El gran viaje de tu vida | Review

El gran viaje de tu vida marca el intento más ambicioso pero fallido de Kogonada, quien abandona la sutileza de Columbus y After Yang para sumergirse en una fantasía romántica empalagosa y excesivamente autoconsciente.
El Gran viaje de tu vida (2025)
Puntuación:★★½
Dirección: Kogonada
Reparto: Margot Robbie, Colin Farrell, Phoebe Waller-Bridge, Hamish Linklater, Billy Magnussen y Kevin Kline
Disponible en cines

Con El gran viaje de tu vida (A Big Bold Beautiful Journey), Kogonada entrega su tercer largometraje y, paradójicamente, el más ambicioso y el menos logrado. Tras el rigor arquitectónico de Columbus (2017) y la sensibilidad futurista de After Yang (2021), el cineasta coreano-estadounidense se aventura en un terreno distinto: “una comedia romántica fantástica”, de alto concepto y fuerte anclaje visual, que busca la universalidad emocional a través del artificio. Sin embargo, la película se convierte en un ejercicio fallido donde el exceso de autoconsciencia y el peso de la estética sofocan la posibilidad de una verdadera conexión emocional con los personajes.

El cine de Kogonada siempre ha estado marcado por un equilibrio entre lo formal y lo humano. Columbus exploraba la soledad a través de la geometría arquitectónica; After Yang, la pérdida y la memoria en un paisaje futurista melancólico. En ambos casos, el estilo minimalista y contemplativo funcionaba como puente hacia lo íntimo. El gran viaje de tu vida, en cambio, invierte la ecuación: el artificio no es un medio, sino un fin en sí mismo.

La premisa —un viaje en coche con un GPS místico que abre portales hacia el pasado de los protagonistas— parece una metáfora atractiva sobre la memoria y la vulnerabilidad. Pero lo que podría haber sido un dispositivo poético se convierte en un despliegue literal y subrayado: puertas mágicas, escenarios teatrales, actores secundarios caricaturescos (Phoebe Waller-Bridge y Kevin Kline desaprovechados), e incluso transiciones que recuerdan más a un musical sin música que a un drama romántico. El resultado es que cada hallazgo se anuncia a gritos, negando al espectador la posibilidad de descubrir la emoción por sí mismo.

El estilo de Kogonada, aquí, parece desbordado por la necesidad de competir con referentes contemporáneos como Everything Everywhere All at Once. La búsqueda de una universalidad “arrolladora y surrealista” se traduce en colores primarios, escenarios oníricos y un montaje que insiste en remarcar el carácter “especial” de la experiencia. Sin embargo, en vez de alcanzar lo sublime, la película cae en lo empalagoso.

Lo que en Columbus se lograba con la contención y el silencio, aquí se reemplaza por un grito de artificio que impide el matiz. La película funciona como una guía de autoayuda audiovisual: acepta el pasado, ábrete al amor, reconcíliate con tus padres. Pero lo hace a través de un guion que une traumas y desenlaces de manera lineal, sin espacio para lo ambiguo ni lo contradictorio.

Margot Robbie y Colin Farrell forman una pareja magnética en pantalla. Su química está atrapada en un engranaje que no les permite respirar. Los diálogos, cargados de frases que parecen lemas publicitarios, y las situaciones subrayadas —como la lluvia torrencial en la boda o las visitas a hospitales y museos en penumbra— reducen la relación a un esquema previsible.

La película intenta ofrecer momentos de dulzura (la competencia de aguantar la respiración en el coche, los recuerdos familiares), pero éstos parecen desvíos decorativos en un trayecto cuyo destino final es demasiado obvio: el “felices para siempre”. No hay duda ni riesgo real en esta narrativa, solo una ruta ya trazada que el GPS mágico se encarga de confirmar.

El mayor problema de El gran viaje de tu vida es que traiciona lo que hacía único a Kogonada. Donde antes había misterio, ahora hay explicación redundante; donde había delicadeza, ahora hay grandilocuencia. El director, que alguna vez fue celebrado por un cine de ensayo cerebral y emocionalmente sugerente, parece aquí subsumido por una maquinaria hollywoodense que exige espectáculo, sentimentalismo y estrellas.

La película, con todo y sus momentos visualmente bellos —el diseño de producción de Katie Byron y el vestuario de Arjun Bhasin recuerdan a La La Land—, no logra escapar de su carácter derivativo. Ni el guiño a Chris Marker, ni la nostalgia por los musicales de Demy, ni la sombra de Kaufman logran ocultar que esta es una obra menos personal y más industrial, hecha para gustar en la superficie, pero vacía en el fondo.

El gran viaje de tu vida es, en efecto, un viaje: uno que parte de la promesa de un Kogonada dispuesto a expandir su cine hacia el melodrama fantástico, pero que termina atascado en la melaza del exceso. El artificio, que en sus anteriores películas era herramienta de contemplación, se convierte aquí en un obstáculo insalvable. Kogonada demuestra que incluso un director con una visión singular puede perderse cuando su estilo se vuelve un espectáculo en sí mismo, olvidando que lo verdaderamente audaz y hermoso no está en los colores ni en las metáforas obvias, sino en la capacidad de conmover desde lo simple.

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