo marginal, un modo de convertir la herida en espectáculo.

Entre el polvo del desierto y los destellos de purpurina, La misteriosa mirada del flamenco despliega un imaginario de resistencia queer donde la fantasía no sirve para escapar, sino para sobrevivir. Es un film sobre la infancia, pero también sobre el fin de la inocencia colectiva: el momento en que la sociedad, cegada por el miedo al VIH, transforma el deseo en amenaza. En esa tensión entre lo íntimo y lo político, Céspedes demuestra una madurez sorprendente, filmando el amor como un acto de coraje y la diferencia como la forma más pura de belleza.

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