Mountainhead, es el debut como director de Jesse Armstrong, quien vuelve a satirizar el mundo de los ultrarricos y la tecnología descontrolada, pero carece de la profundidad emocional que hizo memorable a Succession.
Mountainhead (2025)
Puntuación: ★★½
Dirección: Jesse Armstrong
Reparto: Steve Carell, Jason Schwartzman, Cory Michael Smith, Andrew Daly y Ramy Youssef
Disponible en HBO Max
En el cine contemporáneo, no es raro que creadores consagrados en un medio den el salto a otro formato buscando extender su mirada o probarse en nuevas aguas. Sin embargo, no todos los debuts cinematográficos parten desde la misma plataforma ni con el mismo impulso creativo. Tal es el caso de Jesse Armstrong, el aclamado guionista británico responsable de la mordaz y premiada serie Succession, quien decide emprender su ópera prima como director a los 54 años con Mountainhead, un largometraje que, más que expandir el universo temático de su obra previa, parece reciclar sus códigos sin revitalizarlos.
La película, producida por HBO Max —quizás como parte de un gesto contractual o una concesión artística luego del éxito rotundo de Succession—, se desarrolla en un terreno conocido: la élite multimillonaria global, esa cúpula inaccesible de hombres (porque, sí, son todos hombres) que dominan no solo los negocios, sino también los destinos políticos, mediáticos y tecnológicos del planeta. El escenario es una fastuosa mansión enclavada en la cima de una montaña en Utah, una especie de búnker de privilegio donde cuatro de los hombres más ricos del mundo se reúnen durante un fin de semana supuestamente lúdico. Sin embargo, el supuesto retiro espiritual deriva en un campo de batalla ideológico y económico, donde las tensiones latentes estallan bajo una aparente cordialidad.
El anfitrión de este encuentro es Hugo, apodado irónicamente Souper (interpretado con sobria contención por Jason Schwartzman), un empresario de segunda línea cuyo capital —unos escasos 500 millones de dólares— palidece frente a los billonarios que lo visitan. La sátira comienza desde ahí: en un mundo donde medio billón es una cifra ridícula, el concepto de pobreza se desfigura, y el sistema de valores se subvierte. A su lado, se despliegan figuras de un cinismo descarnado: Venis (Cory Michael Smith), un magnate tecnológico a la manera de Musk o Zuckerberg, promotor de una inteligencia artificial que genera imágenes falsas capaces de desestabilizar gobiernos; Randal (Steve Carell), un veterano de la industria obsesionado con alcanzar la inmortalidad digital antes de que el cáncer lo consuma; y Jeff (Ramy Youssef), el único con una pizca de conciencia crítica, desarrollador de una IA contraria a la de Venis, orientada a desenmascarar las falsedades virales.

La película establece un microcosmos simbólico: estos cuatro personajes, encerrados en un espacio delimitado, representan los vectores más influyentes de nuestro presente distópico. Son los nuevos jinetes del apocalipsis, quienes cabalgan no sobre corceles bíblicos sino sobre servidores, algoritmos y cuentas offshore. Si bien la puesta en escena replica el dispositivo dramático de Succession —un solo espacio, diálogos cargados de sarcasmo, tensiones familiares o pseudo-amistosas que derivan en explosiones emocionales—, Mountainhead carece del factor humano que hacía fascinante aquella serie. Los personajes aquí no son entrañables ni complejos; son caricaturas frías, distantes, diseñadas para satirizar sin invitar a la empatía.
Este desapego emocional del espectador es uno de los puntos débiles del filme. Mientras en Succession se lograba un extraño magnetismo entre la vileza de los protagonistas y sus heridas existenciales, en Mountainhead la sátira se siente hueca, como si la película no confiara en la posibilidad de que esos villanos puedan ser también seres humanos. En consecuencia, la historia pierde capas de ambigüedad y deriva, hacia su tramo final, en un thriller de corte más convencional, con traiciones predecibles y un desenlace que refuerza la lógica darwinista del poder: sobrevive el más inescrupuloso.
Por otro lado, la crítica social que intenta articular Armstrong está presente, aunque de forma dispersa y a veces torpe. La referencia explícita a Argentina como tablero de juego para estos titanes financieros (donde uno de ellos incluso se postula para dirigir la economía del país como si fuera un experimento universitario) apunta a la instrumentalización global del sur geopolítico, pero el tratamiento carece de profundidad y roza la parodia. En un momento en que el mundo real se ve sacudido por la desinformación, las guerras digitales y la concentración obscena de la riqueza, Mountainhead tiene todo el contexto para ser una sátira feroz. Sin embargo, al no ofrecer un contrapeso emocional ni una verdadera exploración del dilema ético, la película termina siendo una fábula moral sin alma.
Quizás lo más inquietante del filme sea su retrato del presente: ya no son los políticos quienes detentan el poder último, sino los tecnólogos, esos nerds sin brújula ética que dictan el rumbo de la humanidad desde salas de juntas o retiros de lujo. Como la famosa fotografía de la investidura de Donald Trump, donde Zuckerberg, Bezos, Musk y Pichai aparecían juntos, absortos en sus teléfonos, Mountainhead nos recuerda que el futuro ya no es una promesa, sino una propiedad privada.