1978 | Review

1978, de los hermanos Onetti, entrelaza el terror sobrenatural con el horror histórico de la dictadura argentina, ambientando su relato durante la final del Mundial de fútbol.
1978 (2024)
Puntuación:★★★
Dirección: Luciano y Nicolás Onetti
Reparto: Agustín Pardala, Carlos Portaluppi, Mario Alarcón, Agustín Olcese y Jorge Lorenzo.
Vista en el Corrosivo Festival de cine

En el cine argentino, la última dictadura cívico-militar ha sido abordada desde múltiples miradas: dramas familiares, reconstrucciones judiciales, relatos íntimos de sobrevivientes y ficciones políticas que buscan dar cuenta de lo indecible. Sin embargo, los hermanos Onetti en 1978 proponen un desplazamiento radical: utilizar los códigos del cine de terror para representar lo que de por sí ya constituye una de las experiencias más horrendas de la historia reciente. Este giro de género no sólo revitaliza la narrativa sobre la represión, sino que también problematiza la manera en que el espectador se vincula emocionalmente con esas imágenes.

La elección del contexto no es arbitraria. Mientras el país vibraba con la final del Mundial de 1978, en los centros clandestinos se mantenía la rutina de tortura, secuestro y desaparición. Esa simultaneidad macabra –la celebración colectiva frente al televisor y el infierno subterráneo de la represión– constituye el núcleo metafórico de la película. El contraste entre los goles de Kempes y la humillación de los detenidos pone en escena la esquizofrenia de una sociedad partida: la fiesta nacional que encubre la maquinaria de la muerte.

Los Onetti introducen un elemento inesperado: lo sobrenatural. Así como Operación Overlord convertía a los nazis en monstruos literales, 1978 hace que los represores se enfrenten a un horror mayor, algo espiritual e inexplicable que desborda la lógica represiva. En esta decisión se cifra el gesto más audaz del filme: exponer a los victimarios a un terror que no pueden controlar. Allí donde la dictadura se basaba en la omnipotencia del verdugo, los realizadores devuelven el miedo a quienes históricamente lo administraban.

La primera secuencia, con los represores jugando al truco junto a un prisionero maltrecho mientras la televisión transmite la previa del partido, es un ejemplo magistral de cómo lo cotidiano se tiñe de siniestro. Sin embargo, el diálogo explicativo que sigue rompe la atmósfera, recordando al espectador lo que ya estaba claro en la puesta en escena. Ese vaivén entre la sugestión poderosa y la sobreexplicación didáctica marca el pulso irregular de la narración.

En el plano estético, 1978 alcanza momentos memorables. El uso del matadero de Azul, diseñado por Salamone, no sólo potencia lo visual con su brutalismo imponente, sino que también actúa como metáfora arquitectónica de un país convertido en carnicería. La cámara de los Onetti se mueve con precisión en esos espacios, generando imágenes que parecen salir de una pesadilla industrial. Pero el afán por mostrarlo todo, por no dejar nada en el fuera de campo, conduce a escenas que rozan lo abyecto en el sentido planteado por Serge Daney: lo que debería permanecer en sombra se exhibe sin mediaciones, perdiendo fuerza simbólica.

En su desenlace, 1978 se entrega abiertamente al género, abrazando el relato de horror puro. Esta resolución puede leerse como un acto de justicia poética: los torturadores, que nunca respondieron plenamente en tribunales, se enfrentan aquí a fuerzas que los superan y los castigan. Pero también abre la pregunta sobre los límites de la representación: ¿qué sucede cuando lo histórico se funde con lo fantástico?, ¿es posible que lo sobrenatural atenúe la memoria del horror real o, por el contrario, la intensifique al devolverle su carácter inasimilable?

En resumen, podemos decir, que 1978 es una obra arriesgada y provocadora, que combina aciertos formales con tropiezos narrativos. Su mayor valor está en la osadía de entrecruzar memoria histórica y cine de terror, ofreciendo una experiencia incómoda que obliga a pensar tanto en los fantasmas de la dictadura como en las formas del cine para evocarlos. Los Onetti, fieles a su exploración del género, nos recuerdan que el terror no sólo habita en la ficción: también anida en la historia, y el cine puede ser el espejo más perturbador de esa verdad.

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