Los colores del tiempo | Review

Los colores del tiempo propone un viaje poético entre pasado y presente, donde una familia descubre la vida secreta de su antepasada. Klapisch mezcla historia, fantasía y humor con un artefacto cinematográfico deliberadamente artificioso.
Los colores del tiempo (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Cédric Klapisch
Reparto: Suzanne Lindon, Abraham Wapler, Paul Kircher, Vassili Schneider, Vincent Macaigne, Julia Piaton y Cécile de France.
Tour de cine francés

Cédric Klapisch compone una fantasía histórica que funciona como puente entre pasado y presente, pero también como un autorretrato cultural de una Francia que se piensa a sí misma a través de sus mitos más queridos. La película se construye desde una premisa sencilla —una familia dispersa descubre su vínculo común con una antepasada misteriosa— para luego desplegar un entramado de memoria, afectos y viajes temporales que nunca pretende ocultar su artificio; al contrario, lo abraza como parte de su propuesta estética. En este sentido, Klapisch juega con la nostalgia y la ilusión con una mezcla de candor y sofisticación que recuerda tanto a las estampas del Impresionismo como al cine francés más popular.

Lo que sostiene esta exploración lúdica es un reparto en estado de gracia. Suzanne Lindon confirma aquí lo que ya insinuaba en Spring Blossom: una presencia tímida, luminosa y llena de matices, capaz de materializar la curiosidad de Adèle Meunier ante un París que late entre la Belle Époque y la modernidad emergente. A su alrededor orbitan un tierno Abraham Wapler, un magnético Paul Kircher —que roba escenas con una naturalidad desarmante—, y figuras de peso como Vincent Macaigne y Cécile de France, que aportan humor, humanidad y una dinámica coral siempre en movimiento. Con ellos, la película encuentra un equilibrio entre lo íntimo y lo expansivo, entre lo museístico y lo vivencial.

Klapisch y Santiago Amigorena escriben un guion que se permite libertades sin complejos, desde guiños históricos hasta descabellados pasajes lisérgicos —como ese viaje colectivo al pasado gracias a la ayahuasca—, y lo hacen con una voluntad clara: desmontar la mirada idealizada sobre la Belle Époque y recordar que, para quienes la vivieron, esos tiempos no eran un cuadro estático sino un torbellino de cambios vertiginosos. El film insiste en la idea de que la modernidad, entendida como ruptura permanente, es siempre un vértigo más que una postal romántica. Y en ese gesto de contraste entre la memoria colectiva y la experiencia individual, la película encuentra uno de sus mayores encantos.

El diseño de producción de Marie Cheminal y la reconstrucción del París decimonónico aportan una textura visual rica, donde conviven CGI, decorados de estudio y ecos de pintura mate tradicional. Los objetos, fotografías y documentos que los descendientes encuentran en la casa de Adèle son más que un tesoro: funcionan como detonantes emocionales, como la materialización física del paso del tiempo y del modo en que los recuerdos sobreviven en las grietas de las generaciones. A la vez, Klapisch se burla suavemente de su propio exceso, consciente de que la película juega con el kitsch, con el espectáculo y con una estética casi “parque temático” del pasado.

Aun así, bajo esa superficie juguetona late una reflexión sincera sobre el futuro, la familia y las formas en que la historia nos sigue hablando —o reclamando— desde sus silencios. Los colores del tiempo no pretende ser rigurosamente fiel a los hechos; lo asume desde los créditos. Lo que sí ofrece es una experiencia cinematográfica cálida, ingeniosa y abiertamente sentimental que invita al espectador a reconsiderar la herencia cultural francesa y, de paso, a mirar el presente con la misma mezcla de asombro y ansiedad que Adèle siente ante la electrificación de París. En ese cruce entre memoria y descubrimiento, Klapisch encuentra un film que, aunque artificioso, late con un encanto irresistible.

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