Him: El elegido de Justin Tipping intenta fusionar el cine deportivo con el terror psicológico para cuestionar la devoción ciega al éxito y la masculinidad en el fútbol americano. A través del vínculo entre un joven mariscal de campo y su ídolo.
HIM: El elegido (2025)
Puntuación:★★
Dirección: Justin Tipping
Reparto: Tyriq Withers, Marlon Wayans, Julia Fox y Tim Heidecker
Disponible en cines
En Him: El elegido, Justin Tipping propone un cruce ambicioso entre el cine deportivo y el terror psicológico, un híbrido que intenta diseccionar la mitología del fútbol americano y sus cultos de masculinidad, fe y sacrificio. Producida por Jordan Peele —cuyo sello de horror social es evidente aunque diluido—, la película busca convertir el campo de juego en un escenario teológico, donde el cuerpo del atleta se ofrece como ofrenda en nombre de una grandeza divina. Sin embargo, lo que podría haber sido una crítica incisiva sobre el deporte como religión termina atrapado entre el exceso de simbolismo y la falta de sustancia narrativa.
La historia sigue a Cameron Cade (Tyriq Withers), un joven mariscal de campo cuyo futuro prometedor se ve truncado por un trauma cerebral. El rescate llega en forma de su ídolo, Isaiah White (Marlon Wayans), un veterano campeón que lo invita a entrenar en su complejo aislado. Pero lo que comienza como una mentoría se transforma en una espiral de manipulación, deseo y obsesión. En esa dinámica se revela el verdadero monstruo del filme: el sistema mismo que exige entrega total y devoción ciega, disfrazado de aspiración a la inmortalidad deportiva.
Tipping aborda el fútbol americano como un ritual sacrificial donde la gloria se mide en litros de sangre y la identidad se consume entre colisiones. Las radiografías que muestran el daño interno, los cuerpos golpeados filmados como piezas anatómicas, y la iconografía religiosa que transforma a los atletas en santos y mártires, conforman una imaginería poderosa. En su mejor momento, Him se acerca a un delirio visual que recuerda al Us de Peele o al Black Swan de Aronofsky, donde la perfección se convierte en condena. Sin embargo, esa ambición estética se convierte pronto en obstáculo: el filme se hunde en su propio exceso alegórico, reemplazando el drama humano por un fetichismo del sufrimiento.

La relación entre Cameron e Isaiah articula un duelo fascinante de carisma y poder. Wayans, en un papel inusualmente oscuro, entrega una actuación magnética, oscilando entre la figura mesiánica y el depredador moral. Withers, por su parte, interpreta a Cameron como un cuerpo en trance, un recipiente más que un personaje. Esa asimetría dramatiza con acierto la dinámica de sometimiento, pero también evidencia la debilidad del guion: los personajes existen para ilustrar ideas, no para habitarlas.
A nivel conceptual, Him explora el acrónimo “GOAT” —“Greatest of All Time”— como metáfora de un pacto fáustico, donde alcanzar la inmortalidad implica la pérdida del alma. Tipping traduce esta idea en un imaginario pagano-cristiano: cabras sacrificiales, altares deportivos y poses bíblicas que rozan la parodia. En una de las escenas más comentadas, Cameron posa en una sesión fotográfica al estilo de la Última Cena, convertido en un Cristo atlético, un gesto que provoca tanto desconcierto como risa involuntaria. Es ahí donde la película revela su mayor contradicción: intenta escandalizar a un público creyente en el mito americano del triunfo, pero termina siendo devorada por la misma pompa y solemnidad que pretende criticar.
El resultado es una película visualmente audaz pero dramáticamente hueca, atrapada entre el terror simbólico y el espectáculo deportivo. Su crítica a la brutalidad del fútbol y a la fe ciega en los ídolos se diluye entre giros forzados, exageraciones y un clímax que, en lugar de catarsis, ofrece un sinsentido sangriento. Him quiere ser parábola, sátira y horror, pero se queda suspendida en el limbo de las buenas intenciones.
Lo más rescatable, al final, es su mirada desencantada sobre la cultura del rendimiento: esa maquinaria que transforma a los hombres en mercancía y a los cuerpos en templos rotos. Cameron Cade no es un héroe trágico sino un producto defectuoso de un sistema que venera la fuerza mientras desprecia la fragilidad. En esa lectura, Him: El elegido es una fábula moderna sobre la imposibilidad de ser “el elegido” en una nación que solo adora a los vencedores.