The President’s Cake | Review

Hasan Hadi, transforma la brutalidad del régimen de Saddam Hussein en una fábula humanista sobre la resistencia infantil. A través de la mirada de Lamia, una niña obligada a hornear un pastel para el dictador.
FICM 2025 | The President’s Cake (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Hasan Hadi
Reparto: Banin Ahmad Nayef, Sajad Mohamad Qasem, Waheed Thabet Khreibat  y Rahim AlHaj

En The President’s Cake, el debut de Hasan Hadi, la infancia se convierte en el último territorio posible para la dignidad en medio del absurdo autoritario. La película transcurre bajo las sanciones impuestas en la Irak de Saddam Hussein, pero más que una reconstrucción histórica, se presenta como una fábula moral que oscila entre la inocencia y el desencanto. En ese equilibrio, Hadi encuentra una voz propia: una mezcla entre el realismo político y la sensibilidad lírica del cine infantil iraní, donde la mirada de un niño se vuelve el prisma más claro —y también el más cruel— para observar el poder.

Desde sus primeros planos, la película deja claro que el universo de Lamia, la niña protagonista, está construido con el rigor del hambre y la textura de la esperanza. Hadi filma las marismas del sur de Irak como un espacio suspendido entre la belleza y la desolación: una tierra que flota sobre la ruina moral del país. En ese paisaje, la misión imposible de reunir los ingredientes para el pastel del cumpleaños presidencial —una tarea impuesta con amenaza de cárcel o muerte— se convierte en un viaje iniciático, pero también en una alegoría sobre la obediencia forzada, el miedo y la invención como única forma de supervivencia.

El gran logro del film reside en su tono. The President’s Cake nunca cede a la sentimentalidad ni al dramatismo obvio. Hadi entiende que la emoción más pura no proviene del llanto, sino del contraste entre lo absurdo y lo cotidiano: la sonrisa tímida de Lamia mientras negocia por un huevo, el vuelo de un trozo de tela como presagio de libertad, el zumbido de una mosca que sustituye el rugido de las bombas. Cada gesto está calculado para mostrar cómo el terror puede habitar incluso en lo doméstico, y cómo la imaginación infantil se convierte en una forma de resistencia silenciosa.

El trabajo del director de fotografía, Tudor Vladimir Panduru, aporta una textura visual de una belleza polvorienta, donde la luz dorada del desierto se filtra a través del humo y del polvo, tiñendo el realismo con una delicada capa de fábula. Los rostros, especialmente el de Banin Ahmad Nayef (Lamia), son filmados con una intimidad casi espiritual: cada temblor, cada mirada perdida, se siente como una grieta por donde se filtra el trauma colectivo.

Pero más allá de su envoltura estética, la película tiene una mirada política clara, sin discursos ni consignas. El rostro omnipresente de Saddam Hussein —en retratos, en murales, en paredes desvaídas— actúa como un recordatorio espectral del poder totalitario: un dios de papel que exige sacrificios absurdos. En esa repetición visual, Hadi consigue lo que pocos filmes logran: transformar la iconografía propagandística en un elemento del horror cotidiano.

Quizá su mayor virtud y su pequeño exceso es su pureza narrativa. Hadi se mantiene tan fiel a la mirada infantil que, a veces, el trasfondo político queda diluido en el simbolismo. Sin embargo, es un sacrificio consciente: el director prefiere sugerir antes que denunciar, entender antes que acusar. Y en esa contención, en esa forma de mirar el horror sin adornos, su película encuentra una honestidad luminosa.

The President’s Cake es un recordatorio de que el cine político más poderoso no necesita discursos, solo ojos que observen. Hasan Hadi debuta con una obra que equilibra ternura y tragedia, una parábola sobre la infancia robada y la imaginación como último acto de libertad en medio del miedo.

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