Mary Bronstein retrata la maternidad como un territorio de presión constante donde Rose Byrne intenta sostener una vida que se desbarata a cada paso. La actriz brilla en un papel ferozmente vulnerable.
Si pudiera, te daría una patada (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Mary Bronstein
Reparto: Rose Byrne, Conan O’Brien, Danielle Macdonald, Delaney Quinn y Christian Slater
Disponible en VOD
Hay historias que no necesitan monstruos ni grandes revelaciones para resultar terroríficas; basta con mirar de cerca a alguien que intenta sostener una vida que se desmorona. Si pudiera, te daría una patada se mueve en ese territorio incómodo donde la maternidad deja de ser un refugio y se convierte en un vértigo constante. La película sigue a Linda, una mujer que no encuentra oxígeno en ninguna parte, atrapada entre una hija misteriosamente enferma, un marido que existe solo como reproche telefónico y una cotidianidad que parece diseñada para recordarle sus fallas. Desde el primer plano, la cinta se mete de lleno en esa presión interna, sin suavizar bordes ni ofrecer alivios innecesarios.
Mary Bronstein construye este relato como si nos invitara a habitar la mente de su protagonista, una mente fatigada, frenética y en guerra consigo misma. El derrumbe literal del techo en su apartamento funciona como un síntoma más de un universo que se viene abajo, pero también como metáfora de ese desgaste psicológico al que Linda intenta poner curitas emocionales que siempre se despegan. La crudeza de la fotografía de Christopher Messina acentúa ese estado mental: espacios estrechos, rostros que a veces no vemos, cuerpos que se mueven como sombras. La película no busca una representación realista del espacio doméstico, sino la traducción visual del agotamiento.
Rose Byrne ofrece el mejor trabajo de su carrera: visceral, impredecible, vulnerable y feroz en la misma respiración. Interpreta a Linda con una mezcla de lucidez y descontrol que hace imposible juzgarla desde afuera. Su rostro es un mapa en constante movimiento: la culpa muerde, la frustración estalla, el miedo se filtra por cada gesto. Bronstein la filma en planos cerrados que capturan la agitación interna sin caer en el histrionismo; es precisamente esa honestidad incómoda la que hace que el espectador sienta que está presenciando algo íntimo, casi prohibido.

Uno de los aciertos más inquietantes del filme es la decisión de no mostrar nunca el rostro de la hija. Su voz temblorosa acompaña a Linda, pero la niña parece más un eco de su ansiedad que una presencia tangible. Es una elección arriesgada que subraya la carga emocional: la maternidad aquí se convierte en una abstracción del deber, del miedo y la responsabilidad, más que en un vínculo concreto. Del mismo modo, muchos personajes secundarios permanecen sin nombre, como si el mundo entero fuera un rompecabezas borroso que Linda ya no consigue ordenar.
La película también se mete de lleno en la cultura contemporánea del autocuidado, pero lo hace desde un lugar corrosivo, casi irónico. Los terapeutas, las frases motivacionales, las técnicas de respiración y los métodos alternativos aparecen como frágiles parches en un cuerpo emocional que ya no responde. Conan O’Brien sorprende como el terapeuta exhausto que intenta guiarla pero que, de algún modo, también está atrapado en ella. Danielle Macdonald, como Caroline, suma una capa adicional: otra madre al borde, aún más perdida, que refleja la soledad compartida de estas mujeres en crisis.
Bronstein evita explicar en exceso quién era Linda antes de este colapso; lo importante no es el pasado, sino la forma en que cada pequeño contratiempo presente —una cita médica, un techo roto, una llamada reprochante— la empuja más cerca del abismo. La edición irregular de Lucian Johnston imita el pulso acelerado de alguien que vive en alerta constante: hay cortes que duelen, silencios que abruman y visiones que funcionan como estallidos de una mente que ya no confía en sí misma.
El resultado es una película agotadora, sí, pero también sorprendentemente humana. A diferencia de otros retratos de la maternidad en crisis que buscan moralejas o redenciones, Si pudiera, te daría una patada se mantiene fiel a la contradicción y la vulnerabilidad. No idealiza ni demoniza a Linda; simplemente la observa mientras intenta no hundirse, y en ese gesto encuentra una verdad incómoda y necesaria. Este es un retrato del colapso que no condena ni celebra: solo muestra lo que pasa cuando nadie sostiene a quien sostiene a los demás.