El cine de terror australiano lleva años posicionándose como un espacio fértil para la reinvención del género. Tras el éxito global de Talk to Me (Háblame), los hermanos Danny y Michael Philippou vuelven a demostrar que su mirada excede lo meramente macabro: Haz que regrese no se conforma con el golpe de efecto ni con la convención de la “película de medianoche”, sino que apuesta por una densidad emocional y simbólica que la convierte en una obra perturbadora, íntima y, al mismo tiempo, profundamente metafórica.
En esta ocasión, los Philippou abandonan el universo adolescente para situarse en un drama familiar que muta hacia el horror psicológico. La historia de Piper, una niña con discapacidad visual, y su hermano Andy, ambos recién huérfanos, se cruza con la inquietante Laura (Sally Hawkins), una madre adoptiva atrapada en sus propios duelos. El escenario, casi cerrado, funciona como una casa embrujada sin necesidad de fantasmas: son los cuerpos y las memorias de sus habitantes los que destilan lo siniestro.
Si en Talk to Me el objeto maldito era la mano embalsamada, aquí el eje simbólico es el agua. Tradicionalmente asociada con limpieza, renacimiento o redención, en Haz que regrese se transforma en lo contrario: un elemento corrupto, asfixiante y maligno. La película abre con la imagen del cadáver del padre de Piper y Andy en la ducha, mientras el vapor llena el espacio como una neblina sofocante. Esa agua no purifica, sino que corroe, impregna de muerte el aire mismo que se respira.

El reverso aparece en la piscina vacía de Laura, un hueco imposible de llenar, metáfora de su hija muerta y del vacío emocional que la consume. El contraste —demasiada agua que ahoga o ausencia de ella que genera un vacío brutal— construye una metáfora visual del trauma: nunca hay un punto de equilibrio, siempre se habita un exceso o una carencia.
La cinta VHS, recurrente en la narración, cumple una función similar: tecnología obsoleta que carga con fantasmas del pasado, recuerdos que no se pueden borrar, espectros atrapados en imágenes granuladas. La obsolescencia del VHS se yuxtapone a la obsolescencia de las propias figuras parentales: adultos fallidos, incapaces de proteger o sanar, convertidos en reliquias dañadas.
Cada personaje arrastra una herida: Piper la ceguera parcial, Andy la responsabilidad adulta a destiempo, Oliver el mutismo y la fragilidad psíquica, Laura la pérdida de su hija. La casa se convierte en un laboratorio del dolor, en el que estas carencias no se compensan sino que se potencian, generando una dinámica tóxica donde la línea entre cuidado y abuso es cada vez más difusa.
Los Philippou se apartan aquí del susto fácil para explorar el espesor emocional del terror. Haz que regrese no busca que el espectador grite, sino que se sienta atrapado en un espacio donde cada gesto doméstico —una cena, una mirada, un silencio prolongado— se carga de amenaza.

El corazón de la película es, sin duda, Sally Hawkins. Su Laura es una figura enigmática, que oscila entre ternura y violencia, entre la necesidad de ser madre y el deseo inconsciente de destruir aquello que supuestamente cuida. Hawkins interpreta con una sutileza desconcertante: su fragilidad inicial parece la de una mujer dolida y necesitada, pero poco a poco va mostrando destellos de una furia volcánica, de un anhelo deformado que la convierte en un ser tan humano como monstruoso.
Es notable cómo Hawkins interpreta la ambivalencia: Laura nunca es del todo victimaria ni del todo víctima. Su duelo no resuelto la arrastra a reproducir ciclos de dolor, a un cuidado que se transforma en posesión. Su actuación funciona como un espejo roto: refleja ternura, pero con aristas filosas que hieren a quienes se acercan.
Con apenas dos largometrajes, los Philippou consolidan una voz singular en el cine de terror contemporáneo. Sus películas no se limitan a proponer rituales o sustos, sino que despliegan un subtexto emocional que convierte al género en vehículo de reflexión sobre el duelo, la familia y la memoria. Si Talk to Me abordaba la identidad juvenil y la atracción por lo prohibido, Haz que regrese indaga en los fantasmas del hogar, en cómo la familia —espacio de cuidado por excelencia— puede convertirse en el más terrorífico de los infiernos.
Haz que regrese es un tour de force narrativo y actoral que confirma a los hermanos Philippou como autores con un sello distintivo. Su apuesta por metáforas visuales potentes —el agua, el vacío, las cintas VHS— y su confianza en las interpretaciones, en especial la monumental Sally Hawkins, convierten a esta película en algo más que un ejercicio de terror: es una meditación visceral sobre el duelo, la pérdida y el lado oscuro de la maternidad.
Haz que regrese no es una obra destinada a todos los públicos: su tono áspero y su atmósfera opresiva dejan poco espacio para la catarsis o el alivio. Pero para quienes estén dispuestos a dejarse arrastrar por su oleaje envenenado, se trata de una experiencia cinematográfica que marca, incomoda y persiste mucho después de que se enciendan las luces.