Un poeta de Simón Mesa Soto es una mordaz comedia trágica sobre la derrota y la dignidad en el arte latinoamericano. Óscar Restrepo, un poeta fracasado, intenta reconstruir su vida al descubrir el talento de una joven alumna.
FICM 2025 | Un poeta (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Simón Mesa Soto
Reparto: Ubeimar Rios, Rebeca Andrade, Guillermo Cardona, Humberto Restrepo
Con Un poeta, Simón Mesa Soto confirma su lugar entre los cineastas más incisivos del nuevo cine latinoamericano. Lejos de las narrativas de superación o de las visiones épicas de la marginalidad, el director antioqueño construye una película sobre la imposibilidad: la imposibilidad de crear, de redimirse, de escapar al destino del fracaso. En lugar de glorificar al artista caído, Mesa Soto examina con precisión quirúrgica el desgaste de una figura —el poeta, el intelectual, el idealista— que, en la cultura latinoamericana contemporánea, ha perdido toda función real más allá del gesto simbólico. Un poeta no busca renovar el mito del creador atormentado, sino desmantelarlo pieza por pieza, en un retrato tan hilarante como devastador del desencanto estructural de un continente.
Rodada en 16mm, con una textura que recupera la materialidad de la imagen en un mundo saturado por la digitalidad y el artificio, la película respira humanidad en cada grano. El protagonista, Óscar Restrepo (Ubeimar Ríos), encarna el patetismo de un país que se mira al espejo y no sabe si reír o llorar: un hombre divorciado, alcohólico, olvidado por la crítica y por su propia hija, que sobrevive entre la precariedad económica y la ruina moral. Su encuentro con Yurlady (Rebeca Andrade), una adolescente de origen humilde con un talento innato para la poesía, podría ser la promesa de redención. Pero Mesa Soto no cae en el sentimentalismo: convierte esa relación en un campo de tensiones éticas, de poder, de clase y de género, donde cada gesto de ayuda se confunde con una forma de apropiación.
El filme despliega, así, una radiografía feroz de la cultura latinoamericana contemporánea, donde la creación artística se encuentra permanentemente atravesada por la desigualdad y la mirada del otro. La historia de Óscar y Yurlady es también la de una sociedad que instrumentaliza la pobreza como espectáculo estético, que convierte al “artista marginal” en fetiche cultural para satisfacer las expectativas de los centros de legitimación —los festivales, las becas, los jurados internacionales—. Mesa Soto no acusa directamente, pero su sátira es afilada: el poema como mercancía, la miseria como capital simbólico, el gesto político como performance vacía.

En ese sentido, Un poeta dialoga con una tradición crítica que va desde Luis Ospina y su “pornomiseria” hasta los recientes debates sobre la representación de la periferia en el cine latinoamericano. Mesa Soto observa cómo el artista latino, aún hoy, se debate entre la autenticidad y la complacencia, entre la necesidad de sobrevivir y el riesgo de traicionar su propio discurso. Su protagonista, atrapado en una Medellín donde el arte ha perdido toda trascendencia, es una figura trágica y cómica a la vez: el poeta que sigue escribiendo aunque nadie lo lea, que sigue hablando aunque nadie lo escuche.
Lo que distingue a Un poeta de otros retratos del fracaso masculino es su mirada humanista. Mesa Soto no humilla a Óscar: lo acompaña. Su cámara, siempre a medio camino entre la ironía y la compasión, entiende que la torpeza y el error también son formas de resistencia. Incluso en sus momentos más patéticos —el borracho que recita versos en un bar vacío, el profesor que pierde el control en clase, el hombre que cree ayudar y termina hundiéndose—, hay una ternura que desarma. Esa mezcla de humor y dolor convierte la película en una comedia negra de una honestidad brutal: una que se atreve a reírse de la tragedia latinoamericana sin perder su densidad emocional.
A nivel cinematográfico, Mesa Soto combina una puesta en escena austera y directa con un trabajo de montaje que dota al relato de ritmo y tensión interna. El uso del celuloide no es un capricho nostálgico, sino una declaración de principios: el grano visible, la vibración del encuadre, la imperfección táctil son parte de la misma poética que defiende la película, esa que celebra lo inacabado, lo que no se puede corregir.
Pero donde Un poeta alcanza su verdadera potencia es en su reflexión sobre el lugar del arte en el mundo latinoamericano actual. La película revela, con lucidez incómoda, que el artista hoy ya no busca transformar la realidad, sino apenas sobrevivir dentro de ella. Que la cultura, más que un espacio de emancipación, se ha convertido en un ecosistema de precariedad donde la creatividad se mide por su capacidad de encajar en los discursos de moda. Mesa Soto filma ese vacío con una mezcla de ironía y tristeza, pero también con una chispa de esperanza: el arte, aun en su fracaso, sigue siendo una forma de estar vivo.
En su última secuencia, mientras suena “Corazón de poeta” de Jeannette, el film alcanza un estado de gracia que une lo ridículo y lo sublime, lo cómico y lo doloroso. Esa canción kitsch, incrustada en el corazón de una tragedia, sintetiza la mirada de Mesa Soto: el arte latinoamericano sigue intentando encontrar belleza en medio del desastre. Y tal vez ahí, en esa obstinación inútil pero luminosa, radique su verdadera grandeza.