La nueva versión de ¿Y dónde está el policía?, busca reviver la comedia absurda de los ochenta con Liam Neeson y Pamela Anderson. El film juega entre la nostalgia y la autoparodia, retomando gags físicos y referencias culturales con una estética retro.
¿Y dónde está el policía? (2025)
Puntuación:★★★½
Dirección: Akiva Schaffer
Reparto: Liam Neeson, Pamela Anderson, Paul Walter Hauser, CCH Pounder, Kevin Durand, Cody Rhodes y Danny Huston.
Disponible en cines
La comedia paródica tiene un linaje muy claro en el cine estadounidense de los años ochenta, con el trío Zucker, Abrahams y Zucker (ZAZ) como arquitectos de un humor absurdo, ingenuo y sostenido por el gag físico y el juego de palabras. Obras como Airplane! (1980) o The Naked Gun (1988) no solo llenaron salas y videoclubes, sino que instauraron un canon de lo ridículo elevado a virtud, con personajes torpes, ingenuos y entrañables, cuya lógica interna se basaba en que nada tenía lógica. En ese terreno, Leslie Nielsen se convirtió en un ícono: un héroe involuntario, tan inocente como inexpresivo, que se enfrentaba a catástrofes con una seriedad imperturbable que potenciaba la risa.
En 2025, más de tres décadas después de la última entrega, ¿Y dónde está el policía? regresa bajo la batuta de Akiva Schaffer, comediante y director formado en el universo de Saturday Night Live. La apuesta es clara: actualizar un género casi extinto, traerlo de vuelta a un Hollywood dominado por blockbusters de superhéroes y franquicias multimillonarias. Liam Neeson, como Frank Drebin Jr., hereda el nombre y la torpeza de su padre ficticio, en un casting tan improbable como significativo: el actor, célebre tanto por dramas prestigiosos (Schindler’s List) como por su reconversión en héroe de acción en la saga Taken, se enfrenta ahora a la prueba de autoparodiar su propia imagen de dureza e inexpresividad. Lo que en Nielsen era inocencia, en Neeson se transforma en hieratismo calculado, en un muro de seriedad que la película dinamita a través de situaciones cada vez más absurdas.
El argumento, deliberadamente superficial, se centra en un dispositivo capaz de alterar las reacciones humanas, robado por un magnate tecnológico (Danny Huston, en un papel que evoca de forma paródica a Elon Musk). A partir de allí, el film encadena set-pieces de humor físico y culturalmente referenciado: desde burlas a Buffy, la cazavampiros y Sex and the City hasta un chiste incómodamente polémico con O.J. Simpson, cuya sombra persiste como eco de la saga original. La estética es un homenaje retro a los ochenta, con guiños visuales a Beverly Hills Cop y Terminator, y un romance ridículo con Beth (Pamela Anderson) que se representa en clave de videoclip pop, subrayando la artificialidad kitsch de la propuesta.

El mayor mérito de Schaffer y de los guionistas Dan Gregor y Doug Mand es aceptar la imposibilidad de “superar” a ZAZ. En vez de buscar sofisticación, apuestan por la exageración, por el homenaje consciente y por el reciclaje descarado de la tradición paródica. De allí la tensión principal del film: ¿puede sobrevivir una comedia cuyo modelo es ya en sí mismo una parodia de géneros pasados? En efecto, lo que el film ofrece es una parodia de la parodia, con momentos brillantes —el caos seguido por la obediente fila de gente, un guiño directo a Airplane!— y otros que se sienten más forzados, sobre todo en la segunda mitad, cuando la repetición de gags pierde frescura.
La presencia de Pamela Anderson es quizá el movimiento más radical de casting. Convertida en musa improbable, la actriz ofrece un objeto de deseo paródico que a la vez recuerda su pasado como ícono televisivo y lo desarma desde el exceso. Su relación con Neeson bordea lo grotesco, pero es en esa incomodidad donde el film encuentra uno de sus momentos más memorables: la voz en off eufórica de Drebin Jr., que desemboca en un homenaje tan ofensivo como hilarante, capaz de dividir a la audiencia entre la carcajada y la incomodidad.
En última instancia, ¿Y dónde está el policía? (2025) es una anomalía en la cartelera contemporánea. Su existencia misma es un gesto contracorriente, casi demodé, en un Hollywood poco dispuesto a financiar comedias puras y mucho menos comedias absurdas. La película funciona como cápsula temporal y como espejo de su imposibilidad: es divertida, desechable, olvidable y disfrutable en igual medida. Su potencia no radica en innovar, sino en recordarnos que la risa ingenua, el gag físico y el humor naif pueden seguir teniendo un lugar en el cine, aunque sea como un regreso inesperado, o un eco tardío de una era dorada.