Nueva Ola Francesa | Review

Richard Linklater es un homenaje nostálgico y elegante al nacimiento del movimiento cinematográfico francés que revolucionó el cine en los años cincuenta. Rodada en blanco y negro y con un tono melancólico, la película retrata la creación de Sin Aliento de Jean-Luc Godard.
FICM 2025 | Nueva Ola Francesa (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Richard Linklater
Reparto:Guillaume Marbeck, Aubry Dullin, Zoey Deutch, Adrien Rouyard, Antoine Besson, Jodie Ruth Forest y Bruno Dreyfurst

En Nouvelle Vague, Richard Linklater abandona la contemporaneidad norteamericana que ha caracterizado gran parte de su cine —desde Before Sunrise hasta Boyhood— para sumergirse en la historia del cine europeo, en el origen mismo de una de sus revoluciones más decisivas: la Nouvelle Vague francesa. Lejos de tratarse de una lección de historia o de una reconstrucción académica, la película se erige como una carta de amor lúcida y melancólica al espíritu de libertad que marcó a toda una generación de jóvenes cineastas que, cámara en mano, transformaron para siempre la manera de contar historias.

El término Nouvelle Vague —“nueva ola”— nació en la prensa francesa a finales de los años cincuenta para describir a una generación de jóvenes inconformistas que transformaban la cultura, la política y la sociedad. En el cine, el concepto se cristalizó en el grupo de críticos de Cahiers du Cinéma, entre ellos François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Éric Rohmer y Agnès Varda, quienes pasaron de analizar las películas a filmarlas. Sus obras desafiaron las convenciones narrativas, técnicas y morales del cine de estudio, apostando por una estética viva, imprevisible y profundamente personal. La cámara en mano, los rodajes en exteriores, los presupuestos mínimos y los montajes fragmentados no fueron solo recursos formales: eran la expresión material de una nueva forma de ver el mundo.

Con Al final de la escapada (À bout de souffle, 1959), Godard marcó el manifiesto estético de la Nouvelle Vague. El montaje abrupto, los saltos temporales y la ruptura de la cuarta pared no eran gestos de rebeldía gratuita, sino una nueva manera de acercarse a la realidad y al pensamiento. Aquel film no solo cambió el curso del cine francés: redefinió la modernidad cinematográfica.

Que Richard Linklater —uno de los cineastas más reflexivos del cine estadounidense contemporáneo— sea quien filme Nouvelle Vague resulta, de por sí, un gesto coherente y estimulante. Al igual que los franceses de los sesenta, Linklater siempre ha buscado capturar el tiempo y la experiencia humana en su estado más puro. Aquí, trabajando casi íntegramente en francés y rodando en blanco y negro con formato Academy, construye un homenaje que no busca imitar, sino entender la energía creativa que animó a Godard y a sus compañeros.

El resultado es una película que, sin renunciar a la precisión histórica, logra transmitir la electricidad de un momento irrepetible. El guion de Holly Gent y Vince Palmo se organiza de forma lineal —a diferencia de los postulados de Godard—, pero logra rescatar la esencia de la improvisación, la espontaneidad y el caos controlado que definieron aquel rodaje de veinte días. Linklater, sin caer en el didactismo, convierte el proceso de filmar Sin aliento en un espejo de su propia relación con el cine: un arte que siempre está en movimiento, que nunca deja de reinventarse.

Gran parte del encanto de Nouvelle Vague reside en la actuación de Guillaume Marbeck, quien encarna a Jean-Luc Godard con una mezcla precisa de ironía, distancia y carisma. Más que una imitación, Marbeck ofrece una encarnación: capta los gestos, la voz y, sobre todo, la contradicción de un hombre que podía ser genial y exasperante al mismo tiempo. Su Godard es un artista consciente de estar haciendo historia, pero también un joven inseguro que busca validación entre cigarrillos y frases lapidarias.

Junto a él, Aubry Duillin (como Jean-Paul Belmondo) y Zoey Deutch (como Jean Seberg) completan el triángulo de una película que encuentra su verdad no en la reconstrucción exacta, sino en el ritmo y la química entre sus intérpretes. La presencia de figuras como Truffaut, Varda o Rohmer, introducidos mediante títulos en pantalla al estilo de la época, no es solo un guiño, sino una declaración de principios: la Nouvelle Vague fue, ante todo, una comunidad de miradas.

La cinematografía de David Chambille, granulada y táctil, junto con una banda sonora que alterna el jazz de Quincy Jones y temas populares de los sesenta, refuerza el aire nostálgico del film. Más allá de la reconstrucción, Linklater captura la textura del pasado, el modo en que la memoria cinematográfica se mezcla con el presente. En este sentido, Nouvelle Vague no es tanto una biografía o una recreación, sino un ejercicio de reencuentro: el intento de volver a sentir cómo era creer que el cine podía cambiarlo todo.

Donde algunos podrían ver un exceso de reverencia o un academicismo nostálgico, Nouvelle Vague funciona precisamente porque no pretende reinventar a Godard, sino recordarlo con humildad y devoción. Linklater no imita la forma de la Nouvelle Vague, sino su espíritu: la curiosidad, la libertad, la osadía de filmar sin pedir permiso. En tiempos donde el cine industrial parece cada vez más controlado por algoritmos y fórmulas, la película funciona como un recordatorio de que el arte, como dijo Godard, no se hace con ideas sino con imágenes.

Al final, Nouvelle Vague es tanto un homenaje al pasado como una invitación a mirar hacia adelante. En su blancura luminosa, en sus encuadres precisos y en su aire melancólico, late una verdad que trasciende generaciones: cada ola nueva nace de la necesidad de rebelarse contra la anterior. Y Linklater, como los jóvenes franceses del 59, parece recordarnos que el cine —cuando es libre— sigue siendo el lugar donde todo puede comenzar otra vez.

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