El niño y la garza | Review

El maestro Hayao Miyazaki regresa, tras 10 años en el retiro, con su magnum opus, creando una profunda reflexión sobre su vida como artista y ser humano, explorando los lazos familiares, el proceso del duelo y la hermosa dualidad entre la vida y la muerte.

El Niño y la garza (2023)
Puntuación: ★★★★½
Dirección: Hayao Miyazaki
Voces: Soma Santoki, Masaki Suda, Takuya Kimura, Karen Takizawa, Aimyon y Shohei Hino
Estreno en cines

Una vez más, el mundo del cine experimenta la oportunidad única de vivir, por todo lo alto, el regreso de uno de los grandes autores de la historia del arte, alguien que en apariencia, a sus 82 años, ya no tenía manera de superarse, tanto en su obra como en su legado, al dejar tras de si un compendio de películas que son parte de la cultura popular y que tienen un lugar especial en el corazón de miles de cinéfilos en todas las latitudes. Hablamos de Hayao Miyazaki, quien tras 10 años alejado de los reflectores, ha vuelto a estrenar un filme, que sirve como un grito desesperado de su autor, obsesionado con el paso del tiempo y el impacto que nuestras decisiones tienen sobre el gran rompecabezas que llamamos vida.

Como es de esperar, la mejor manera de enfrentarse a esta obra es entrar en blanco, por lo que por razones obvias no se revelará la sinopsis ni aspectos relevantes de la trama, salvo mencionar que, en esta ocasión, Miyazaki ha decidido poner en el centro del relato a un niño, atrevido e imparable, de nombre Mahito, quien por diversas razones, se embarcará en una aventura que mantiene una estructura clásica, pero se deconstruye según el terror y la belleza se van revelando, convirtiendo, al igual que en sus trabajos previos, al entorno en otro personaje más, que en lugar de funcionar como un simple fondo o una ornamenta, termina siendo el catalizador de la mayoría de conflictos presentados, que abarcan desde el terror militar, el rechazo de la violencia, los lazos que nos unen y la frustración que acompaña al sentimiento de amar y ser amado.

Sin ir más lejos, el filme es una cascada de imágenes poderosas, las cuales inundan la mirada del espectador invitándonos no solo a dejarnos llevar y disfrutar por el atractivo visual desplegado a partir de la segunda hora del metraje, sino también funcionando como un ejercicio fílmico que no escapa de la rareza narrativa característica del Estudio Ghible, con notas de cine experimental y surrealismo, pero manteniendo una línea muy coherente desde el primer acto, que abre con una escena impresionante, mostrando llamas y fuego con texturas generadas por ordenador, algo inaudito dentro de su obra pero que en este caso se combina de manera sutil con la artesanía de los dibujos a mano.

El diseño de la garza, que se puede apreciar en trailers y posters comerciales, es terrorífica e incómoda, haciendo referencia a que, una cantidad importante de la misma película, puede formar parte de una especie de pesadilla en el que Mahito se encuentra, reflejando el estado mental en que su creador se encuentra. El mundo que se construye es fascinante, plagado de pequeños homenajes o guiños a la filmografía del estudio pero reinventándose constantemente, en donde la sensación de asombro hacia lo desconocido termina siendo un deleite audiovisual para la audiencia.

Por otro lado, es esperable que la música que acompaña el relato sea de alta calidad al tomar en cuenta el sello Ghibli, sin embargo, la banda sonora a cargo de Joe Hisaishi es el punto clave de todo el relato y quizás la más hermosa del año, siendo una montaña rusa de emociones, capaz de generar empatía, dolor, alegría y asombro a la vez, sin olvidarse del sentido de peligro o amenaza constante en la que nuestros personajes se encuentran. Nutriéndose de un montaje y un ritmo armonioso, dicha banda sonora es capaz de elevar el material a niveles poco explorados en los últimos años, cuyo centro emocional ha sido objeto de debates entre crítica y público, pero que en esencia, refleja a un Miyazaki vulnerable y personal, mostrando sus miedos más profundos, sus inseguridades y arrepentimientos.

Originalmente el título de la película era How do you live?, una pregunta atrevida y casi imposible de contestar, pero que en su misma formulación puede encontrarse un significado cargado de fuerza, el cual invita a cuestionarse el origen de nuestro funcionamiento, sin olvidarse de lo mundano o lo efímero del paso del tiempo, apoyándose en un guion inteligente que busca hacer del espectador un ente activo dentro del relato, complejo por momentos, pero disfrutable de principio a fin.

Nuestro mundo es poco más hermoso, un poco más colorido y, sin dudas, un poco más divertido, gracias a Hayao MIyazaki y a sus personajes icónicos, que han acompañado a generaciones y han servido para posicionar a la animación como un medio imprescindible para contar historias. Con The Boy and the Heron estamos ante una obra maestra absoluta, que refleja amor por hacer arte y que, como un todo, es una oda al cine y a la vida misma, con todas sus fallas, incoherencias y retos que nos empujan a seguir caminando hacia adelante.

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