Opus | Review

‘Opus’, el debut de Mark Anthony Green, intenta ser una sátira sobre el culto a la celebridad y la creatividad, pero fracasa por su narrativa torpe y pretenciosa. Aunque Malkovich destaca con una actuación magnética.
Opus (2025)
Puntuación:★½
Dirección: Mark Anthony Green
Reparto: Ayo Edebiri, John Malkovich, Juliette Lewis, Amber Midthunder y Murray Bartlett 
Disponible: VOD Google Play

Hablar siempre sobre una figura pública querida —una estrella de cine o musical, por ejemplo— con siquiera una crítica moderada, conoce bien las represalias del fanatismo digital. La intensidad casi tribal de ciertos fandoms hipersensibles, amplificada por el anonimato de las redes, puede desatar desde un aluvión de insultos hasta amenazas de muerte o doxing. En esta dinámica de devoción incondicional, hay un terreno fértil para explorar las tensiones entre la celebridad, su influencia y el séquito que la rodea. De ahí podría surgir un thriller fascinante, uno que interrogue no sólo el poder de la figura idolatrada, sino también su responsabilidad ante las acciones de sus devotos. Pero Opus, el debut cinematográfico del exeditor de GQ Mark Anthony Green, producido por A24 y estrenada en el pasado Festival de Sundance, no es esa película. Lejos de ser una crítica contundente al culto a la personalidad, se trata más bien de una cinta pop pretenciosa y fallida, incapaz de sostener el peso de sus propias aspiraciones.

Green parece obsesionado con el mensaje que desea transmitir, pero no ha encontrado el lenguaje cinematográfico adecuado para hacerlo. Opus intenta conjugar un thriller de encierro con una sátira sobre la industria del entretenimiento, pero se enreda en sus propias ambiciones y termina siendo un collage disonante de ideas mal ejecutadas. En su núcleo yace una premisa intrigante: un grupo heterogéneo de figuras mediáticas —una influencer, un paparazzi, una periodista de televisión, un editor de revista, un músico convertido en podcaster y una joven escritora sin experiencia— son invitados a la remota finca de Alfred Moretti (un hipnótico John Malkovich), una estrella pop retirada que asegura haber creado el mejor álbum de todos los tiempos. La promesa es una “listening party” exclusiva, pero lo que se desata es un descenso hacia el delirio disfrazado de iluminación artística.

La elección de personajes —más caricaturas que individuos— permite a Green aludir a diversas formas de parasitismo mediático. Sin embargo, lo que podría haber sido una disección lúcida de los vínculos entre celebridad, explotación y adulación, se convierte en una serie de escenas torpemente ensambladas que no logran ni el suspenso ni la sátira efectiva. Ariel, la escritora interpretada por Ayo Edebiri, es quien representa la mirada del espectador. Marginada en su medio por su juventud y falta de experiencia, llega a Opus decidida a hacer valer su voz. Pero a medida que la historia avanza y la atmósfera se torna más turbia, la actuación de Edebiri —encantadora en el terreno de la comedia— se vuelve desconcertantemente disonante. Su tono ligero no logra adaptarse al registro más oscuro que la película intenta alcanzar, lo cual debilita cualquier intento de tensión real.

En contraste, Malkovich brilla con un magnetismo perturbador. Su Moretti, mezcla de gurú espiritual y estrella egocéntrica, se entrega a un performance que, en manos de otro actor, podría haber caído en la parodia. Es gracias a su presencia que algunas escenas logran un mínimo de cohesión dramática. Sin embargo, ni siquiera él puede rescatar una narrativa que se desmorona bajo el peso de su propia inverosimilitud. El guion se inclina por revelaciones absurdas, motivaciones contradictorias y un clímax tan artificioso como torpe. Hay una sensación constante de improvisación mal dirigida, como si la película hubiera sido sometida a una cirugía de último minuto en la sala de edición, sin lograr suturar sus heridas narrativas.

Estéticamente, Opus adopta un estilo visual sobreiluminado y colorido que busca emular cierta excentricidad artística, pero termina por desconectarnos de cualquier tensión real. La puesta en escena no genera misterio, sino confusión; el diseño de producción y la dirección de arte parecen más interesados en impresionar que en servir al relato. Incluso los cameos de figuras reales como Wolf Blitzer, Bill Burr o Lenny Kravitz —una estrategia que busca anclar el relato en la realidad pop— se sienten perdidos dentro de un universo que nunca se define del todo.

Opus se inscribe dentro de una tendencia reciente del cine y la televisión: obras ambientadas en espacios aislados con elencos diversos enfrentando misterios progresivamente macabros —The Menu, Glass Onion, Midsommar, Nine Perfect Strangers, entre otros—. Pero mientras estas producciones, con mayor o menor acierto, logran construir una crítica social en paralelo al suspense, Opus se limita a imitar sus formas sin comprender sus fundamentos. Se queda en el gesto, en la cita vacía, en el guiño sin contenido.

La sensación final es de frustración. No porque la película haya fallado, sino porque se percibe claramente el potencial desperdiciado. Green ha querido hablar del culto a la genialidad, de la tiranía creativa, del vacío mediático, de la lucha por destacar en un sistema que fagocita a los más jóvenes… pero ha terminado por ofrecer una versión superficial y autocomplaciente de todos esos temas. Su ópera prima no parece el producto de una ambición legítima, sino de una confianza desmedida en su propia brillantez. Y quizá lo más irritante sea que Opus, en su presunta crítica al narcisismo contemporáneo, no deja de ser un reflejo de ese mismo narcisismo.

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