No me sigas | Review

No me sigas intenta criticar el culto a la fama digital mediante el terror, pero cae en clichés y una trama predecible. Pese a su atractivo visual, el filme se hunde gracias a un giro final que carece de coherencia y diluye su propuesta.
No me sigas (2025)
Puntuación:★★
Dirección: Ximena García Lecuona y Eduardo Lecuona
Reparto: Karla Coronado, Yankel Stevan, Julia Maqueo y Cesar Serrano Prado “Parker” 
Disponible en cines

En su debut como directores, los hermanos Ximena y Eduardo García Lecuona presentan No me sigas, la primera producción de Blumhouse enteramente en español. Una película que, aunque intenta sumergirse en la era digital con un enfoque contemporáneo, termina quedándose a medio camino entre la sátira sobre la obsesión por la fama y el terror genérico de manual.

La premisa tiene un atractivo innegable: Carla, interpretada por Karla Coronado, es una joven desesperada por ganar relevancia en redes sociales. Para conseguirlo, decide fingir un embrujo en su apartamento y transmitirlo a sus seguidores. Lo que comienza como una farsa se convierte rápidamente en una pesadilla real cuando una entidad maligna responde al llamado. En el fondo, la película plantea una pregunta interesante —¿hasta dónde llega alguien por conseguir atención en la era del like?—, pero su desarrollo termina tan atrapado en los códigos del found footage que pierde la oportunidad de explorar su propio discurso.

Visualmente, No me sigas tiene momentos sólidos. La puesta en escena en el edificio abandonado y el uso de cámaras fijas evocan el estilo de Actividad Paranormal, con encuadres que generan una sensación de vigilancia constante. Hay una intención clara de construir un espacio cerrado, húmedo y digitalmente contaminado, donde el horror se alimenta tanto del aislamiento físico como del psicológico. Sin embargo, esta ambientación —que al inicio resulta prometedora— pronto se vuelve repetitiva y mecánica, víctima de un montaje que estira las mismas tensiones sin resolverlas.

El problema no radica tanto en la forma como en la ausencia de un rumbo narrativo definido. Durante la primera hora, la historia parece girar en círculos, incapaz de decidir si quiere ser una crítica social o una película de sustos. El guion de Ximena García Lecuona sugiere lecturas interesantes sobre la performatividad de la identidad digital y la necesidad de validación, pero todo se diluye en una sucesión de clichés: sombras que aparecen fuera de foco, ruidos repentinos, gritos distorsionados. En otras palabras, un catálogo de recursos familiares que no construyen un verdadero terror, sino una simulación del mismo.

Cuando finalmente llega el plot twist, en lugar de revitalizar la trama, la hunde por completo. La irrupción de temas de ritos y logias secretas, sin previo desarrollo, rompe la lógica interna de la historia y traiciona el tono que la película había establecido. Lo que podría haber cerrado con coherencia el arco emocional de Carla —su descenso hacia una oscuridad nacida de la exposición digital y la soledad— termina convertido en un giro forzado, más cercano al efectismo que a una revelación narrativa. Y, sin embargo, en medio del caos argumental, sobrevive un mínimo atisbo de sentido: la pérdida de control de Carla puede leerse como metáfora del consumo voraz de atención que ella misma provocó, una víctima más del espectáculo que creó.

Como propuesta mexicana dentro del terror comercial, No me sigas es efectiva en su superficie —no perezosa, como otras del género— y su factura técnica supera la media. Pero el problema está en el alma: hay una evidente falta de riesgo creativo. El filme se conforma con imitar las fórmulas que Blumhouse lleva más de una década reciclando, en lugar de aprovechar la oportunidad de imprimir una identidad local o cultural propia. Su terror no proviene de un imaginario mexicano ni de su contexto social, sino de un molde global prefabricado.

En última instancia, No me sigas termina siendo lo que su protagonista quería evitar: una ilusión viral sin sustancia real. Una película que promete innovación pero se pierde entre filtros conocidos, efectos de sonido previsibles y un final que, irónicamente, borra cualquier atisbo de autenticidad que había logrado construir.

Es visualmente atractiva, sí. Tiene momentos de tensión genuina, también. Pero en su intento por ser universal, olvida ser verdaderamente aterradora. O peor aún, olvida ser interesante.

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