Eleanor the Great | Review

El debut como directora de Scarlett Johansson, es una comedia dramática bienintencionada pero sin profundidad. Aunque June Squibb brilla con una interpretación tierna y carismática.
FICM 2025 | Eleanor the Great (2025)
Puntuación: ★★½
Dirección: Scarlett Johansson
Reparto: June Squibb, Chiwetel Ejiofor, Jessica Hecht y Erin Kellyman

El debut de Scarlett Johansson como directora, Eleanor the Great, pretende ser una entrañable exploración de la vejez, la memoria y el legado del Holocausto, pero termina siendo un ejercicio fílmico carente de profundidad, atrapado entre el sentimentalismo televisivo y una torpe ingenuidad moral. Lo que podría haber sido una reflexión lúcida sobre la apropiación del trauma y la soledad en la vejez se diluye en un tono complaciente que evita cualquier incomodidad o complejidad emocional.

El guion de Tory Kamen construye un punto de partida prometedor: Eleanor Morgenstein (June Squibb), una mujer judía de 90 años, intenta reconstruir su vida tras la muerte de su mejor amiga, una sobreviviente del Holocausto, y en ese proceso termina suplantando su historia como una forma de sentirse acompañada. Sin embargo, Johansson no parece interesada en las aristas éticas o psicológicas del acto de Eleanor, sino en convertirlo en un gesto casi poético de homenaje. Esta decisión desactiva el potencial crítico de la historia y la reduce a una fábula moral ingenua, donde el trauma ajeno se trivializa en nombre de la ternura.

El mayor problema de Eleanor the Great radica en su tono. Johansson dirige con la pulcritud de quien ha visto demasiadas películas del canal Hallmark, confiando más en la dulzura de las interpretaciones que en la fuerza del conflicto. Su puesta en escena es plana, anodina, sin riesgos formales ni visuales; la cámara se limita a registrar con cortesía los gestos de sus personajes, sin aportar una mirada cinematográfica propia. Lo que podría haber sido una película sobre el peso de la culpa, la apropiación de la memoria histórica o la necesidad humana de pertenecer, se queda en una comedia dramática con el aroma de una sobremesa amable y olvidable.

El único resplandor proviene de June Squibb, cuya interpretación dota de vida a un personaje escrito sin contradicciones reales. Squibb encarna a Eleanor con una mezcla de ironía, fragilidad y ternura que logra sostener la película incluso cuando el guion se derrumba en su moralidad edulcorada. Johansson confía tanto en su protagonista que olvida dotarla de contexto emocional: Eleanor miente, manipula y se reinventa, pero la película se rehúsa a explorar las consecuencias de sus actos.

Lo más inquietante de Eleanor the Great es su ceguera moral respecto al Holocausto. Johansson, quien ha hablado públicamente sobre su ascendencia judía y sus antepasados víctimas del gueto de Varsovia, parece abordar el tema desde una distancia temerosa, casi reverencial. En lugar de confrontar el peligro simbólico de apropiarse del dolor histórico, el film suaviza su impacto y lo convierte en una excusa narrativa para el crecimiento personal de la protagonista. Así, la película no solo banaliza la memoria del Holocausto, sino que lo utiliza como accesorio emocional, sin el rigor ni la sensibilidad que un tema de esa magnitud exige.

En los últimos tramos, Eleanor the Great se derrumba bajo el peso de su propia blandura. El conflicto entre Eleanor y su hija Lisa, o la discusión sobre si debe ingresar a una residencia, son tratados con una superficialidad casi cínica, como si bastara con una lágrima final y una melodía suave para resolver el dilema de la vejez. Johansson, al parecer, no busca incomodar ni provocar; su dirección, aunque sincera, peca de falta de ambición, de miedo a ensuciarse las manos con los dilemas que propone.

En definitiva, Eleanor the Great es una película hecha con buenas intenciones pero sin visión. Es un debut que carece de la voz autoral que se espera de una artista de la talla de Scarlett Johansson, alguien que ha trabajado con cineastas tan complejos como Sofia Coppola o Noah Baumbach. Aquí, en cambio, su mirada se acomoda al terreno seguro de la nostalgia y la corrección política. La película se sostiene apenas por la gracia y humanidad de June Squibb, pero se desmorona en cuanto intenta decir algo sobre el peso de la memoria y la fragilidad de la identidad.

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