México 86, de César Díaz, es un drama político íntimo que narra el exilio de una madre guatemalteca perseguida por la dictadura militar. Bérénice Béjo encarna con sobriedad a una mujer dividida entre su compromiso militante y su rol de madre.
México 86 (2024)
Puntuación: ★★★½
Dirección: César Díaz
Reparto: Bérénice Béjo, Matheo Labbé, Leonardo Ortizgris y Julieta Egurrola
Disponible en Filmin
César Díaz vuelve a mirar hacia el pasado reciente de su país, pero esta vez lo hace desde una perspectiva más íntima, más emocional. Si Nuestras madres se apoyaba en la memoria colectiva para hablar de los desaparecidos, aquí el foco se estrecha hacia una historia personal, casi silenciosa, donde el exilio, la maternidad y el activismo se entrelazan con dolor y ternura. La película no pretende revolucionar el género del thriller político, pero tampoco lo necesita: su fuerza está en la forma en que habita ese espacio con honestidad, con personajes profundamente humanos y con una tensión que nace más del conflicto interno que de la amenaza externa. Es un relato contenido, pero cargado de preguntas difíciles y emociones soterradas, que resuenan mucho después de que termina la proyección.
La historia sigue a María, encarnada por una Bérénice Béjo tan contenida como expresiva, quien tras presenciar el asesinato de su compañero y padre de su hijo a manos de las fuerzas represivas guatemaltecas, huye a México y asume una nueva identidad: Julia. Diez años después, la vida clandestina que lleva como periodista y activista se ve sacudida por la llegada de su hijo Marco, criado en Guatemala por su abuela, ahora enferma terminal. La tensión se instala desde lo político, sí, pero también desde el dilema ético y emocional que plantea ser madre bajo amenaza constante.
Díaz trabaja sobre un guion que, si bien sigue ciertos patrones previsibles del cine de denuncia latinoamericano, brilla por su precisión emocional y la construcción de personajes que nunca se entregan al arquetipo. La narrativa avanza con un ritmo pausado pero constante, atravesada por el miedo, el duelo, la culpa y el amor en su estado más contradictorio. La gran pregunta que orbita la película —¿es posible criar a un hijo mientras se lucha contra una dictadura?— no se responde con certezas, sino con escenas cargadas de tensión silenciosa, miradas que dicen más que los diálogos, y decisiones imposibles que resquebrajan cualquier ideología.
Formalmente, México 86 destaca por su sobriedad estética. La fotografía de Virginie Surdej, ya colaboradora de Díaz en Nuestras madres, apuesta por una paleta de colores nostálgica, dominada por ocres y verdes apagados, que evocan tanto la época como el estado de ánimo de los personajes. En su manejo de la luz y los encuadres se percibe una intención atmosférica: el peligro siempre se siente cercano, aunque no siempre se muestra. Las escenas en interiores, en particular, refuerzan la sensación de encierro y de doble vida que atraviesa a María/Julia.

Béjo entrega una interpretación magnética, incluso si por momentos su acento se percibe ajeno al contexto guatemalteco. Aun así, su trabajo emocional sostiene el eje de la película. Su rostro, a menudo contenido hasta la rigidez, se convierte en un lienzo para proyectar el dolor, la determinación y la ternura. La acompaña con solidez Matheo Labbé, quien encarna a Marco con una madurez que evita caer en la dulzura fácil del “niño víctima”. Su rebeldía creciente, su desconcierto ante una madre que es más mito que presencia, dotan al filme de un contrapunto conmovedor.
México 86 también se inserta con naturalidad en una corriente reciente del cine latinoamericano que se apropia de fechas y lugares como títulos: Argentina 1985, Chile’76. Pero lo que en otras películas funciona como testimonio histórico coral, en la obra de Díaz se torna crónica personal. La fecha y el lugar no son excusas para la recreación, sino coordenadas emocionales. El Mundial de fútbol —mínimamente aludido— no es más que un eco distante de una fiesta que ocurre mientras otras tragedias se urden en silencio.
A nivel discursivo, la película está atravesada por una contradicción vital: la urgencia de denunciar frente a la necesidad de cuidar. La militancia y la maternidad se colocan en polos opuestos, y lo que parece una elección entre lo colectivo y lo personal deviene un conflicto sin resolución clara. Díaz no impone una respuesta, pero la balanza emocional se inclina hacia el amor materno, sin que esto signifique una renuncia total a la causa. La escena en la que María contempla la posibilidad de enviar a su hijo a una “colmena” en Cuba —un lugar seguro pero impersonal— sintetiza esta paradoja: proteger a los hijos puede significar alejarlos, y también perderlos.
Como ejercicio cinematográfico, México 86 no sorprende por su estructura ni por su propuesta formal, pero se impone por la honestidad de su relato y la profundidad con que articula lo político y lo íntimo. César Díaz no busca el efectismo ni la espectacularización del trauma. Al contrario, su cine observa desde lo cotidiano, desde las grietas de una vida en fuga, cómo la historia atraviesa los cuerpos y las relaciones familiares. Lo que podría haberse quedado en una crónica de época se convierte en una indagación profundamente humana sobre los costos emocionales de luchar por un ideal.