David Tennant y Michael Sheen regresan con la misma picardía y fanfarronería que tuvieron en la primera parte en la serie creada por Neil Gaiman, que lamentablemente pese a expandir su universo la serie parece que se ha quedado sin ideas más atractivas.
David Tennant y Michael Sheen regresan con los personajes que nos enamoraron en una miniserie que fue toda una sorpresa en el año 2019 llamada Good Omens, una parodia metacomedia de la BBC y de Prime Video, donde al igual que la primera parte la química de los dos actores es lo mejor.
Los fanáticos de la novela de 1990 de Neil Gaiman y el fallecido Terry Pratchett tuvieron que esperar unos cuantos años para ver una versión televisiva de la historia del ángel Azirafel y el demonio Crowley, trabajando juntos para evitar el Armagedón en un mundo donde el cielo y el infierno son pequeñas burocracias y la fuerza más poderosa del universo es defectuosa. Con Gaiman a cargo de la serie, la visión del libro fue toda certeza, especialmente por la elección de los dos actores principales, quienes con su carisma proyectaban las sensibilidades y el intelecto que tenía el material escrito.
Entonces, debido a la buena recepción de la crítica, el público y los fans de la primera parte, se ordenó hacer una continuación de la historia, pero para esta segunda temporada, el principal problema es que ya no hay ningún libro que dramatizar, por lo que los creadores son libres de aprovechar los puntos fuertes de la serie y hacer crecer este universo. Bueno, Good Omens 2 es una continuación más grande, donde viajamos más al cielo y al infierno y podemos ver de esa burocracia, pero sin dudas es mucho más grande el show de Tennant y Sheen.
Ampliando el episodio que relata toda la historia del mundo como telón de fondo de la improbable compañía de Azirafel (Sheen) y Crowley (Tennant), la segunda temporada nos comparte un poco algunas de sus aventuras retrospectivas independientes: estos “miniepisodios” están entretejidos en la acción normal (el presente) es seguir un poco con las consecuencias de los eventos ocurridos en la primera parte. En los minisepisiodios vemos como Az y Crow están en un momento conspirando para hacer que el castigo de Dios para Job sea un poco menos exagerado; o en el siguiente, se instalan en Edimburgo en 1827, el lugar de residencia de Burke y Hare, para luchar con la ética del robo de tumbas.
A la narrativa actual se les une el arcángel Gabriel (Jon Hamm), quién apareció en la Tierra y se presentó en la librería que sirve como portada terrestre de Azirafel, pero en la forma de un humano amnésico que no tiene idea de por qué está allí. El problema es, y nosotros tampoco: el significado y la mecánica de la historia, ya que cuando conocemos todo lo que está ocurriendo parece que su revelación se siente como que era algo más grande para todo lo que construye la serie sobre ese personaje, debido a que uno espera que sea un evento mucho más notorio e impactante.
Por otro lado, algunas de las tramas secundarias superan la línea entre hábilmente imaginativa y perezosamente presumida. En la colorida caricatura retro, al estilo Paddington, de una calle inglesa donde se encuentra la librería de Azirafel y Crowley se ven obligados, con fines de trama, a intervenir en algunas actividades de los vecinos, como la trama de una tienda de discos, Maggie (Maggie Service) y la propietaria de una cafetería, Nina (Nina Sosanya), trama que no emociona, no aporta mucho y simplemente se siente como un recurso de comedia romántica descaradamente cursi, sin ningún propósito con la trama principal.
Nuevamente vemos las caracterizaciones del ángel quisquilloso y el demonio despiadado como opuestos atraídos, aprendiendo a amar los extremos del otro durante una eternidad que pasan juntos, lo cual sigue siendo una buena idea, y hay una emoción furtiva al ver a más de esta conexión que nos lleva asumir que tanto Azirafel y Crowley son pareja, aunque ellos todavía no lo han percatado.
En resumen, está segunda temporada que realmente nadie pidió se siente un poco estirada a través de una escritura cómica despiadadamente disparatada donde algunos personajes de la primera temporada tienen más peso como el de Miranda Richardson. Visualmente se adapta bien a la estética mostrada e incluso se siente un poco más oscura, pero ya no transmite la misma fuerza que su primera parte.