Animales peligrosos | Review

Sean Byrne crea un híbrido de slasher y horror de criaturas, donde una surfista lucha por sobrevivir a un psicópata obsesionado con los tiburones, interpretado por Jai Courtney, quien entrega una actuación memorable.
Animales peligrosos (2025)
Puntuación:★★★½
Dirección: Sean Byrne
Reparto: Hassie Harrison, Josh Heuston y Jai Courtney
Disponible en cines

Con Animales peligrosos (Dangerous Animals), Sean Byrne confirma su estatus como uno de los cineastas de terror más interesantes de la última década. Tras el culto alcanzado por The Loved Ones (2009) y The Devil’s Candy (2015), su tercera película llega con la promesa de fusionar el slasher con el horror de criaturas, un híbrido arriesgado que el director maneja con energía y descaro. Protagonizada por Hassie Harrison, Josh Heuston y un sorprendente Jai Courtney, la cinta se estrenó en Cannes dentro de la Quincena de Realizadores, un espacio que, paradójicamente, ha sabido equilibrar la autoría con lo más extremo del género.

La historia se centra en Zephyr (Harrison), una surfista libre y rebelde que es secuestrada por Tucker (Courtney), un asesino en serie que organiza falsas experiencias de buceo con tiburones para atraer a sus víctimas. Obsesionado con los escualos, Tucker convierte su oxidado barco en un escenario macabro donde turistas desprevenidas son drogadas y entregadas al mar como alimento. Zephyr, sin embargo, no es una víctima convencional: su espíritu combativo y el vínculo romántico con Moses (Heuston) le dan una fuerza inesperada en un juego de supervivencia marcado por persecuciones, escapes frustrados y un enfrentamiento brutal entre depredador y presa.

La mayor virtud de Animales peligrosos está en el tono que Byrne imprime desde el inicio. El filme arranca con un asesinato impactante —el de Greg (Liam Greinke)— que deja claro que el director no escatimará en sangre ni en crueldad, pero también que el espectáculo estará teñido de ironía. Jai Courtney, en una de las mejores interpretaciones de su carrera, dota a Tucker de un carisma siniestro: puede pasar de bailar en kimono con una copa de vino a proyectar sadismo puro mientras observa los videos de sus víctimas. Este contraste lo convierte en un villano memorable, a medio camino entre lo grotesco y lo fascinante, elevando a la película por encima del simple exploitation.

Sin embargo, el guion de Nick Lepard muestra debilidades. Aunque la idea del ritual de alimentación a tiburones es potente, la trama a veces cae en repeticiones del esquema “gato y ratón” sin aportar nuevas capas psicológicas. Tucker es un psicópata de manual cuyas motivaciones, ligadas a un trauma infantil y a una visión distorsionada de los tiburones, resultan poco convincentes. El exceso de giros y la insistencia en mantener el ritmo a base de malabares narrativos restan solidez a un relato que habría brillado aún más con mayor contención.

En el apartado visual y sonoro, Byrne vuelve a demostrar su capacidad para crear atmósferas. La fotografía de Shelley Farthing-Dawe aprovecha la claustrofobia del barco en mar abierto, reforzando la sensación de aislamiento y peligro constante. El diseño sonoro de David White y la música de Michael Yezerski contribuyen a un ambiente inquietante, en el que los rugidos del mar y los sonidos metálicos del barco se entrelazan con golpes de violencia gráfica. El montaje incluye imágenes reales de tiburones, que acentúan la tensión y acercan al espectador a la frontera entre lo espectacular y lo repulsivo.

Animales peligrosos funciona mejor como experiencia sensorial y visceral que como relato psicológico. Su fuerza reside en el espectáculo sangriento, en la estilización de la violencia y en la construcción de un villano que, inesperadamente, devuelve a Jai Courtney al centro de la conversación cinéfila. 

En definitiva, la película es un híbrido enfermizo e inteligente, que atrapa al espectador desde el primer minuto gracias a su energía, su mezcla de géneros y la entrega de su reparto. Aunque los excesos del guion y la falta de matices en la psicología del asesino limitan su alcance, Animales peligrosos se consolida como un espectáculo de medianoche ideal: sangriento, claustrofóbico y divertido, que confirma a Sean Byrne como un director que entiende tanto los códigos del horror como el poder de subvertirlos.

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