Valor sentimental | Review

Joachim Trier aborda la fractura entre un padre cineasta y su hija actriz con la delicadeza de un cirujano emocional. Un que el film explora los silencios heredados, el duelo y la necesidad de dejar un legado.
FICM 2025 | Valor Sentimental (2025)
Puntuación: ★★★★½
Dirección: Joachim Trier
Reparto: Renate Reinsve, Stellan Skarsgård, Inga Ibsdotter Lilleaas, Elle Fanning y Anders Danielsen

Hay un tipo de melancolía que solo Joachim Trier sabe filmar. Esa tristeza contenida, elegante, que se filtra entre los gestos cotidianos y los silencios familiares. En Valor sentimental, su sexto largometraje, el director noruego continúa ese delicado ejercicio de observación iniciado en Oslo, 31 de agosto y depurado en La peor persona del mundo, pero esta vez desplazando su mirada hacia los vínculos que definen —y a veces condenan— a una familia. La película se adentra en la relación fracturada entre un padre y una hija, ambos artistas, ambos incapaces de separar la vida del arte. Pero más allá de sus resonancias autobiográficas o de su lectura meta-cinematográfica, Valor sentimental es, sobre todo, una obra sobre el tiempo: sobre cómo el pasado se acumula en los gestos no dichos y en los espacios habitados, hasta que esos silencios pesan más que cualquier palabra.

La historia sigue a Nora Borg (Renate Reinsve), una actriz consagrada del teatro de Oslo que, en la primera secuencia, enfrenta un ataque de pánico antes de salir a escena. Esa escena inaugural condensa gran parte del tono del film: una tensión entre el control y el colapso, entre la profesionalidad y la vulnerabilidad. Su padre, Gustav (Stellan Skarsgård), es un cineasta septuagenario que no filma desde hace más de quince años. Viudo de Sissel —psicoterapeuta y madre de sus dos hijas—, Gustav reaparece con un proyecto que busca ser su regreso y, quizás, su redención: una película profundamente personal sobre su madre, que se suicidó cuando él era niño. En un gesto que mezcla manipulación emocional y deseo de reconciliación, le ofrece a Nora el papel principal. Ella, reacia, lo rechaza. Entonces Gustav se lo ofrece a Rachel Kemp (Elle Fanning), una actriz estadounidense en ascenso, rubia y luminosa, la antítesis de la hija que no puede tener cerca. La tensión entre ambas actrices —una elegida, otra desplazada— se convierte en el eco simbólico de la rivalidad afectiva entre padre e hija.

La casa familiar, heredada, gastada y silenciosa, se erige como el verdadero corazón de la película. Ese espacio, que ha albergado generaciones de la familia Borg, funciona como una metáfora viva de la memoria: un lugar donde los recuerdos no se borran sino que se sedimentan. Trier filma esas habitaciones con una luz casi crepuscular, como si los objetos conservaran las voces de quienes ya no están. Allí conviven el duelo reciente por la muerte de Sissel y la persistencia de los fantasmas —emocionales y literales— que pueblan el imaginario de Gustav. Todo el film respira esa ambigüedad: el hogar es refugio y prisión, santuario y campo de batalla.

Como en toda su filmografía, Trier se mueve entre la introspección y la ironía. Valor sentimental no es un drama solemne ni un mero retrato psicológico; es una tragicomedia sobre el desgaste del afecto, donde el humor surge de la torpeza con que los personajes intentan comunicarse. El guion, coescrito una vez más con Eskil Vogt, destila una inteligencia emocional poco común: cada diálogo evita el subrayado, cada pausa revela más de lo que las palabras ocultan. Trier y Vogt entienden que en las familias el amor y el resentimiento son inseparables, y que el arte —ya sea el teatro o el cine— puede ser tanto una forma de reconciliación como una prolongación del conflicto.

El trabajo de Renate Reinsve confirma que su actuación en La peor persona del mundo no fue un accidente sino el inicio de una carrera mayor. Aquí encarna a Nora con una vulnerabilidad madura, una mezcla de ansiedad, inteligencia y distancia emocional. Sus ataques de pánico no son exhibiciones de sufrimiento, sino grietas por donde se cuela la humanidad del personaje. Frente a ella, Stellan Skarsgård ofrece una de sus interpretaciones más hondas de los últimos años: un hombre que, a los setenta, descubre que su necesidad de crear tal vez sea solo un intento desesperado de ser recordado por sus hijas. Entre ambos actores se construye una tensión íntima, sostenida más por lo que callan que por lo que dicen. Elle Fanning, en cambio, representa el espejismo de la industria: su personaje, aunque funcionalmente esquemático, encarna el ideal superficial del “nuevo cine global”, ese que el propio Trier observa con distancia crítica.

Esa crítica se vuelve más explícita en las referencias a la industria del streaming, en especial a Netflix, que aparece como símbolo de un modelo que convierte la creación personal en mercancía. Gustav acepta financiar su película a través de la plataforma, pero el gesto tiene algo de ironía trágica: su intento de recuperar el control de su vida y su obra pasa, inevitablemente, por un sistema que lo uniforma. En ese sentido, Valor sentimental es también un comentario lúcido sobre el estado actual del cine de autor, atrapado entre la nostalgia y la adaptación.

La banda sonora de Hania Rani acompaña esta melancolía con una delicadeza que recuerda al piano de Ryūichi Sakamoto o Max Richter: notas suspendidas que parecen respirar con los personajes. Su música, más que ilustrar, contiene; funciona como un eco emocional que sostiene el vacío que dejan las palabras no dichas. Trier, siempre atento al ritmo interno de las emociones, filma a sus personajes con planos que respiran, con movimientos de cámara que no buscan la espectacularidad sino el pulso del pensamiento. Cada encuadre sugiere un gesto ético: mirar sin invadir, observar sin juzgar.

Hacia el final, cuando padre e hija finalmente se enfrentan, Trier evita el clímax melodramático. No hay grandes revelaciones ni abrazos redentores, solo una conversación mínima, imperfecta, pero real. En ese gesto silencioso reside la grandeza del film: entender que la reconciliación no siempre consiste en sanar, sino en aceptar la fragilidad del otro. Valor sentimental no ofrece soluciones, sino una ternura lúcida: la comprensión de que todo amor familiar está hecho de malentendidos, de heridas heredadas y de la obstinación de seguir intentándolo.

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