No esperes demasiado del fin del mundo | Review

El siempre peculiar cineasta Radu Jude crea un nuevo ensayo experimental, cargado de humor satírico y con mucha crítica social, en este caso habla más hacia la explotación laboral.
No esperes demasiado del fin del mundo (2023)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Radu Jude
Reparto: Ilinca Manolache, Ovidiu Pîrsan, Nina Hoss, Katia Pascariu y Dorina Lazăr
Disponible en Mubi

El cineasta Romaní Radu Jude regresa al cine, luego de su extravagante película llamada Bad Luck Banging o Loony Porn, por la que ganó el Oso en Berlín. Ahora en esta nueva película, el polémico director crea otro locuaz collage de ensayo, que combina la comedia negra, citas literarias, chistes, comentarios cinéfilos y mucha crítica social al gobierno Rumano, como hacia su propio pueblo; no por nada el tituló de la película, ya nos deja ver de qué va todo esto. 

Radu crea otra nueva aventura experimental en la que la narrativa tiene una importancia meramente incidental, poniendo a prueba compulsivamente los límites y texturas de la experiencia del espectador, especialmente cuando el cineasta se pone a jugar con la pantalla, haciendo Zoom, utilizando momentos 4K, 8K, livestream y un poco de TikTok, todo eso mientras va armando una variedad de quejas hacia la Rumanía moderna: la degradación de su espacio público, la miseria de su continuo enamoramiento por líderes fuertes, su racismo, su incompetente adopción del capitalismo y el libre mercado, lo que provoca que muchas personas tengan que trabajar muchas horas continuas, casi sin descanso. 

La obra es todavía mucho más experimental de lo que podríamos deducir al momento de ir viéndola, ya que el cineasta nos guarda algo más, algo en el acto final, donde crea un plano continuo muy extendido de un grupo familiar cuya historia revela la forma en que se explota a los trabajadores en el país, pero al mismo tiempo vemos como las empresas buscan los medios para ocultar la verdadera historia, y si no tienen más remedio de decirle al público, hacen lo imposible para maquillar esa verdad, y en este caso lo vemos cuando se está grabando dicho video, y se le incita al empleado que ha quedado discapacitado que omita ciertos detalles como que no usaban cascos; en otras palabras culparse así mismo del accidente ocurrido y no a los patrones.

Aunque parezca raro habiendo contado todo lo anterior, la cinta tiene una protagonista, una chica llamada Angela (Ilinca Manolache), una asistente de producción acosada y privada de sueño de una empresa de cine y vídeo rumana en Bucarest. Su empleador, con el que parece tener un contrato de corta duración tan insignificante como la relación entre conductor y pasajero de Uber, recibe un encargo de una fría empresa austriaca con sucursales en Rumanía cuya tímida directora de marketing es interpretada por Nina Hoss.

La pobre Ángela tiene que conducir interminablemente y frenéticamente, usando su teléfono inteligente para audicionar a personas discapacitadas que están dispuestas a hacerlo a cambio de los mil euros prometidos. Es una vida miserable para Angela, cuyo único placer es publicar clips en TikTok donde se hace pasar por Andrew Tate: escupiendo bilis misógina y adoración por Vladimir Putin. Incluso llega a entrevistar al director de culto alemán Uwe Boll (interpretándose a sí mismo), famoso por sus películas de mal gusto. Estos vídeos están en color; el resto de su vida transcurre en un monocromo granulado.

Además de todo esto, Jude muestra fragmentos de una película rumana de la era Ceaușescu de 1981 titulada Angela Moves On, protagonizada por la ahora veterana actriz rumana Dorina Lazar como una taxista que se encuentra en una relación con uno de sus pasajeros. Que luego la veremos en un momento de la película, cuando le abre la puerta a Ángela (la mujer mayor está encantada con la duplicación kármica de sus nombres y la similitud de sus trabajos).

Pero entre todos esos juegos, el filme también explora lo que es la producción de la imagen: uno de los personajes reflexiona con tristeza sobre la muerte asistida de Jean-Luc Godard, aunque tal vez el espíritu de Godard siga vivo aquí en Radu Jude, especialmente cuando logramos entender que la película da muchas vueltas y se niega a centrarse en un tono particular, o decidir cuál es realmente el punto central, o decirnos con precisión qué tipo de sátira es, o si es una sátira en absoluto.

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