Nia DaCosta vuelve a resurgir el mito del Candyman desde el contexto social acutual
Candyman (2021)
Puntuación:★★★½
Dirección: Nia DaCosta
Reparto: Yahya Abdul-Mateen II, Teyonah Parris, Nathan Stewart-Jarrett, Colman Domingo, Kyle Kaminsky y Vanessa Williams
Disponible: Estreno en Cines
En el año 1992 llegó una obra de terror que hablaba directamente sobre el racismo y el clasismo que imperaba en los Estados Unidos, la obra mostraba una nueva figura del cine del horror, era un ente que jugaba en líneas similares a Freddy Kruger, Pinhead o Pennywise, pero su diferencia era que este ser llamado Candyman cargaba una historia cruda sobre la segregación, pero dicha película no logró el éxito masivo de otros filmes parecidos, y a lo largo de los años se ha vuelto una cinta un tanto de culto.
El personaje de Candyman fue creado por el escritor británico Clive Barker, donde su construcción original se basaba en una crítica a la urbanización de Liverpool de los años ochenta y la caracterización era de un hombre blanco. Pero, en la obra creada de 1992 por Bernard Rose cambio todo ese contexto, llevando el escenario a las construcciones desmedidas de Cabrini-Green de Chicago y la identidad del demonio del Candyman paso hacer negro y le dio un marco sobre el racismo, dicha obra generó un par de secuelas sin mucha relevancia e importancia.
Ahora en el año 2021 la directora Nia DaCosta, en colaboración con el coguionista y productor Jordan Peele, ha creado una secuela-reinicio directo de la obra de 1992 ( algo parecido a lo de Halloween), llevado al contexto social que vive los Estados Unidos (detalle que pesa bastante en la obra, por lo cual las miradas fuera de ese país le puede provocar que el espectador no compre todo lo que ocurre), donde Dacosta crea una cinta hábil, mucho más sangrienta y eleva el mito del Candyman.
DaCosta para amarrar la trama toma bastante de la obra original. La película continúa mitificando el trauma histórico colectivo y enterrado en la forma del espíritu vengativo del Candyman, al mismo tiempo intenta comprometerse reflexivamente sobre los temas planteados en la obra del 92, como eran las discusiones sobre las barreras sociales impuestas por el gobierno, pero llevados a los tiempos actuales.
La nueva película regresa a un Cabrini Green gentrificado, donde conocemos a un joven pintor frustrado llamado Anthoy ( Yahya Abdul-Mateen II ) que vive con su elegante compañera llamada Brianna, quien libera sin saberlo al Hombre de Caramelo, que mata a “cualquiera” que lo invoca diciendo su nombre cinco veces frente a un espejo, luego de que su cuñado le habla de la leyenda del Candyman, y Anthony lo toma para una inspiración artística y crea una pieza llamada Say My Name.
Nia DaCosta vuelve a explorar las fronteras socioeconómicas y los sistemas gubernamentales que ya había planteado en su debut, pero este nuevo trabajo eleva ese tema, haciéndolo más refinado y tratado inteligentemente, donde el espectro del Candyman se siente como una rabia contra el racismo en la era de Black Lives Matter, colocando al espectro como un síntoma de desigualdad y de dolor.
Pero todo ese desarrolló pesa mucho más que la parte de terror, perdiendo mucho del género que en teoría es, tanto así que los sucesos ocurridos con el personaje de Helen en la primera versión se cuentan intencionalmente a través de narradores poco confiables, como si fuera una leyenda urbana en el contexto de esta nueva. Todo esto para cambiar el significado original del personaje y pulirlo para una nueva audiencia.
Lo más chocante de todo es que DaCosta nunca disimula su propósito, es más todas las criticas sociales que pasa tirando la cinta no se sienten de forma orgánica, sino como incluidas a la fuerza o mostradas para enfatizar la idea, por ejemplo, el personaje que hace las críticas de arte es una mujer blanca con privilegios, que en su forma de ser degrada el trabajo de Anthony como didáctico, pero dicho subtexto que tiene ese personaje nunca se siente audaz o un estudio, simplemente para subrayar la crítica del desprecio al hombre negro, es más aquí todos las personas blancos son tratados como tontos y prácticamente son los que mata el Candyman.
Pese a lo mencionado anteriormente DaCosta crea una obra bien ejecutada desde el aspecto técnico y visual, la competente directora logra armar una atmósfera y llevar al ente a un punto más siniestro, incluso la forma en que se muestra al Candyman desde los espejos o vidrios hace que todo se vea a una distancia, haciendo un efecto como que el espectador sea un narrador testigo.
Muchos de los asesinatos son ejecutados brillantemente, como el que vemos a distancia, en un plano largo, mientras su cámara se aleja serenamente; hay varios movimientos de cámara utilizados que ayudan darle fuerza la atmósfera como las tomas aéreas de los rascacielos, convirtiéndolas en presencias de otro mundo al fotografiarlas desde abajo e invertir la imagen.
En resumen, DaCosta demuestra que es una tremenda directora al lograr crear grandes momentos de tensión en la figura de Candyman y en el resurgir su mito donde brilla; pero mientras la película va construyendo su trama se va a alejando del género y se entrega a su mensaje, haciendo que todo eso pese más. Pero lo peor es que se empeña en subrayar una y otra vez ese contexto social.